Capítulo 7
28 de setiembre de 2019
Enviada especial a Kabul
Ashraf Ghani y Abdullah Abdullah son los principales candidatos a las elecciones presidenciales que se celebran este sábado en Afganistan.REUTERS
Afganistán celebra hoy elecciones presidenciales por cuarta vez desde la caída del régimen talibán y el inicio de la intervención estadounidense en el país en 2001. Como en ocasiones anteriores, el fantasma del fraude está presente y existe el riesgo de que la participación sea bajísima. Los talibán han amenazado en atacar los colegios electorales –como ya hicieron en comicios anteriores-, y esta vez, además, la gente ha perdido toda la esperanza: cree que su voto no sirve para nada.
Los dos principales candidatos son el actual presidente afgano, Ashraf Ghani, de etnia pastún; y su jefe de ejecutivo, el tayiko Abdullah Abdullah, que ya se enfrentaron en las urnas en 2014 y fueron presionados por la comunidad internacional para que compartieran el poder y formaran un gobierno de coalición con el objetivo de garantizar así la estabilidad del país después de unas elecciones que fueron totalmente caóticas. El recuento de votos duró meses, los resultados fueron muy reñidos, y los seguidores de Abdullah Abdullah amenazaron con levantarse en armas si su candidato no era declarado ganador. ¿Ocurrirá esta vez lo mismo?
Una niña recita el Corán en el inicio del mitin electoral de Ashraf Ghani.
En esta ocasión, además, Gulbuddin Hekmatyar, un señor de la guerra que bombardeó repetidamente Kabul a principio de los años noventa y mató a miles de civiles, también se presenta como candidato. Aunque suene totalmente surrealista. Hekmatyar ya ha advertido que no aceptará el resultado de las elecciones “si hay fraude”. En otras palabras, si él no gana. Los comicios, por lo tanto, más que estabilizar Afganistán pueden llevar el país completamente al abismo.
Un total de 9 millones de votantes están llamados hoy a las urnas. Sin embargo, en las elecciones parlamentarias que se celebraron en octubre de 2018, sólo 3,4 millones votaron, un tercio del total. “Se cree que esta vez la participación será incluso inferior”, asegura Ali Yawar, investigador de Afghanistan Analysts Network (AAN), uno de los think tanks que mejor analizan la realidad política y social en Afganistán.
De hecho, la campaña electoral empezó a medio gas y ha sido totalmente atípica. La convocatoria de los comicios coincidió con el inicio de las negociaciones entre el gobierno de Estados Unidos y los talibán en Qatar, y casi todo el mundo daba por hecho que no se celebrarían. Se esperaba que Washington y los talibán firmaran un acuerdo de paz, el movimiento yihadista iniciara entonces conversaciones con el ejecutivo de Ashraf Ghani, y se formara un gobierno interino.
Pero todo se fue al garete tras el portazo del presidente estadounidense, Donald Trump, a reunirse con los talibán en Washington el pasado 8 de septiembre y su decisión de poner fin a las negociaciones. Ahora se teme que los talibán actuarán con más violencia que nunca. Las fuerzas de seguridad afganas desplegarán hoy más de 100.000 efectivos y, a pesar de eso, está previsto que muchos colegios electorales no puedan abrir.
Los comicios se tenían que celebrar inicialmente en abril. Después se aplazaron a julio y finalmente se convocaron para hoy. A pesar de eso, en Kabul casi no hay carteles electorales y los 17 candidatos que se presentan apenas han hecho mítines durante la campaña. Porque pensaban que los comicios no se celebrarían, pero también porque muchos hicieron un llamamiento al boicot: se quejan de que los dos principales candidatos, Ashraf Ghani y Abdullah Abdullah, que hasta ahora compartían ejecutivo, han estado utilizando recursos del gobierno para sus campañas. Y tienen toda la razón.
Por ejemplo, esta semana Ashraf Ghani organizó un mitin electoral en el propio palacio presidencial, en el que se sirvió comida para centenares de asistentes que, lógicamente, se pagó con las arcas públicas. A pesar de ello, su eslogan de campaña es “fortalecimiento institucional”. “Quiero que llevéis a vuestros padres a votar el día de las elecciones”, clamó Ghani, que se presenta a sí mismo como el candidato de los jóvenes. Sus discursos no tienen desperdicio -cambia el tono de voz, se enfada, grita- y en sus mítines siempre suele haber un golpe de efecto.
Ashraf Ghani durante su intervención en el mitin electoral con deportistas afganos que hizo en el palacio presidencial.M.B.
Sin ir más lejos, en el mitin en el palacio presidencial participaron algunos de los jóvenes deportistas más importantes de Afganistán, cargados con sus medallas y trofeos. Algunos incluso exhibieron sus capacidades físicas: hubo acróbatas que saltaron e hicieron piruetas delante del candidato, y karatecas que rompieron una tabla de madera con el pie, de un golpe seco.
Un karateca hace una demostración ante Ashraf Ghani, durante el mitin electoral
Sin embargo, el principal punto débil de Ashraf Ghani es que muchos le acusan de no ser suficientemente islámico porque estudió en el extranjero, en la Universidad Americana de Beirut, y se casó con una libanesa. Para contrarrestar esta crítica, el candidato ha escogido esta vez como símbolo de su campaña electoral un dibujo del Corán. Y lógicamente, como siempre ocurre en Afganistán, empieza todos sus actos públicos con el recital de un pasaje del libro sagrado. Por ejemplo, en el mitin en el palacio presidencial, lo hizo una niña de escasos años.
“No se ha presentado en el debate electoral porque le iba a pedir que recitara un versículo del Corán, y no sabe”, se vanagloriaba Abdullah Abdullah la semana pasada, después que Ghani declinara en el último instante participar en un debate en la televisión afgana Ariana, y su candidato rival se quedara solo ante las cámaras.
