Aceleración

"Dábamos altas sin hacer PCR y eso esparció el virus"

Un sanitario asiste a un paciente en el Hospital Parc Taulí de Sabadell CEDIDA. DRA. ANNA VALLE / PARC TAULÍ DE SABADELL

Aceleración

"Dábamos altas sin hacer PCR y eso esparció el virus"

Elena Freixa / Albert Llimós / Natàlia Vila / Marc Toro / Gemma Garrido / Cristina Mas / Mònica Bernabé

"Ingreso, niña de 80 años". Es una nota de un informe clínico de un pediatra del Hospital de Sant Pau. Acostumbrado toda la vida a tratar con niños, a mediados de marzo había aparcado su especialidad para tratar a las decenas de enfermos de covid que llegaban a Urgencias.

Todo el mundo se arremangó en un momento en que ya se podía ver que la pandemia, descontrolada, podía colapsar las 613 camas de UCI del país. Era 19 de marzo. El coronavirus ya había provocado 441 muertos y había 5.458 contagiados. "Cada día teníamos que añadir 24 camas de UCI, que es mucho más de las que tienen, de normal, muchos hospitales", explica el jefe del servicio de medicina interna del Hospital Vall d’Hebron, Ricard Ferrer. En pocas semanas, este centro construyó la UCI más grande de toda España, pasó de 40 a 203 camas para enfermos críticos y con capacidad para crecer hasta las 320. Había margen. En el Clínic tenían preparadas tomas de oxígeno para instalarlas en los pasillos si hacía falta -aún están ahí- y ya pensaban en poner 60 puntos de oxígeno para atender a pacientes en el claustro de la Facultad de Medicina. Empezaba una transformación vertiginosa.

Aquellos primeros días críticos, el tsunami -como muchos lo califican- sobrepasó a las administraciones y pulverizó cualquier previsión. Había que espabilarse y tomar la iniciativa, recuerdan los grandes hospitales. Bibliotecas y gimnasios se transformaron de repente en UCIs. Había que pasar tubos de gases para llevar el oxígeno, recurrir al pladur para separar camas y buscar desesperadamente equipamiento.

Una enfermera se viste en la UCI del Hospital de Sant Pau.

Una enfermera se viste en la UCI del Hospital de Sant Pau.Xavier Bertral

"Hicimos una lista de todos los centros sanitarios que teníamos a varios kilómetros a la redonda y los llamamos uno a uno. Nos dejaron torres de quirófano, respiradores, más de 40 equipos, y los hoteles de Barcelona nos suministraron 100 camas", explica Marc Vilar, responsable del área económica del Hospital Germans Trias i Pujol de Badalona. Hasta 300 empresas colaboraron desinteresadamente, recuerda Vilar. Desde restaurantes pasando por agencias de transporte o petroquímicas que facilitaron dos enormes cisternas de 1.000 litros de gel hidroalcohólico.

Todos los hospitales iniciaron una búsqueda intensa para encontrar recursos, especialmente los primeros días. El director del CatSalut, Adrià Comella, defiende que no se improvisó y que el departamento previó el peor escenario desde la llegada del virus a Italia a principios de febrero. Pero este relato contrasta con el de algunos profesionales. "De entrada, el Servei Català de la Salut (CatSalut) no estaba, porque no tenía el planteamiento de que tenía que asumir esta responsabilidad", apunta la gerente de Sant Pau, Gemma Craywinckel.

Mientras los hospitales se esforzaban por reforzarse, las residencias hacía semanas que pedían auxilio "desesperadamente". Pensadas como una extensión del hogar y sin recursos médicos, los 1.073 centros geriátricos catalanes se vieron forzados en muchos casos a atender a enfermos vulnerables, como si fueran hospitales. "El 20 de marzo no pudimos más. Envié una carta contundente a Madrid y a la Generalitat para que reconocieran nuestra situación", recuerda la presidenta de la patronal de las residencias en Cataluña y España, Cinta Pascual. "Era una impotencia brutal, no nos hacían ni caso. A mí me daba igual qué conselleria lo hiciera, pero necesitábamos médicos, material y recursos", insiste.

