Tres sanitarios llevan a un enfermo desde la unidad de Medicina Intensiva del Hospital Parc Taulí de Sabadell. CEDIDA. DRA. ANNA VALLE / PARC TAULÍ DE SABADELL
28 y 29 de marzo. "Ese fin de semana fue horroroso", recuerda Jéssica López, enfermera del Hospital del Mar. Estaba encerrada en un quirófano con dos enfermos críticos sin ser especialista de UCI. Entraba a las ocho de la mañana y, para aprovechar al máximo el equipo de protección y evitar contaminar otras áreas, no salía hasta las ocho de la tarde, con la única excepción de media hora para comer. Doce horas aislada, totalmente sola, sudando y "con heridas en la cara" por tener que llevar el equipo de protección durante tanto tiempo.
"Fue muy duro, teníamos miedo de no hacerlo bien, de no estar a la altura. Teníamos ansiedad. Cada día lloraba una compañera. Estábamos hundidas. Era un infierno, muchos enfermos no progresaban y se morían, había muchas bajas de compañeros y no teníamos gente para sustituirlos. Pero fuimos tirando", relata Jéssica. También recuerda la crudeza de aquel fin de semana Isabel Cirera, que estaba dirigiendo las Urgencias del hospital. "Tenía pacientes por todas partes, sentados en las sillas. Parecía que eran casos leves, gente de 50 y 55 años, pero al cabo de cinco o seis horas tenías que correr para llevarlos a la UCI, e incluso algunos se morían ya en Urgencias".
Una sanitaria atendiendo a un enfermo en la UCI del Hospital Parc Taulí de Sabadell.CEDIDA. DRA. ANNA VALLE / PARC TAULÍ DE SABADELL
Para el jefe de neumología del Trueta, Ramon Orriols, fueron días "impresionantes" en los que "te preguntabas si tendrías que dejar a pacientes en el pasillo" y "llorabas en el trayecto entre casa y el hospital". "Recuerdo tres días en los que al marcharme por la noche pensaba: «Mañana tendremos el hospital colapsado»", resume Castells, del Clínic.
Era urgente aligerar la carga de los hospitales y hacerlo rápido. "En 48 horas convertimos un hotel, el Catalonia Plaza, en un hospital con 500 camas", relata la jefa de enfermería del Clínic, Gemma Martínez, que tiene claro que sin el hotel habrían “colapsado”. Era necesario, además, encontrar enfermeras suficientes. El domingo 29 de marzo empezaron a trasladar a pacientes, y el Hospital Vall d’Hebrón también derivó los primeros 22 enfermos a un polideportivo cercano, uno de los tres que se montaron en Barcelona. El sistema se reprodujo rápidamente por toda Cataluña.
En Badalona, el hotel Rafael abría para recibir pacientes de Can Ruti. "El suelo era todo de moqueta. Lo tuvimos que forrar todo en una semana porque es lo peor para un virus como este", relata Marc Vilar, director económico del hospital. Los grandes centros resistieron porque los enfermos menos críticos se drenaban. Vall d'Hebron derivó a las cinco clínicas que le apoyaban casi un tercio de los 3.000 pacientes. También fue vital el trabajo de la atención primaria haciendo seguimiento a domicilio, señala la directora de Bellvitge, Cristina Capdevila, que reconoce que, "en otras circunstancias", estos pacientes atendidos en casa los habrían tenido que ingresar.
Limpieza del hotel Catalonia Plaza.Cristina Calderer
Peor era la situación de algunos hospitales pequeños. El Hospital de Mollet se convirtió en una "completa UCI colapsada", según el doctor José María Tricas. Pese a que se trata de un centro que normalmente no tiene UCI, llegaron a tener trece pacientes intubados. Hasta que no pudieron denunciar los hechos públicamente, Salut no dio respuesta ni se empezaron a derivar pacientes hacia el Parc Taulí de Sabadell y el Clínic. Pero, a pesar de que triplicó las UCI y pudo contar con la ayuda de cuatro clínicas y del hotel Catalonia, el Clínic sufrió el "drama de ser un hospital viejo", admite Antoni Castells: "Necesitamos más espacio. El enfermo que hay ahora es más complejo que el de hace 20 años. La pandemia nos ha acabado de tensionar y toca reivindicar un hospital nuevo".
