Betty

52 años — Creixell

Mònica Bernabé

Intenta disimular la cara de zombi con la que se presenta a la cita, con unas gafas de sol y cubriéndose la cabeza con una capucha. Su aspecto es descuidado. Viste una sudadera amarilla y unos pantalones de chándal sucios que lleva medio arremangados. “Me duele la cabeza. He estado bebiendo y me he acostado a las seis de la mañana”, contesta con desgana cuando se intenta mantener una cierta conversación con él. Se llama José María, tiene 25 años y es uno de los hijos de Betty Arteaga, una de las mujeres asesinadas este año por su pareja en Catalunya.

Diana, una de las mejores amigas de Betty, admite que el chico siempre fue un trasto pero que, desde que mataron a su madre, ha perdido la cabeza. “Me da pena porque es un chico noble y buena persona. A su madre no le gustaría verlo de este modo”.

El joven sigue viviendo en el piso de Torredembarra donde residía con su madre, pero desde que la asesinaron, el 13 de mayo, nadie paga el alquiler. “El Ayuntamiento pagó los dos primeros meses, pero ya está. Si esto sigue así, lo echarán del piso”, comenta Diana, que no puede disimular su preocupación. En cambio, el chico no parece inquietarse. “Pues dormiré en un banco en la calle”, replica. Dice que él empieza “la fiesta” los miércoles y la acaba los domingos. Fuma porros, toma pastillas y ha probado la cocaína. Se da la circunstancia de que, antes de que asesinaran su madre, ya era huérfano de padre y trabajaba para una empresa de construcción del hombre que la mató.

El mejor homenaje

Diana opina que el mejor homenaje que se le podría hacer a Betty es que alguien ayudara a su hijo. “Que lo lleven a un centro de rehabilitación o lo que sea, pero no se le puede dar dinero porque se lo gasta en drogas”, afirma.

Betty y Diana se conocieron en un restaurante de Torredembarra donde trabajaban juntas. “Todavía no me puedo creer que la hayan matado”, suspira Diana, que no puede evitar emocionarse cuando recuerda a su amiga. En el teléfono móvil conserva mensajes de audio de Betty e infinidad de fotografías. En las imágenes, a Betty se la ve alegre y jovial, una de aquellas personas que a simple vista generan buenas vibraciones. “Siempre estaba sonriendo y haciendo broma”, asegura Diana. Y era detallista: “Cada día mandaba un mensaje de buenos días y otro de buenas noches a sus hijos”.

"Todavía no me puedo creer que la hayan matado"

DianaAmiga de Betty

Betty tenía 52 años y era colombiana. Llegó a España hace más de dos décadas con su primer hijo, Sebastián, que ahora tiene 30 años y vive en México. Aquí conoció al padre de su segundo hijo y, después de que muriera, inició una relación con Manuel, un español de 56 años que era su pareja actual y fue quien la asesinó. A Manuel lo había conocido en el restaurante donde trabajaba. Era un cliente habitual. Diana lo describe como un hombre normal y tranquilo, pero muy celoso. Controlaba el móvil de Betty.

No fue al trabajo

Betty trabajaba como personal de limpieza de la empresa Grupo Alarcón. El hecho de que no se presentara al trabajo durante dos días seguidos hizo saltar las alarmas. Envió su último mensaje de WhatsApp el jueves 13 de mayo a las 10.12 horas, dice Diana. Su cuerpo lo encontraron cuatro días más tarde en la residencia de su pareja en el municipio vecino de Creixell. El hombre también estaba muerto. Se cree que se suicidó el mismo día que la policía entró en el domicilio.

Diana dice que tuvieron que hacer una colecta para pagar el funeral de Betty, y que el Grupo Alarcón acabó sufragando buena parte de los costes. Su cuerpo fue incinerado. "La mitad de las cenizas se las quedó un hijo, y la otra mitad, el otro", detalla Diana. Ella, por su parte, ya le ha hecho tres misas y reza para que alguien ayude al hijo menor y Betty descanse en paz por fin.

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