Equipos de protección de los sanitarios en el Hospital de Sant Pau.

Equipos de protección de los sanitarios en el Hospital de Sant Pau.Xavier Bertral

El miedo se esparcía, especialmente entre las personas mayores. "Los arrancábamos de sus familiares y se encontraban solos, perdidos en medio de aquellos vestidos que nos hacían menos humanos", relata el responsable de urgencias de Bellvitge, Pierre Malchair, sobre el choque que provocaba entre los pacientes la indumentaria de protección que estaban obligados a llevar los sanitarios. El miedo se evidenció en las visitas hospitalarias. El Hospital del Mar pasó de 300 consultas diarias a poco más de 100, y todas por coronavirus, mientras el resto de urgencias parecía que desaparecían. Primero se ingresaba a todos los enfermos que consideraban positivos y, por norma, no se daba el alta a gente que tenía una neumonía, pero a medida que se iba conociendo la enfermedad se impuso el alta precoz. "Eran criterios inventados, no había protocolos y era arriesgado, pero funcionó para no colapsar el hospital", dice Malchair.

Evitar el colapso era el mantra que se repetía entonces en declaraciones públicas y titulares. Se insistía en que ello pasaba por intensificar el confinamiento, pero se olvidaba que era una misión imposible sin tener en cuenta la atención primaria. Los CAP tenían que hacer el seguimiento de los pacientes leves y moderados (un 80% del total) y contenerlos, y eso debía ser compatible con la atención al resto de patologías. La crítica de los ambulatorios es la visión "hospitalocéntrica" que explicaba la crisis sanitaria basándose en conceptos como las UCI y los respiradores, apunta Antoni Sisó, médico y presidente de la Societat Catalana de Medicina Familiar i Comunitària (CAMFiC). "Se cometió el error de pensar más en el final de la enfermedad y se olvidó cómo trabajar y aislar casos en las fases iniciales", corrobora Albert Planas, médico en el consultorio de Sant Julià de Vilatorta, en Osona.

Los protocolos nacen caducados

La expansión del virus superó todas las previsiones

La velocidad de los contagios dejaba en papel mojado las previsiones de los epidemiólogos. "Trabajamos sobre 8 escenarios. El más grave preveía que casi cuadruplicábamos el número de camas de UCI y que prácticamente todo el hospital sería para pacientes de covid. Entonces no pensábamos llegar a ese punto", rememora la jefa de epidemiología de  Vall d'Hebron, Magda Campins. El peor escenario se superó: de 40 camas de críticos pasaron a 180. Había predicciones incluso más catastrofistas. El director asistencial de Vall d’Hebron, Antonio Roman, llegó a ver una que hablaba de 10.000 camas UCI en toda Cataluña. Al final, en el momento más dramático, el coronavirus supuso 7.600 ingresos y más de 1.500 camas de UCI llenas al mismo tiempo, casi el triple de la capacidad normal. El impacto fue desigual en el territorio, con los focos más graves en la Conca d’Òdena, el área metropolitana norte y la ciudad de Barcelona.

Los planes de contingencia de los hospitales tuvieron que cambiar a la fuerza: de estar pensados para picos puntuales -como los atentados del 2017- ahora tenían que resistir a un crecimiento repentino y sostenido como el que planteaba la pandemia. Ya en febrero muchos centros trabajaban en documentos que no aguantaban ni 24 horas sin verse superados y que circulaban rápidamente por grupos de WhatsApp, la única herramienta capaz de ir a la misma velocidad que el virus. "Teníamos que ser muy rápidos y eso hace que te equivoques. Y no pasa nada. Al día siguiente lo rectificábamos", explica el director médico del Clínic, Antoni Castells, que durante más de 60 días presidió el comité de crisis diario en el centro.

Datos facilitados por el departamento de Salud hasta el 4 de junio. La cifra de víctimas puede variar más adelante porque el gobierno va corrigiendo y validando los datos en función de los retrasos en las notificaciones.