La situación era tan delicada que las administraciones hacían lo imposible para evitar que se hicieran realidad algunos de los escenarios que se dibujaron en los comités de crisis, como el cierre de puertas en los hospitales y los "enfermos rebotando de un centro a otro ", explica el presidente de Metges Sense Fronteres, David Noguera. En las reuniones de estos comités aparecieron soluciones extremas, como traer médicos extranjeros, construir "trenes medicalizados" (Renfe presentó un prototipo) o aviones que "llevaran enfermos a otros países".
Mientras los hospitales encontraban soluciones nunca antes imaginadas para evitar el bloqueo, las residencias seguían en un punto muerto insostenible. Por más que siguieran los protocolos, los contagios seguían descontrolados, en buena medida por los enfermos asintomáticos, que habían dejado en mínimos a las plantillas de profesionales. El sector exigía a gritos la intervención pública para salvar a los centros.
Lunes 30. La residencia del Olivaret ya tenía al 75% de la plantilla de baja y algunos estaban graves, como la misma directora, que pasó semanas ingresada. Sólo quedaban cinco trabajadores para atender a 23 residentes y Cristina Sánchez, la trabajadora social del geriátrico, se encontró de repente cogiendo las riendas del centro junto con Mar Pastor, la enfermera de la residencia. La primera remesa de EPIs les llegó ese lunes. Ellas, como muchos otros geriátricos, sí colapsaron.
"Es lo peor que he vivido en mi vida. Tenía la sensación de que me moría. Por la noche tenía pesadillas, tenía miedo constante, miedo a morir", admite Mar. Cristina se suma a la indignación y recuerda que tuvieron que hacer de cocineras, de peluqueras y de enfermeras y que tuvieron que "coordinar" y "suplir el amor de las familias". Incluso tuvieron que comprar comida congelada porque no daban abasto para alimentar a los residentes. "No podía ponerme a cocinar si tenía a personas al lado que se me estaban muriendo literalmente", sentencia Mar.
"Desde el hospital donde estaba ingresada, la directora me envió un whatsapp: «Si mañana no viene nadie, ¿quién cuidará a los abuelos?»", explica Cristina. Las trabajadoras no podían más y, viendo que en algún centro en Valls o Sant Adrià ya lo habían hecho, pidieron el rescate. Pero nadie contestó a los correos. Sólo les hicieron un seguimiento telefónico desde Salut Pública y les informaron de que había una bolsa de trabajo abierta. "Que no sirvió para nada", lamenta Cristina.
"Terminamos contratando a una periodista para que hiciera de lavandera y a una médico extranjera que no tenía el título homologado para hacer de cocinera, ¡flipa! -explica Mar-. También a un auxiliar que era un médico cubano que en su país era especialista en Urgencias". Con esta plantilla improvisada aguantaron casi un mes hasta que el resto de trabajadores se reincorporaron.
Martes, 1 de abril. La Casa Asil de Sant Andreu, en Barcelona, ??reclamaba "manos" desesperadamente. La historia se repetía en muchas residencias. Ese día la Generalitat admitió 362 residentes muertos por covid-19 y más de 3.000 profesionales del sector aislados. En Santa Coloma de Gramenet, el centro público Ramon Berenguer también tenía a 72 residentes aislados y más de media plantilla de baja.
Ninguna de estas residencias acabó intervenida por el Govern, que, hasta ahora, se ha hecho cargo de trece centros durante toda la crisis, los que consideraban que estaban "en una situación límite". Pero en ningún momento se ha hecho público cuántos centros pidieron el rescate y si se les denegó o directamente no se les respondió. Ante el drama de las residencias, Afers Socials sí habilitó entonces un centenar de plazas para trasladar a residentes enfermos -que quedaron cubiertas en pocos días- y permitió a los familiares que quisieran llevarse a los residentes a casa, pero sin hacerles ningún test previo. "En ningún caso hubo abandono", rebate el conseller del ramo, Chakir el Homrani.
Comparte el diagnóstico y acepta las críticas de los centros, pero defiende que su "capacidad de respuesta era limitada". "Hemos tenido de todo, no sólo gritos de auxilio de los directores. También hemos tenido gerentes que se han marchado de la residencia sin dejar ninguna directriz. La realidad ha sido muy cruda y ha habido de todo ", añade Plaza, desde la dirección general de Afers Socials.
