Núria Mora

Profesora y directora del Instituto Escuela Catalunya de Sant Cugat

Pere Virgili

Núria Mora

Profesora y directora del Instituto Escuela Catalunya de Sant Cugat

Lara Bonilla

"Sentí que abandonaba a mis hijos: mientras yo preparaba clases virtuales mis hijos estaban desatendidos"

Prácticamente de un día para otro, Nuria Mora, de 38 años, tuvo que reorganizar el instituto escuela que dirige para adaptarse a la pandemia y hacer educación a distancia con sus alumnos. Esto requería muchas horas de teletrabajo y una hiperconexión constante entre reuniones, clases y seguimiento de los planes de apertura de la conselleria. Pero Nuria Mora también es mamá de tres niños, que entonces tenían 6, 8 y 10 años y que también necesitaban que sus padres les ayudaran con las actividades escolares. "Y ahí vino el desajuste, porque tanto el padre de las criaturas como yo teletrabajábamos y hacíamos jornada completa", recuerda Nuria, que, como muchas madres durante la pandemia, ha tenido que hacer más malabarismos de los que ya son habituales. "Mi sensación era que estaba abandonando a mis hijos, porque en estas edades o estás o no realizan las tareas escolares", dice Nuria, que recuerda que los niños reclamaban su presencia y eso hizo aflorar el sentimiento de culpa. "Sentir que no estaba presente ni acompañándolos me hacía sentir mal. Y, encima, ¡la presión de las redes para hacer galletas y manualidades! Estaba trabajando para preparar una estructura educativa de clases virtuales mientras mis hijos eran los que estaban desatendidos”.

Pere Virgili

Reconoce que abandonaron el horario ambicioso de actividades y propuestas educativas que se habían marcado al inicio del confinamiento y, como muchas familias, aceptaron que necesitaban hacer uso de la televisión o la tablet para sobrevivir porque el teletrabajo con niños en casa no era una conciliación real. "Y aceptamos que llegamos hasta donde llegamos". Ambos progenitores se organizaron y acordaron, en la medida de lo posible, un horario, y mientras uno trabajaba el otro estaba con los niños. El confinamiento también pasó factura a la relación de pareja: "No estamos acostumbrados a convivir con nosotros mismos ni con otra persona tantas horas al día", admite. 

Es consciente de que ha sido una afortunada por tener trabajo, pero le costó trabajar desde casa y está convencida de que la educación presencial es "la única manera de garantizar la equidad". "Hay familias a las que no hemos llegado ni nosotros ni los servicios sociales". Cuando vieron que el cierre de las escuelas iba para largo, el profesorado se volcó para montar clases virtuales, repartir ordenadores a las familias que lo necesitaban y atender todas las casuísticas familiares. "Había familias que pedían más trabajo para hacer en casa y otras que no podían acompañar a los niños porque tenían que ir a trabajar", recuerda. Y la parte positiva que destaca es que "la pandemia ha puesto en valor la necesidad social de la escuela presencial". "Los padres y madres han hecho lo que han podido, pero no son maestros y creo que se ha puesto en valor la profesión". No es la escuela que querrían debido a las restricciones impuestas por covid, pero al menos han podido reabrir. No ha tenido miedo: "El riesgo cero no existe, tengo el mismo riesgo de contagio en la escuela que en cualquier otro lugar, y hemos tomado todas las precauciones".

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