Capítulo 4
25 de Setembre del 2019
Enviada especial en Kabul
Una educadora comprueba qué libros están leyendo los niños en uno de los autobuses de la asociación Charmaghz, este domingo en Kabul.MÒNICA BERNABÉ
A primera hora de la mañana el autobús de la asociación afgana Charmaghz aparca en el patio de un colegio de Kabul. Ese día los alumnos harán clase sobre ruedas. No se trata de una simple atracción, sino de un intento de poner freno a uno de los problemas más acuciantes de Afganistán: el analfabetismo.
Uno de los autobuses biblioteca de Charmaghz.Mònica Bernabé
A pesar del mucho dinero invertido por la comunidad internacional desde el inicio de la intervención estadounidense en 2001, menos del 45% de la población sabe leer y escribir, según datos del Ministerio de Educación afgano. Incluso muchos policías son incapaces de leer la documentación cuando te piden que te identifiques en uno de los muchos controles de seguridad que hay en Kabul.
La asociación Charmaghz nació hace poco más de un año, en febrero de 2018, impulsada por un grupo de jóvenes afganos, con el objetivo de fomentar la lectura y el pensamiento crítico. Dos conceptos tan extraños en el país hasta ahora. Y no se les ocurrió mejor idea que transformar tres autobuses en bibliotecas móviles, y aparcar los vehículos cada día en una escuela pública distinta de Kabul.
El domingo pasado había un autobús-biblioteca en el colegio Mirwais Utaqi, en el oeste de la capital y donde estudian 2.500 alumnos: 2.100 niños y 400 niñas. Las cifras no son casuales. Tras la caída en 2001 del régimen talibán que prohibió la educación a las mujeres, las escuelas para niñas se reabrieron en Afganistán pero la matriculación femenina nunca se equiparó a la de los varones. Por diversas razones: por la falta de mujeres profesoras y de seguridad en buena parte del país, y porque las chicas suelen casarse muy jóvenes. Un 17%, incluso antes de los 15 años, según datos de UNICEF.
Algunos niños, leyendo libros en el autobús biblioteca.Mònica Bernabé
Los críos en Afganistán se escolarizan a los 7 años, así que muchas familias piensan que no tiene sentido llevar a sus hijas al colegio. ¿Para qué, si en nada contraerá matrimonio, y es mejor que aprenda a ser ama de casa?, se preguntan. El resultado es que las estadísticas son alarmantes. Se calcula que en Afganistán hay unos 13,1 millones de menores en edad escolar. Sin embargo, sólo 9,4 millones van al colegio, de los que 3,5 son niñas, según datos facilitados por la propia portavoz del Ministerio de Educación, Nooria Naskhat. Es decir, sólo una de cada dos niñas está escolarizada en el país después de 18 años del hundimiento del régimen talibán.
A pesar de ello, continúa sin haber suficientes colegios y los que existen están masificados. “Tenemos entre 40 y 60 alumnos por clase”, detalla Abdul Rahim Asile, director de la escuela Mirwais Utaqi, donde hay tres turnos de clase. En las aulas los alumnos se limitan a repetir como loritos lo que dice el profesor -el aprendizaje se basa en la memorización-, sólo hacen tres horas de clase al día, y a menudo ni tan siquiera tienen maestro. El absentismo laboral entre el profesorado es altísimo porque los salarios son muy bajos: entre 6.500 y 10.000 afganis al mes, entre 75 y 115 euros.
En consecuencia, los autobuses de Charmaghz se han convertido casi en una tabla de salvación. “Cuando el profesor no se presenta en clase, los alumnos pasan el rato en el autobús leyendo libros o participando en juegos educativos”, explica Subhan Walizada, que es uno de los jóvenes voluntarios de la asociación. El domingo pasado por la mañana, en la escuela Mirwais Utaqi, hasta tres grupos diferentes de alumnos pasaron por el autobús precisamente por eso, porque no tenían ningún profesor que les diera clase. En el vehículo, sin embargo, sí que hay una educadora que se encarga de animarlos a leer, les cuenta cuentos o organiza actividades.
Unos niños miran por la ventana desde uno de los autobuses de Charmaghz.Mònica Bernabé
Charmaghz financia sus autobuses-biblioteca con donaciones a través de internet y ayudas de un empresario afgano. Entre la comunidad internacional, sólo la embajada de Australia en Kabul se ha interesado por el proyecto y ha aportado fondos para el funcionamiento de uno de los vehículos. Cada autobús-biblioteca cuesta unos 14.000 euros al año.
“Me gusta más venir al autobús que quedarme en clase. Aquí los libros tienen dibujos”, aseguraba Shaqib, un niño de 11 años que el domingo leía con avidez un cuento con coloridas ilustraciones en el autobús de Charmaghz. Los libros de texto en Afganistán no pueden ser más insípidos: están impresos en blanco y negro y apenas tienen dibujos.