Datos facilitados por el departamento de Salud hasta el 4 de junio. La cifra de víctimas puede variar más adelante porque el gobierno va corrigiendo y validando los datos en función de los retrasos en las notificaciones.Fuente: Departamento de Salud / Gráfico: ARA

La lluvia de protocolos en la atención primaria era constante y difícil de digerir. "En la información había incluso artículos en chino que no sabíamos interpretar", admite Anna Forcada, gerente del ICS en la Cataluña Central. Para evitar la confusión entre los profesionales, algunos ambulatorios optaron por que la dirección leyera y simplificara las recomendaciones antes de distribuirlas.

Los centros de atención primaria veían casos de esta "gripe extraña" ya desde finales de febrero y cuando estalla la crisis recurren a una "autoorganización generalizada", según varios médicos.

Hospital de Mataró.

Hospital de Mataró.Cristina Calderer

"Nos llegaban recomendaciones, pero cada centro se adaptó en función de su realidad", reconoce Jordi Mestres, director del CAP Rambla de Sant Feliu de Llobregat. Entre la semana del 9 y la del 23 de marzo se desprogramaron visitas no urgentes a los centros, se diferenciaron los circuitos de urgencias respiratorias y no respiratorias y se potenció la atención domiciliaria y, sobre todo, telefónica. "El objetivo era que la población estuviera confinada y que no le faltase la asistencia médica", insiste Gloria Jòdar, enfermera y directora del CAP de Sant Andreu de la Barca.

En la Conca d’Òdena, aún el foco principal de la epidemia, los cinco equipos de primaria del área confinada unificaron servicios y toda la atención presencial se concentró en el CAP Anoia de Igualada, donde el 20 de marzo se montó una carpa del Servei d’Emergències Mèdiques (SEM) para los casos de covid-19.

Sin certezas ni tratamiento

La dificultad para hacer PCRs impedía controlar el virus

En los laboratorios de los hospitales, lejos de los focos, se llevaba a cabo un trabajo crucial. No se tenía claro cómo tratar la enfermedad ni cómo detectarla. Los médicos actuaban a ciegas, mientras se trabajaba sin descanso para encontrar tratamientos eficaces y seguros. "En el laboratorio se probaron 150 antivirales con células y 148 fallaron: sólo funcionaron el remdesivir, que se desarrolló para combatir el Ebola y no funcionó bien, y la hidroxicloroquina, que se utiliza desde hace años con éxito contra la malaria", recuerda Oriol Mitjà, que impulsó uno de los primeros ensayos clínicos con este segundo fármaco con 3.000 personas. "Ahora con la hidroxicloroquina estamos en un punto muerto, porque hay un centenar de estudios en marcha en el mundo. Algunas primeras observaciones apuntan a que tal vez no funciona y que en algunos casos podría ser tóxico, pero no son definitivas", añade.

Tener suficiente capacidad para hacer tests era crucial y se convirtió en una pesadilla. "Al principio dábamos altas sin hacer PCR, había una mezcla de cuadros gripales con posibles covid-19, y esto pudo esparcir los virus", reconoce Isabel Cirera, del Hospital del Mar. Hasta que Salut Pública cambió los criterios y puso el foco en las neumonías. "A cualquier neumonía que entraba en urgencias le hacíamos una PCR y nosotros también se las hicimos a todos los ingresados que ya estaban en la UCI, y eso nos salvó de brotes hospitalarios como los detectados en algunos hospitales de Madrid", dice la jefa de epidemiología de Vall d'Hebron, Magda Campins.

Los médicos defienden la utilidad de la PCR a pesar de no ser una prueba perfecta. El problema era que no había para todos. La atención primaria denuncia que no tenía. El resultado: médicos, enfermeras y personal administrativo de los CAP enfermaron o se tuvieron que aislar a la espera de que les hicieran pruebas -que tardaban días en llegar- ya antes de la declaración del estado de alarma el 14 de marzo. "Mientras tanto, veíamos cómo se iban haciendo tests a políticos y famosos. Y nos preguntábamos: «Y nosotros qué?»", Afirma Mireia Moret, médico del CAP Pare Claret.

Una enfermera en la UCI del Hospital Clínic.