El contagio entre el personal de las residencias se repetía en los hospitales. A finales de esa primera semana de abril se llegó al peor momento de toda la pandemia, porque "muchos médicos de UCI se contagiaron y cada vez había menos especialistas", dice la neuróloga de Can Ruti Anna Ramos: "coincidió el pico de ingresos con las complicaciones de los más críticos y las bajas de los compañeros. Eran días en que todo iba mal".
Los sanitarios estaban al límite, sobre todo mentalmente. El doctor Orriols, del Trueta, tenía a una compañera ingresada en semicríticos cuando le comunicaron que un médico de Lleida, conocido suyo, moría. "Ella decía «Qué sensación más extraña: estoy ingresada en una cama en la que había pacientes que he atendido y han muerto»". Otro facultativo tenía a su pareja en la unidad de semicríticos y su suegra se le moría en casa. Ante situaciones como estas, los que tenían familia enferma preferían "trabajar para tener la cabeza ocupada", dice Orriols. Para el jefe de medicina intensiva de Sant Pau, Jordi Mancebo, fue una pesadilla, porque "a principios de abril cada día era peor que el anterior". Esto se puede aguantar un par de días, pero "cuando se alarga 10 o 15 días seguidos, con gente que muere, es muy duro". Sensaciones que resume el doctor Benito Almirante: "Tuvimos la impresión de que la enfermedad nos pasaría por encima y en algunos compañeros había sensación de derrota".
UCI del Hospital de Sant Pau.Xavier Bertral
Y es que, hasta la fecha, más de 60 sanitarios han muerto y 50.000 se han contagiado en España. Una de ellas, Yolanda Peralta, enfermera del Clínic, llegó a 39 de fiebre y estuvo ingresada 15 días en su propio hospital: "Había visto a enfermos que se ponían fatal en cuestión de horas, y después de cuatro tandas de antibióticos el virus siempre ganaba y volvía la fiebre: me veía en la UCI".
Esa misma semana, el Clínic optó por una medida excepcional: hacer pruebas PCR de manera regular a todos los trabajadores que estaban en contacto con el covid-19. "Como hacíamos regularmente un test, los detectábamos antes de que tuvieran síntomas y así hemos evitado contagios", explica la doctora Anna Vilella, que asegura que esta medida "en ningún momento" provocó que no hubiera pruebas para los pacientes.
"Estuvimos a 48 horas de tener que decidir a qué paciente se intubaba porque no teníamos más respiradores", admite la gerente de Sant Pau, Gemma Craywinckel. En Bellvitge no sólo estaba llena la UCI, sino que había 90 enfermos semicríticos "que en otras condiciones habrían estado en unidades de críticos" y, si se hubiera podido, habrían sido "intubados", reconoce la directora. La saturación en los hospitales hizo estallar el debate: ¿la edad marcaba quién tenía derecho a una cama en el hospital?
"En algún momento aparece un protocolo del SEM que especifica que no se derive a la gente mayor a los hospitales", explica Joan Segarra, de la patronal de entidades que gestionan residencias. El documento se filtró el 31 de marzo y todavía enfrenta a los geriátricos con Salut. Vergés defiende que los traslados a los hospitales obedecieron siempre a "decisiones clínicas basadas en cómo está el enfermo y las posibilidades que hay", unas "decisiones muy complicadas" que la consellera admite que no cuestionará nunca. Entiende, eso sí, "la impotencia" que podían sentir las residencias.
"Vi que estaban dejando morir a los abuelos, y eso me acompañará toda la vida. Desde la puerta de la habitación, los médicos señalaban y decían: «Morfina, morfina, morfina...», ¡sin visitarlos!", admite Pascual, de ACRA, sin poder aguantar las lágrimas. En otras residencias, como en una del Garraf, no apareció ningún médico hasta el 6 de abril. "No pedíamos UCIs. Ya sabemos que nuestros residentes no son candidatos para entrar. Lo que me preocupaba era que cuando necesitaban atención algo más medicalizada, como oxígeno, el SEM no les trasladaba a los hospitales", denuncia Mar Pastor, del Olivaret. "Entre una UCI y negar una ambulancia para ir a Urgencias hay un trecho muy grande. ¡Sólo pedíamos que les pusieran una mascarilla de oxígeno durante una hora!", lamenta.