Abdullah presume de ser “un auténtico demócrata” pero muchos lo ven como el “eterno perdedor”. Ya se presentó a las presidenciales en 2009 y 2014, y en las dos ocasiones quedó segundo. “Me robaron las elecciones”, es la cantinela que Abdullah ha repetido hasta la saciedad en esta campaña, además de acusar a Ghani de la inoperancia del gobierno afgano, del que él también formaba parte.
“Abdullah ha sabido ganarse el apoyo de muchos partidos”, destaca el experto Ali Yawar. Partidos, eso sí, liderados por algunos de los señores de la guerra más sanguinarios de Afganistán, como Abdul Rashid Dostum, de etnia uzbeka, y el hazara Mohammad Mohaqeq. La etnia tiene un peso crucial en Afganistán a la hora de decidir el voto.
“Diversas asociaciones de observadores hemos pedido que se aplacen las elecciones hasta el 18 de octubre. Los colegios electorales no están listos”, anunciaba esta semana Habibullah Swhinwary, del colectivo Vigilancia Electoral y Transparencia (ETWA). El sábado pasado, veinticuatro de las 34 provincias de Afganistán todavía no habían contratado el personal necesario para estar en las mesas electorales, aseguraba. El resultado de las elecciones está previsto que se haga público el 7 de noviembre. Se da por hecho que el recuento volverá a ser caótico.
El criminal de guerra Gulbuddin Hekmatyar durante su discurso en el mitin electoral de final de campaña, el miércoles en Kabul.M.B.
Le llaman el carnicero de Kabul porque sus tropas cometieron una auténtica carnicería en la capital afgana a principio de los años noventa. Situadas en una de las colinas que rodean la ciudad, disparaban con artillería pesada hacia cualquier punto de la capital. Los proyectiles impactaron en barrios residenciales, edificios de oficinas, paradas de autobús, mercados o incluso escuelas. Hasta el personal de las Naciones Unidas tuvo que ser evacuado. Así lo aseguran informes de Human Rights Watch, pero también lo documentó en su día la prensa extranjera. O en la actualidad sólo hace falta preguntar en la calle a cualquier kabulí de una cierta edad: todos aseguran que Gulbuddin Hekmatyar es un criminal.
Los asistentes al mitin de final de campaña de Gulbuddin Hekmatyar gritan "!Dios, es grande!".
A pesar de ello, ahora, casi tres décadas después, Hekmatyar es candidato a las elecciones presidenciales que se celebran hoy en Afganistán. Por dos simples razones: porque nunca fue procesado, ni en consecuencia condenado. Por lo tanto, no hay una sentencia firme que vete su candidatura. Además, el Parlamento afgano aprobó en 2007 una ley de amnistía que impide juzgar en el país a cualquiera de los líderes militares que arrasaron Kabul a principios de los noventa. Hekmatyar es uno de ellos.
Por otra parte, el gobierno afgano firmó hace poco más de dos años un acuerdo de paz con el partido de Hekmatyar, Hezb-e Islami, para que sus milicianos depusieran las armas. A cambio, el nombre de Hekmatyar sería eliminado de la lista de terroristas más buscados de Estados Unidos, y él podría regresar a Kabul con total impunidad, disponer de seguridad armada, e incluso participar en la arena política. Y eso precisamente es lo que ha hecho, por mucho que le fastidie a la mayor parte de la población afgana.
Hekmatyar tiene ahora 71 años y aspecto de anciano inofensivo, con barba blanca y voz calmada. Sin embargo, sus soflamas continúan siendo tan radicales como siempre. El miércoles hizo un mitin final de campaña en su casa en Kabul, un recinto que ocupa más de una manzana de la capital afgana, con torres de vigilancia y bloques de hormigón como protección, y decenas de milicianos con kalashnikov. Dos millares de personas asistieron, de las que tan sólo medio centenar eran mujeres. El resto, hombres con barba vestidos con el tradicional shawal kameez. Algunos también llevaban turbante y un tasbih (una especie de rosario musulmán) en la mano para rezar, y gritaron insistentemente en el mitin “¡Dios, es grande!”.
Gulbuddin Hekmatyar mató a miles de personas en el Afganistán de los años noventa, según las asociaciones de derechos humanos.M.B.
“Os aseguro que expulsaremos a los extranjeros de este país”, profirió Hekmatyar desde la tribuna. “Y no permitiremos que los extranjeros se inmiscuyan en las elecciones. Si hay fraude, la guerra volverá a Afganistán. No hagáis que nos arrepintamos de haber escogido el camino de la paz”, advirtió. “¡Hekmatyar, somos tus proyectiles!”, clamó entonces un espontáneo del público. Otro gritó “¡muerte a América!” y un tercero incluso levantó una pancarta con las fotografías de Ashraf Ghani y Abdullah Abdullah –los dos principales candidatos en las elecciones y hasta ahora presidente y jefe del gobierno, respectivamente- y pidió sus cabezas.
“Ya hemos tenido suficiente guerra. Mi padre se refería a salir a la calle a manifestarse”, matizaba las palabras de su padre después del mitin el hijo menor de Hekmatyar, Habibullah, de 33 años. “Nuestra prioridad es la paz –insistía-, y si mi padre fuera presidente sería más fácil llegar a un acuerdo de paz con los talibanes”. Gulbuddin Hekmatyar ya fue primer ministro de Afganistán por pocos meses en 1992 y 1996, y uno de sus primeros decretos fue prohibir el cine en Kabul.
Seguidores de Gulbuddin Hekmatyar pasean por Kabul con la bandera verde de su partido.M.B.