Una enfermera en la UCI del Hospital Clínic.Adrià Puig / Getty

El otro caballo de batalla para la detección de casos, los tests rápidos, tampoco se salvó de los problemas. "Hubo mucha presión porque los políticos interpretaron que cuanto más tests, más control de la epidemia, pero los tests rápidos son para investigar cuánta gente ha tenido la enfermedad una vez que ha pasado, no sirven como prueba diagnóstica, que sólo se puede hacer con PCR", repasa Benito Almirante. De hecho, en las residencias se pedían a gritos "tests, tests y más tests" para poder sectorizar los centros y separar correctamente a los enfermos. La presión hizo que acabaran importando tests con una fiabilidad muy baja. El 27 de marzo el ministro Salvador Illa admitió que la compra de 640.000 tests rápidos que España hizo en China era una partida defectuosa. Esto frustró las esperanzas de hacer tests masivos a la población.

Abandono de las residencias

Los centros sufrían la falta de recursos médicos

Mientras tanto, las residencias sufrían la descoordinación por parte del gobierno catalán: "Te llamaban de diferentes departamentos para preguntarte lo mismo una y otra vez", explica Eva Chaparro, directora de la Fundación Consorts y Guasch. Los geriátricos, de hecho, sólo se sintieron acompañados cuando la crisis era incipiente. "El 11 de marzo nos convocaron a una reunión en la que nos dijeron que se cerrarían los centros", recuerda Montserrat Falguera, presidenta de la federación de residencias en manos de entidades sociales, FEATE. "Pensé que era un poco excesivo", admite. Dos días más tarde llega el punto de inflexión: se prohíben las visitas de familiares a las residencias.

El "abandono" de la administración empieza a partir de entonces, según el sector, y lo que se demostraría pronto es que el aislamiento de los geriátricos ya llegaba tarde. "En Madrid la transmisión comunitaria se había detectado el día 9 de marzo, y en Cataluña todavía nos pasamos una semana entera sin cerrar los centros", señala Mar Pastor, enfermera de una residencia en Barcelona.

Llegados a la semana del 23 de marzo, muchas residencias ya habían informado de casos de contagios -la Generalitat admitía un centenar- y también de muertos. Los centros seguían haciendo frente al virus sin ningún recurso sanitario y el tono de las demandas empezaba a subir. "Las reuniones con la Generalitat durante el mes de marzo eran muy duras. Las personas que trabajaban en primera línea estaban literalmente desesperadas, incluso lloraban, y decían abiertamente «¡Ayudadnos, que se nos está muriendo mucha gente!»”, relata Joan Segarra, presidente de la patronal de las empresas del tercer sector.

Un enfermo es trasladado al Hospital de Bellvitge.

Un enfermo es trasladado al Hospital de Bellvitge.David Ramos / Getty

Otros asistentes a los encuentros aseguran que los rangos más altos de Salut no participaron hasta la "segunda o tercera reunión". Desde Afers Socials, la directora general Aina Plaza defiende que el departamento suspendió los nuevos ingresos, las actividades de grupos y las concentraciones de residentes en zonas comunes, y pidió a todos los centros reforzar medidas antisépticas y de higiene. "Activamos todo lo que estaba en nuestras manos, y todo fue poco", reconoce.

Una persona que dirige varios centros en Cataluña constató el desamparo cuando tuvo que gestionar su primer caso de contagio. "Era de noche ya, pero no muy tarde. La Generalitat había habilitado un teléfono para llamar y lo hice. No me respondió nadie. A la mañana siguiente volví a intentarlo y quien me atendió me dijo: «De acuerdo, no sufra, ahora lo comentaremos»". Nunca obtuvo respuesta.

Sin manos ni material

La alta demanda mundial tensionó el abastecimiento

La avalancha de pacientes en los hospitales evidenció una carencia grave: faltaban manos, sobre todo de profesionales especializados en tratar a pacientes críticos. El 20 de marzo Salut hizo un llamamiento a médicos jubilados, estudiantes y residentes MIR. Hacían falta en todas partes, especialmente en el Hospital d’Igualada, donde se contaban entre 14 y 18 muertes al día en lugar de las tres que había como máximo antes de la pandemia. "Tuve que gestionar la llegada de un contenedor frigorífico desde Barcelona para ampliar los servicios en el cementerio municipal", recuerda el alcalde de Igualada, Marc Castells. La situación en el centro sanitario de Anoia era crítica. "Teníamos capacidad para aguantar nuestra población de referencia, pero como teníamos más de 100 profesionales de baja, entre positivos y aislados, nos tuvieron que ayudar", afirma el jefe de medicina interna, Santiago Abreu.

