Capítulo 2

Tierra quemada en el Kurdistán sirio

Milicianos yihadistas con el apoyo de Turquía actúan en la franja de territorio que Ankara quiere

Octubre 2019

Qamishli (Kurdistán sirio)

Columnas de humo llenan el cielo de la localidad de Tel Abyad, en el Kurdistán sirio.

Columnas de humo llenan el cielo de la localidad de Tel Abyad, en el Kurdistán sirio.MURAD SEZER / REUTERS

KARLOS ZURUTUZA

En Amuda dicen que ha sido la noche más tranquila desde que empezó la ofensiva turca contra el Kurdistán sirio el pasado miércoles. No se han oído explosiones, aunque todo ha cambiado desde entonces. Esta pequeña localidad kurda a 700 kilómetros al norte de Damasco se había convertido en el centro neurálgico de la administración kurdosiria. No en vano, fue aquí donde se instaló, en 2014, el Parlamento de esta comunidad que Turquía quiere borrar del mapa. 'Manantial de paz' es el nombre con el que Ankara ha bautizado su última operación militar sobre el norte de Siria.

Es la segunda más importante desde que la operación 'Rama de Olivo' arrasara con el territorio kurdo de Afrín antes de dejarlo en manos de yihadistas el pasado año.

"No hay sesiones desde que empezó todo, pero igual aparece alguien mañana", explica un guardia a la entrada del recinto amurallado que alberga la cámara. Es comprensible: si hay un lugar susceptible de ser bombardeado en Amuda, estamos a la entrada. Fue la difícil convivencia de dos administraciones paralelas –Damasco y kurda- en Qamishli, la principal ciudad kurdosiria, lo que llevó a los segundos a instalar su Parlamento en esta ciudad a 25 kilómetros al oeste donde nunca había pasado nada reseñable. La mayoría aquí es kurda, y el último rastro físico de la dinastía de los Assad desapareció cuando se sustituyó la estatua del padre por una de una mujer kurda.

"No es nadie en particular, solo una mujer, eso es todo", dice Shindar, una profesora de Primaria de 30 años ahora sin trabajo. Las escuelas en toda la zona están cerradas desde el pasado miércoles por seguridad y, aunque abrieran la de Amuda hoy mismo, tampoco cambiaría mucho las cosas. La mayoría de los niños y sus madres han desaparecido del pueblo. "Están todos en Hasaka", apunta Shindar. Ella no tiene hijos así que se queda. "¿Irme para qué?", zanja el asunto la kurda, sin dar más explicaciones. Tampoco es que sobren.

Mujeres y niños ya han huído

Desde un bazar en el que hay más tiendas abiertas que clientes, Mahmud, relojero, pregunta más que responde. "¿Por qué ha hecho esto Trump? ¿Crees que van a bombardear aquí?".

Pocos metros más allá, el mejor sastre de Amuda resulta más elocuente. "Intento evadirme trabajando pero no puedo dejar de pensar que esa gentuza que apoya Turquía vendrá a cortarnos la cabeza", dice, trazando una línea recta sobre un cuello del que cuelga una cinta métrica. Como casi todos, el sastre también ha mandado a su mujer y sus tres hijos con su familia en Hasaka. "No podíamos dejarlos aquí. Cada noche se morían de miedo por el sonido de las explosiones, sea de los proyectiles que caen o salen de aquí", explica.

Colas en la carretera para huir de la localidad de Ras al Ain, atacada por las fuerzas turcas.

Colas en la carretera para huir de la localidad de Ras al Ain, atacada por las fuerzas turcas. RODI SAID / REUTERS

La situación se agrava por momentos. Naciones Unidas da ya cifras 200.000 desplazados, y los objetivos turcos cubren un arco mas ancho de lo que cabía esperar. Un bombardeo sobre el campo de Ayn Issa ayer provocó la huida de más de 800 presos del Estado Islámico según fuentes oficiales, así como la aparición de células islamistas en el recinto anexo para los desplazados. 

Las infraestructuras más básicas, como los generadores de electricidad, también parecen haberse convertido en un objetivo en Qamishli, lo que ha dejado a muchos pueblos al oeste de la ciudad sin luz según fuentes de la administración local. Por si fuera poco la Media Luna Roja Kurda ha denunciado que Turquía intenta evitar que evacúen a los heridos con nuevos bombardeos. El último parte de víctimas civiles situaba su número en 45, apuntando también a un número indeterminado de desaparecidos.

Colas en la carretera para huir de la localidad de Ras al Ain, atacada por las fuerzas turcas.

Colas en la carretera para huir de la localidad de Ras al Ain, atacada por las fuerzas turcas. RODI SAID / REUTERS

En la avenida principal de Amuda, los vehículos militares cubiertos de tierra seca para mimetizarse con el terreno ya apuntan a que el peligro llega desde el aire. Probablemente se trate de un brindis al sol que solo sirva para mancharse las manos. Fuentes anónimas del aparato de seguridad turco trasladaban a este periódico que Ankara dispone de un sistema de alta tecnología en el que drones marcan con laser objetivos que la artillería turca puede bombardear con precisión milimétrica desde 40 kilómetros de distancia. 

Sea como fuere, desde el comienzo de la ofensiva, los ataques aéreos a convoyes no han discriminado entre combatientes y civiles. Fue uno de esos el que arrancó la vida a dos niños -12 y 7 años- el pasado día 10, así como la de un número sin determinar de civiles.  

Desastre en Serekaniye

"Algo va a parar esto, estoy convencido. No me puedo creer que todo el mundo se vaya a quedar de brazos cruzados", repite Alan, un mecánico experto de esas motos iraníes tan populares en esta zona. No se irá, dice, "porque esto no puede durar para siempre". Desde el teléfono, Alí Jalil dice que no las tiene todas consigo. Tras aguantar sin abandonar su casa el brutal asedio yihadista sobre su Serekaniye natal en 2013 y 2014, hoy son una gota de agua en la marea de refugiados que ha inundado Hasaka.

Un grupo de soldados rebeldes rodea un edificio destrozado. 

Un grupo de soldados rebeldes rodea un edificio destrozado. REUTERS

"Los yihadistas están dando fuego a todo para asegurarse de que no volveremos", dice este antiguo enterrador voluntario durante los años más duros de la guerra. Los vídeos del desastre circulan por las redes: tras el saqueo, los objetos personales que los Jalil  sus vecinos no pudieron llevarse, y otros tan inútiles para los rigoristas respaldados por Turquía como los libros arden en piras levantadas en mitad de la calle. Diar, hijo de Alí, se pone al teléfono: "No sé si volveremos a Hasaka algún día pero yo solo pienso en largarme de Siria. ¿Me puedes ayudar?", suelta este chaval de 18 años. Había empezado a estudiar en el campus de Qamishli de la Universidad de Rojava, pero no ha completado ni el primer trimestre.

En Amude faltan casi todos los niños excepto los de los gitanos. Es fácil verlos recogiendo plástico en la rotonda a la entrada del pueblo. Los tres de Amina y Hassan juegan en el patio interior de su casa, a pocos metros de allí. Llegaron de Hasaka ayer. La madre dice que las condiciones eran tan infrahumanas que prefieren volverse a Amuda. Que Dios decidirá.

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