El día 27 de mayo habría cumplido 35 años. Jordina era la primera hija de Rosa y Francesc y vivió toda su vida en Manresa. Era una chica reservada y muy familiar, a la que le apasionaban tanto los animales que con solo 13 años hacía de voluntaria en una veterinaria. También le gustaban las manualidades, confeccionar ropa para sus dos hijas y hacer mascarillas para la familia. Era muy trabajadora y no le faltó nunca el trabajo. Hacía años que era recepcionista en el albergue de Manresa, donde estaba a gusto y donde últimamente había conseguido un buen horario de mañanas, que le permitía pasar las tardes con sus hijas, de 4 y 9 años. Era muy buena chica. Demasiado buena, dicen sus familiares. Su exmarido la mató el 14 de abril por la mañana. En los registros oficiales, Jordina es la primera víctima de la violencia machista de 2021 en Catalunya. Sin embargo, es mucho más que esto.
Míriam la conoció a los cuatro años, en la escuela que las vio crecer hasta 6º. Se pasaban las horas de patio jugando y saltando con la goma y haciendo bailes en los que imitaban a las Spice Girls, aunque recuerda especialmente sus fiestas de aniversario, porque "como las de Jordina no había ninguna”. Con el paso a la ESO fueron a institutos diferentes y, a pesar de que ya no se veían cada día, nunca se distanciaron. "Teníamos una amistad muy bonita y siempre, siempre, habíamos tenido contacto", explica Míriam. La describe como una chica dulce, familiar y fiel, que siempre tenía un momento para escribir un WhatsApp preguntando cómo estabas y proponiendo quedar. Desde ese 14 de abril, a Míriam le falta algo. "No hay ningún día que no piense en ella”.
Los compañeros del instituto la recuerdan como una chica reservada. "Pero cuando te cogía confianza y rompías la coraza se abría y siempre estaba haciendo bromas", dice Joan. También las chicas con las que coincidió más tarde en el ciclo superior de gestión administrativa explican de Jordina que era "alegre y agradable", una chica a la que le gustaba "el buen rollo” y se llevaba bien con todo el mundo. Laia la describe de manera muy parecida: "Era muy animada, siempre tenía ganas de hacer cosas y no paraba nunca quieta”. Se conocieron hacia el 2007, cuando las dos tenían unos buldogs franceses y los cruzaron para hacer crías. Del encuentro salieron cachorros y una buena amistad: cenas, vacaciones y salidas por la montaña jugando al geocaching, un juego de orientación al aire libre. De ella le gustaba que no era egoísta y que siempre estaba disponible. "Siempre estaba ahí. Por mucho que pasara el tiempo, cuando nos encontrábamos no había cambiado nada”.
Cuando tenía 17 años conoció al que acabaría siendo su marido. Dos años después se compraron un pisito en Manresa y, cuando Jordina tenía 25 y él 30, se casaron. Tuvieron dos hijas, por las que Jordina se desvivía. Por las niñas lo hacía todo. También soportar –sin darse cuenta– el carácter "arrogante", "chulesco” y "déspota” de su marido. "A veces él le gritaba o le faltaba al respeto, porque debía de querer sentirse superior", explican los padres. Nunca dijeron nada porque nunca pensaron que las cosas irían como fueron. "Nadie se lo esperaba. Nadie”.
En septiembre de 2020, él le dijo que se quería separar. Jordina lo pasó mal: estaba desconcertada, desanimada, triste. En febrero firmaron los papeles del divorcio. Se esforzó por recuperar la ilusión: se apuntó al gimnasio, conoció a gente nueva. Y entonces su exmarido, después de que la chica con la que salía lo dejara, intentó reaparecer en la vida de Jordina. Le pidió volver e, insistente, le llenó el coche de post-its diciendo que la quería y que nunca le haría daño.
"A veces pienso que es culpa nuestra por no haberlo visto. ¿Y si lo hubiéramos hecho diferente? ¿Y si lo hubiésemos frenado cuando le hablaba mal?"
Ella no lo tenía nada claro. Empezaba a rehacerse de la sacudida del divorcio y estaba remontando. El 14 de abril era miércoles, y dos días después habían quedado para pintar, con las niñas, el piso nuevo que él se había comprado. Después de llevar juntos a las niñas a la escuela, Jordina y el exmarido subieron al piso que habían compartido durante media vida. Un "lobo vestido de oveja" que abusó de la confianza que ella le tenía. Allí la mató.
Nada ha vuelto a ser igual para los que conocieron y quisieron a Jordina. "Le quitó la vida a los 34 años, pero también ha destrozado la vida de sus hijas, de su familia y de sus amigas. No hay derecho", afirman los padres. Ellos arrastran un sentimiento de culpa: "A veces pienso que es culpa nuestra por no haberlo visto. ¿Y si lo hubiéramos hecho diferente? ¿Y si lo hubiéramos frenado cuando le hablaba mal? ¿Y si hubiéramos reaccionado?” Se han vuelto más desconfiados: "Yo iba de buena fe por la vida, pero ahora pienso que cualquier persona puede ser mala, porque si hemos estado 17 años con él y no lo habíamos visto…”
Rosa y Francesc han querido hablar con el ARA para que la vida de Jordina no caiga en el olvido y por si su testimonio puede ayudar a alguna chica a abrir los ojos. "Hemos normalizado algunos comportamientos que no tendríamos que normalizar, y ahora veo que tenemos que estar más alerta y aguantar cero. Para mí este es el titular: que ninguna mujer aguante ni una falta de respeto y que nadie se crea que tiene en propiedad a otro", sentencia Rosa. Francesc avisa de que estos comportamientos machistas están extendidos por todas partes: "Mucha gente me pregunta si él era de fuera. Quiero que quede claro: ¡él es catalán!”
La familia se encuentra de vez en cuando con las amigas de Jordina, que también lamentan no haberla podido ayudar. "Veíamos el carácter de él, pero piensas que son cosas de pareja", dice Laia. La muerte de Jordina le ha hecho replantearse muchas cosas: "¿Cómo puede ser que no viera nada? Ahora no tolero ciertas cosas que antes toleraba, comentarios que ya no me gustan porque aquello que veía lejos, en las películas o en la televisión, le ha pasado a mi amiga”. Laia dice que hace falta más conciencia social sobre este tema: "Violencia no quiere decir solo violencia física, hay violencias verbales que anulan a las personas”.
La mató cuando empezaba a rehacer su vida. "Jordina tenía todo el derecho del mundo a hacerlo, a seguir viajando, a criar a sus hijas. Estaba llena de vida”.