Sábado 21 de marzo. Igualada empieza a drenar pacientes hacia el Hospital General de Cataluya. "Estábamos llegando al colapso, trasladamos 50 pacientes en un día", explica la supervisora ??de Urgencias Maribel Salvago. "En una hora llegaron 13 ambulancias, el ritmo de atención era impresionante", dice Castells. Ese mismo día setenta científicos avisaban de que en pocos días todo el sistema sanitario podía colapsarse. "Vienen días muy duros", afirmaba Pedro Sánchez alineándose con la predicción de que lo peor estaba por llegar.

Al día siguiente Anna Ramos, neuróloga del Hospital Trias i Pujol, no pudo dormir. El lunes tenía que empezar a trabajar en la UCI. Como tantos miles de profesionales, tenía que ponerse a hacer algo para lo que no había sido preparada. "Los médicos no somos como el doctor House, estamos superespecializados, y aprender sobre respiradores son 5 años estudiando, no lo puedes aprender en una mañana", relata. Pero no había margen para la preparación.

Martes 24. En una semana el número de pacientes en las UCI catalanas se había multiplicado por 10 hasta llegar a los 781. "No tenías enfermeras para atender a estos enfermos, no podías contratar. Tuvimos que hacer una formación exprés brutal, mirando vídeos", describe la directora de enfermería del Trueta de Girona, Pilar Solé.

Y mientras se trabajaba para reforzar a los equipos, el material llegaba con cuentagotas y se pagaba a precios disparados, hasta el punto de que mucho de este material se reutilizó, por ejemplo, esterilizándolo. "Pagad el precio que sea, porque cada semana sube". "Pagad el precio que sea, porque cada semana sube". Era el mensaje de CatSalut a los organismos encargados de las compras centralizadas desde hacía casi un mes. Con esta decisión se ganó "potencia y solvencia para ir al mercado", defiende Vilar, encargado del área económica de Can Ruti. En paralelo, sin embargo, muchos centros se espabilaron por su cuenta, con el visto bueno de Salut. "Si intentas gestionar una crisis haciendo que el departamento de Salut se encargue de todo, se llega a mucho menos, así que les decíamos a los hospitales: «Vosotros haced, nosotros también y entre todos conseguiremos más»", recuerda la consellera Vergés.

Un paciente llegando al Hospital de Bellvitge.

Un paciente llegando al Hospital de Bellvitge.Pere Virgili

En el Clínic, por ejemplo, recuperaron el material que tenían del tiempo del Ebola. "Tuvimos que racionalizar muchísimo, había días en que rezábamos para que al día siguiente nos llegara un paquete", resume la jefa de enfermería, Gemma Martínez. Pasaba en todos los hospitales. En el Trueta de Girona tiraron del territorio comprando material a una empresa de Olot o recibiendo apoyo de la industria cárnica, que compró monos que se ajustaron para lo que necesitaba el equipo que estaba en primera línea. Los errores en las compras por parte de la administración todavía dificultaron más las cosas. El ministerio de Sanidad terminó retirando una partida de mascarillas que no eran suficientemente seguras. "Ya las habíamos usado un montón de personas", remarca Bet Gallart, enfermera de Vall d'Hebron.

En algunos hospitales pequeños el material directamente ni llegaba. Una médico del Hospital Comarcal de l’Alt Penedès critica que al principio tenían una mascarilla por semana y que las batas las tenían que improvisar con bolsas de basura. La misma situación que denuncia una cardióloga del Hospital Sant Joan de Déu de Martorell, donde ocho de los diez médicos de medicina interna se infectaron. Por el contrario, la coordinadora de Urgencias del Hospital Mutua Terrassa, Elena Munzón, asegura que pudieron tener material y circuitos para evitar contagios; en parte, porque la directora médica del centro es infectóloga y era consciente de la magnitud del problema. "Fue clave para que nos anticipáramos", destaca.