Las instrucciones internas que recibieron los trabajadores del SEM detallaban que "la edad es un criterio importante", aunque "no debe ser nunca el único" a la hora de "decidir la limitación del esfuerzo". El documento señalaba, asimismo, que a los pacientes entre 75 y 80 años "sólo" se les trataría con "oxigenoterapia con mascarilla", que había que "considerar" el tratamiento con morfina y, si las medidas no funcionaban, "dejar al paciente en el domicilio". Para no alarmar a los familiares, se hacían una serie de recomendaciones a los profesionales, como "no hacer referencia a que no hay camas para todos como motivo para negar los cuidados intensivos". En el geriátrico Sant Agustí, de Olesa de Montserrat, también sufrieron estos protocolos. Tenían a una residente con dificultades para respirar y, cuando por fin fue un médico, no llevaba el oxígeno que le habían pedido. "Vinieron a sedarla. Estoy convencida de que con oxígeno se habría salvado, pero era la política de Salut", lamenta la directora.
Un enfermero del SEM que prefiere mantener el anonimato admite que en situaciones normales a estos pacientes se les habría llevado al hospital. Esta vez no se podía hacer porque los hospitales "estaban como estaban" y los abuelos "habrían muerto solos". Sin embargo, considera que se tendrían que haber preparado mejor las residencias y que se les tendría que haber dado apoyo desde el SEM: "Quizás al final los datos serían los mismos, pero no se hubieran sentido tan abandonadas". La dirección del SEM, por el contrario, asegura que "no se negó a nadie la atención que clínicamente necesitaba". "Otra cosa es la limitación de esfuerzo terapéutico, que son temas que se discuten desde siempre en los comités de ética", apunta el director gerente, Antoni Encinas. Sostiene que simplemente plasmaron “algunas consideraciones en una guía de recomendaciones" y que no hicieron nada "que no se haya hecho en otros países".
El debate estallaba a la vez en hospitales pequeños y ambulatorios. En el Hospital Comarcal de l’Alt Penedès una médico vio cómo un compañero llamaba al SEM para pedir el traslado de un paciente a Bellvitge y le contestaban que no lo intubara porque ninguna UCI recibiría a gente de más de 70 años. "Al médico le cambió la cara, y cuando nos explicó lo que le habían dicho no nos lo podíamos creer. Algunos compañeros se pusieron a llorar, otros a llamar o a despotricar contra el SEM", explica. Un caso similar se vivió en Martorell, donde un paciente de 72 años se quedó sin UCI por falta de recursos. "Si hubiera habido suficientes camas de UCI lo habríamos intubado seguro", declara una médico del centro.
Un paciente en la UCI del Hospital Clínic.Adrià Puig / Getty
Meritxell Sánchez-Amat, médico y presidenta del Fòrum Català d’Atenció Primària (FoCAP), no puede quitarse de la cabeza la respuesta que recibió cuando pidió una ambulancia para llevar a un paciente al hospital: "Si quieres activo la ambulancia, pero sabes qué pasará, ¿verdad? Que morirá solo, porque tiene más de 80 años y no se le hará nada", le dijeron. El enfermero del SEM corrobora que dejaron “de hacer servicios" que normalmente hacían porque no podían "sobrecargar más los hospitales". "Nadie dio una orden, fue una cadena de decisiones individuales y se estableció una especie de pacto de silencio, porque es un tema muy sensible y un debate pendiente en la sociedad", dice.
Dentro de los hospitales, este debate se vivía desde los comités de ética, que echaban humo analizando caso por caso si el paciente era candidato a la UCI y evitar así que la presión recayera sobre los médicos. Ana Zapatero, presidenta del comité de ética del Hospital del Mar, defiende que lo primero que dejaron claro fue que no se pondría "ningún límite de edad" para definir a los candidatos, ya que "es un factor pero no un criterio exclusivo". "El comité sólo intervino en tres casos de más de 70 años con otras patologías", dice Zapatero, que señala que el 30% de los enfermos de UCI tenían más de 70 años.
