Capítulo 8
29 de septiembre de 2019
Enviada especial a Kabul
Diversos electores esperan para votar en el colegio de Rahman Mina, en el barrio de Karte Nau, de Kabul.MÒNICA BERNABÉ
Cuando ayer hacía casi dos horas de la apertura de los colegios electorales en Afganistán, los votos depositados en las urnas del colegio Zarghona, en el barrio de Qala-e-Fatullah de Kabul, se podían contar casi con los dedos de las manos. En una había tres votos, en otra siete y en la que más, trece. En otros colegios electorales de la capital afgana, el panorama era similar y lo peor es que no mejoró a lo largo de la jornada: los votantes aparecieron a cuentagotas.
La participación en las elecciones presidenciales que se celebraron ayer en Afganistán fue bajísima, incluso más que en comicios anteriores. De momento no hay datos oficiales, pero viendo la afluencia de votantes en los colegios electorales de Kabul, considerada una de las ciudades más seguras de Afganistán, es fácil deducir qué ocurrió en el resto del país. En la capital, la participación apenas habría llegado al 25%. A pesar de eso, las autoridades afganas calificaron los comicios de “éxito”. Está previsto que los resultados se hagan públicos el 7 de noviembre. Los candidatos favoritos son el actual presidente, Ashraf Ghani, y su jefe de gobierno, Abdullah Abdullah.
Los talibán habían amenazado con boicotear las elecciones, pero finalmente llevaron a cabo ataques de poca envergadura: básicamente hicieron detonar pequeños artefactos explosivos, que en la mayoría de los casos no provocaron víctimas. Sólo en la ciudad de Kandahar, en el sur de Afganistán, sí que colocaron una bomba más potente en un colegio electoral y 16 personas resultaron heridas, tres de ellas graves. Sin embargo, eso y el hartazgo por la inoperancia del gobierno y el fraude en anteriores elecciones, bastó para que la gente se quedara en casa y no fuera a votar.
Paixtana Omar Khil fue ayer una de las pocas votantes en el colegio electoral de Zarghona, en Kabul. M.B.
Kabul amaneció ayer desierta: apenas circulaban vehículos por las calles, las tiendas estaban cerradas, y había controles de policía por todas partes. Las calles adyacentes a los colegios electorales fueron cortadas al tráfico y todos los votantes eran cacheados antes de entrar.
Un policia registra un votante antes de entrar en el colegio electoral de Rahman Mina, en Kabul.
Hawa Alam Nuristani, la presidenta de la Comisión Independiente Electoral –el organismo que organiza las elecciones-, inauguró oficialmente la jornada de votación en el colegio Zarghona con un discurso grandilocuente: “Es un proceso muy importante para tener un futuro mejor”, dijo. Pero ni por ésas. Los primeros votantes se hicieron esperar. Una de las primeras personas que acudió a las urnas fue una joven funcionaria, Pashtana Omar Khil, que confesó que ella era la única de su familia que votaría ayer. “Mi madre no quería que viniera. Tiene miedo que me pase algo”, explicó.
Eso sí, esta vez, a diferencia de las elecciones parlamentarias que se celebraron hace casi un año, en octubre de 2018, la casi totalidad de los centros de votación abrieron puntuales a las siete de la mañana. El año pasado se obligó a los profesores de las escuelas a estar en las mesas electorales, y muchos no se presentaron. En cambio, ayer se optó por contratar personal específico para evitar sorpresas de última hora. Y funcionó.
En Afganistán no existe un censo electoral. El último que se hizo fue en los años 70 y, después, la guerra ha impedido renovarlo. En consecuencia, quien desee participar en las elecciones debe inscribirse en la Comisión Independiente Electoral. Se calcula que hay unos 35 millones de habitantes en el país, sin embargo sólo unos 9 millones se habían registrado para votar ayer. Y de ésos, sólo un 25% habrían participado, menos de dos millones y medio de votantes. Una nimiedad.
En presidenciales anteriores, los votantes tenían un carnet electoral para identificarse. Pero muchos de esos carnets fueron falsificados. Así que ayer, para evitar el fraude, se utilizaron unos modernos aparatos biométricos para tomar una fotografía y las huellas dactilares a los votantes. Esos aparatos ya se estrenaron en las parlamentarias del año pasado y fue un desastre. Y ayer volvieron a generar problemas.
Un trabajador electoral toma una fotografia a un votante con una máquina biométrica, ayer en Kabul.M.B.
“Cuando introducen ni número de identificación en la máquina, aparece el nombre de una mujer en vez del mío”, decía airado Mohammad Ibrahim, en el colegio electoral de Rahman Mina, en el barrio de Kart-e Nau de Kabul, donde básicamente reside población de etnia pastún. “Eso lo hacen porque somos pastunes y quieren evitar que gane nuestro candidato”, se quejaba otro votante que tenía el mismo problema.
Sin embargo, en el barrio de Dashste Barchi, donde viven hazaras, el caos era el mismo. En la mezquita de Etefaq, los electores también se lamentaban que no podían votar a causa de los “malditos” aparatos. Esa misma escena se repitió en todo el país. En la mayoría de colegios electorales de Kabul apenas había interventores, y los pocos observadores internacionales que se dejaron ver visitaron el colegio Zarghona brevemente, pertrechados con chalecos antibalas como si fueran a una guerra.
En el último instante, la Comisión Independiente Electoral decidió atrasar dos horas el cierre de los colegios electorales y permitir que votaran todos esos electores cuyo nombre no aparecía en las máquinas. Lo que no aclaró, sin embargo, es si sus votos se incluirían después en el recuento.