También escaseaban recursos para atender a los pacientes. "Los tanques de oxígeno se vaciaban, y había tantos enfermos que los necesitaban que sonaban las alarmas porque se acababa el suministro. Era muy dramático", recuerda Salud Santos, neumóloga del Hospital de Bellvitge. En toda Cataluña tampoco había caudalímetros, el aparato que regula el oxígeno para el enfermo. Las tomas de oxígeno estaban montadas, pero no se podían utilizar porque faltaba este aparato.

La sensación era como la de estar justo al borde del precipicio. A punto de quedarse sin respiradores y sin la medicación básica para los enfermos: "Tuvimos alertas de la farmacia del hospital que quizá no podrían suministrar el material necesario. Entonces no lo podías decir para no crear alarma", resume el jefe de medicina intensiva del Sant Pau, Jordi Mancebo. "Te encontrabas con que de un determinado medicamento no había en todo el mundo, se tenían que cambiar presentaciones y hacer diluciones, con los riesgos que eso conlleva", explica la enfermera Gallart de Vall d'Hebron. Y lo corrobora su compañero, el doctor Ricard Ferrer: "Esto obligó a buscar fármacos similares: pasó con los de sedación o parálisis muscular que utilizamos para inducir el coma". El impacto de la pandemia en este centro suma 30 millones de euros y el director asistencial, Antonio Roman, se cansó aquellos días de reclamar a las autoridades sanitarias la necesidad de crear una industria de kilómetro 0. "En toda Europa no se fabricaba ni un solo paracetamol, es un error estratégico", lamenta.

23 días con el mismo kit de protección

Se hicieron batas con bolsas de basura

El desabastecimiento de material hizo que trabajadores de algunas residencias se autoconfinasen con los residentes para blindarse del virus, pero la mayoría resistía como podía sin recursos. Cuando se detectaba un caso de contagio, se seguía el protocolo: se aislaba a esa persona y se pedía material de protección. En este último punto, el protocolo fallaba: la respuesta de la Generalitat era enviar a los responsables de los centros a un almacén en Sant Sadurní d'Anoia. "Llegabas allí y te daban un solo kit que servía para atender a un único paciente durante 48 horas", explica Falguera, de la federación de entidades. "En ese paquete había dos batas y 15 mascarillas para dos días -recuerda la directora del geriátrico Olivaret- y con ese único kit nosotros nos pasamos 23 días". Para Pascual, de ACRA (Asociación Catalana de Recursos Asistenciales), esto demuestra la "poca conciencia" que se tenía de lo que estaba pasando.

Mensaje del equipo de enfermería a sus compañeras, en Sant Pau.

Mensaje del equipo de enfermería a sus compañeras, en Sant Pau.Xavier Bertal

Las donaciones de material de ONGs o de las mismas familias fueron la salvación de muchos para intentar subsistir. "La comunidad china del barrio también nos ayudaba. No querían salir de casa pero recopilaban mascarillas, nos avisaban, y quedábamos para que nos las lanzaran en bolsas desde su balcón a la calle", explica la trabajadora social de un centro. "Nos decían que la prioridad eran los hospitales y los sanitarios, y lo entendíamos, pero nuestros profesionales estaban atendiendo al mismo tipo de enfermos", explica Segarra, de la patronal de entidades.

La falta de material fue "la tragedia" desde el principio. La ola de casos sin el conocimiento, la capacidad de diagnóstico y los elementos de protección básicos generó "la tormenta perfecta", dice Toni Andreu, ex alto cargo del Govern y director estratégico de ACRA. Y la situación tampoco era ideal en los CAP. En los centros más grandes o vinculados a hospitales siempre hubo material disponible, pero en otros puntos del territorio las bajas de sanitarios evidenciaban la falta de recursos. En el CAP de Sant Andreu de la Barca, por ejemplo, utilizaban equipos de pintores, odontólogos o soldadores porque no tenían suficiente con los que les proporcionaba el ICS. "Nos poníamos batas hechas con bolsas de basura o pantallas hechas con impresoras 3-D y separadores transparentes de libretas", añade Joan Gené, médico en el CAP Casanova, mientras que en otros centros se usaban las mismas mascarillas durante cinco o seis días . "Las FPP2 no nos llegaron hasta finales de abril", asegura Nani Vall-llossera, médico en el CAP Bon Pastor.