"Me preocupa la sensación que pueden tener muchos familiares: hemos luchado por todos los pacientes y les hemos ofrecido la mejor opción, que no siempre es conectarlos a un ventilador y sedar porque te puedes ensañar. Si esto se lo haces a una persona mayor, no lo aguanta", explica la doctora Santos, de Bellvitge, que tiene claro que "el respirador no cura la enfermedad". De hecho, para la directora del hospital, Cristina Capdevila, "la mortalidad en la UCI por encima de los 75 años era altísima". "Ha habido enfermos a los que se limitó el acceso al tratamiento intensivo. No sé en qué magnitud, pero en nuestro hospital ha sido pequeña", reconoce el doctor Mancebo, de Sant Pau. "El colapso hubiera sido quedarse sin respiradores y con la gente tirada por el suelo, como hemos visto en otros lugares de España. Aquí no pasó, aunque los candidatos para entrar en la UCI eran gente muy joven, de 60 años, y esto creaba mucha angustia", añade López-Contreras, jefe de enfermedades infecciosas del centro.
Bet Gallart, enfermera de Vall d'Hebron, cree que los criterios fueron "más estrictos", pero que nunca se tuvo que "elegir entre dos pacientes". En el Clínic, para no dejar a enfermos sin derecho a UCI, pidieron al comité ético si se podían utilizar respiradores duales, utilizados con animales hasta entonces, aunque finalmente no fueron necesarios. Eso sí, no se llegó al colapso a costa de dejar de hacer muchas otras intervenciones, y recuperar estos dos meses, según el epidemiólogo Antoni Trilla, costará mucho: "Algunas intervenciones se podían retrasar de forma natural y otras se han tenido que forzar".
Pabellón para atender a pacientes en el Hospital del Mar.Manolo García
El sufrimiento en los hospitales pequeños aún fue mayor. "Un paciente que hubiera podido disponer de un recurso sanitario hace un mes, durante el pico sanitario no lo tenía. Cuesta decirlo, pero los hospitales hicieron protocolos para priorizar o seleccionar a pacientes, porque la avalancha era tan grande que nos obligaba a centrarnos en salud pública", explica el doctor Orriols, del Trueta, que pone énfasis en el hecho de que el gran objetivo era que los pacientes "no tuviesen que ser intubados", ya que, si entraban en la UCI, en gente de más de 75 años la mortalidad estaba alrededor del 50%.
Con los hospitales tensionados por el volumen de pacientes que recibían, ¿qué habría pasado si hubiesen asumido a los ancianos de las residencias? La gerente de Sant Pau, Gemma Craywinckel, cree que el sistema habría resistido, porque la mayoría de pacientes no eran candidatos a UCI y habrían tenido que buscar "fórmulas de hospitalización a domicilio o atención intermedia". En la misma línea se expresa Ricard Ferrer, del Vall d'Hebron, que considera que "no habría tenido un impacto en las UCI" y "sí en las plantas de hospitalización", ya que "muchos pacientes de residencia si tienen un cuadro tan grave no pueden superarlo por edad y morbilidad", mientras que "los cuidados intensivos se deben focalizar para la gente recuperable, ya que es un coma inducido y respiración mecánica".
No llevar a los abuelos a los hospitales "fue una decisión organizativa", explican fuentes conocedoras del sistema sanitario catalán, que aseguran que "los hospitales no podían admitir más pacientes por el riesgo de colapso". Una de las soluciones debería haber sido "desplazar antes profesionales y recursos hacia las residencias". No se hizo a tiempo y han muerto más de 4.000 ancianos en los geriátricos. Por ello, "a los familiares de los residentes que no fueron trasladados al hospital no se les puede decir que el sistema no colapsó", ya que "no se puede explicar lo que ha pasado en las residencias sin la saturación de los hospitales", argumenta el presidente de MSF, David Noguera. Proteger a los mayores era una cuestión de valores, porque "son nuestra historia colectiva y el patrimonio de la próxima generación", defiende el director de estrategia de ACRA, Toni Andreu: "Si dejamos que se marchen, se marchan la historia y la memoria para hacer una sociedad más justa y solidaria".