26 de marzo. Las UCI superan la barrera temida de los 1.000 ingresos y la tensión va en aumento. El virus acelera y se ponen todos los recursos para evitar escenas dramáticas como las de Madrid, con pacientes amontonados en los pasillos del Hospital 12 de Octubre. "La imagen de los hospitales madrileños a rebosar con vigilantes en las puertas sin poder atender enfermos porque no tenían espacio donde ponerlos marcó muchas de nuestras decisiones. Era la imagen del fracaso y no queríamos repetirla", admite el director del CatSalut, Adrià Comella. Llegaban los 10 días más difíciles para el sistema sanitario catalán.

"Y tanto que había tests! Eso sí, los tenías que pagar"

En los peores días de la crisis las residencias no sólo tuvieron que batallar por el material de protección, sino también por los tests, que no llegaban. De hecho, muchas residencias decidieron recurrir a los laboratorios privados que, previo pago de más de 140 euros, les hacían las pruebas de manera casi inmediata. Uno de estos centros fue la residencia ORS Rosselló de Barcelona, ??un geriátrico con 28 residentes donde todo lo que se recibió de la Generalitat durante el mes de marzo fueron un centenar de mascarillas, tres gafas y diez guantes de cocina de la marca Vileda.

Hartos de esperar, su directora explicaba a principios de abril al ARA que había decidido comprar los tests a los laboratorios Cerba Internacional. La dirección de la residencia Olivares hizo lo mismo. Y, como ellas, hasta un centenar de geriátricos más pidieron cita entonces, según aseguró a este diario Nuria Bustio, directora de desarrollo de negocio.

"Es que, si no, estamos trabajando a ciegas", se justificaba Cristina Anoro, la directora de la ORS Rosselló. "Las residencias nunca han sido nuestros clientes, pero corrió la voz que hacíamos las pruebas y ahora cada día vamos a dos o tres centros", afirmaba Bustio al ARA la primera semana de abril.

La situación contrastaba con los mensajes oficiales de los gobiernos -tanto español como catalán-, que decían que los recursos de los laboratorios privados debían estar a disposición del sistema público aquellas semanas. De hecho, Cerba Internacional, como otros, aseguraba que se había puesto en contacto con el ICS para ofrecer sus servicios pero no habían obtenido respuesta. Vergés explica haber visto con sorpresa que el circuito privado continuaba funcionando aquellos días y admite: "Algunos decían: «Mira, mientras no me digas explícitamente qué necesitas, yo voy haciendo estas pruebas que me han encargado por otro lado»". El sector de las residencias critica con dureza lo que pasó: "¡Había tests, y tanto que había! Pero los tenías que pagar", asegura la directora de un geriátrico barcelonés.

La especulación llega al precio de los materiales

Las cifras de los datos de material asustaban. El número de batas que se utilizaban se había multiplicado por 10 respecto al año anterior, el uso de guantes por 3 y el de mascarillas por 5. "No había proveedor que aguantara este consumo tan bestia. En los ambulatorios hubo cosas que se multiplicaron por 1.000, como las batas de alta protección, porque antes no las usaban -explica a modo de ejemplo Marc Vilar, del área económica de Can Ruti-. Una bata de 1,5 euros valía 20 euros, había mucha especulación". "Hemos pagado 0,84 euros por una mascarilla quirúrgica, cuando en condiciones normales cada unidad tiene un coste de 0,03", resume el director económico del CatSalut, Ivan Planas, que cifra el gasto total del departamento de Salut durante la crisis en 1.300 millones. Parte de este dinero se ha gastado en ampliar y aprovisionar las UCI o comprar materiales de protección, pero el mayor volumen -unos 800 millones- se ha destinado a contratar servicios y pagar a los centros para asistir a los enfermos.

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