Domingo 5 de abril. Con más de 5.400 muertes por covid-19, la atención primaria multiplicaba los acompañamientos al final de vida en los domicilios. "Estábamos acostumbrados a hacer uno o dos al mes, pero entonces era constante", explica Mireia Sans, directora del CAP Comte Borrell. "Certificábamos seis o siete defunciones por día, y era muy impactante tener que hacer las sedaciones vestidos con EPIs", dice Cantero, médico en Igualada. Varios centros recibieron formación del programa PADES de cuidados paliativos. Pero no era óptima, según una médico que la impartía: "La sedación es el final de un proceso muy trabajado con el paciente y la familia. No llegamos a casa de alguien que no conocemos y lo sedamos".
La presión desde finales de marzo, sin embargo, obligaba a actuar rápido. Jòdar, directora del CAP de Sant Andreu de la Barca, recuerda una llamada de auxilio de otro ambulatorio del municipio: "¡Venid los que podáis, tenemos seis ambulancias aquí fuera y no para de llegar gente!" No sólo tenían que atender a enfermos, sino hacerlo mientras aprendían a contrarreloj. Profesionales de la Conca se formaron para hacer ecografías pulmonares en la carpa instalada frente al CAP. Allí mismo se hacían radiografías y analíticas para hacer un filtro antes de enviar a los pacientes al hospital. No todos los CAP, sin embargo, tenían tantos recursos, ni tampoco tests. "Atendíamos al 80% de los casos y no teníamos posibilidad de hacer pruebas diagnósticas", lamenta Jordi Mestres, vicepresidente de la CAMFiC.
Las PCR no llegarían a los ambulatorios hasta mayo, y los médicos de familia se tuvieron que reinventar haciendo diagnósticos por teléfono. "Les hacíamos contar hasta veinte para ver si se ahogaban. Y, si tenían un cuadro clínico leve compatible con el covid-19, les aconsejábamos el aislamiento en casa", dice Gené, del CAP Casanova. "Comunicábamos incertidumbre: a menudo decíamos que, muy probablemente, era coronavirus", añade Vall-llossera, que atiende en el Bon Pastor. Cuando los síntomas eran graves, había que convencer al enfermo para que fuera al hospital. "Había la sensación de que si entrabas en el hospital no salías", explica Cantero.
UCI del Hospital de Sant Pau.Xavier Bertral
"La gente estaba muy asustada, sólo teníamos consultas sobre el virus", constata Henar Guerra, que acaba de examinarse del MIR y fue refuerzo en la Conca d’Òdena, donde atendían entre 700 y 800 llamadas al día. "Le dedicábamos nueve y diez horas y, para tener líneas libres, teníamos que utilizar los teléfonos personales", añade Vall-llossera. A pesar de tener llamadas ilimitadas, algunos médicos descubrieron que si llamaban a más de 150 destinatarios diferentes les empezaban a cobrar. Sánchez-Amat, del CAP Besòs, asegura que a compañeras suyas les llegaron facturas de hasta 100 euros.
A principios de abril, las bajas de profesionales y la centralización de servicios habían supuesto el cierre de más de la mitad de los CAP y consultorios de Cataluña. Una reducción de la atención primaria que muchos médicos temían que fuera a más cuando Salut les llamó a atender también en hoteles y pabellones. "El CatSalut está presionando para cerrar CAPs", trasladó la dirección de un centro de Barcelona a su personal. Y varios equipos recibían un encargo del ICS: indicar las preferencias si tenían que trabajar fuera del CAP.
"Iremos allí donde sea necesario, pero marcharnos de los CAP será un abandono de la población", alertaba entonces Esperanza Martín, médico en el CAP Maragall. La polémica acabó de estallar con la amenaza del cierre de todos los centros de Osona para dotar de personal al hospital de campaña de Vic. La decisión "se basaba únicamente en una falta de profesionales", defiende Anna Forcada, gerente del ICS en la Cataluña Central. Pero no todo el mundo lo veía así. "Hubo una obsesión porque cada enfermo tuviera una cama y se quiso utilizar la primaria en los pabellones, pero no llegaron a tener una gran ocupación", destaca Gené, ex alto cargo del ICS. Al final, de hecho, sólo cerraron una parte de los centros en la zona y algunos de los afectados se las ingeniaron para que el impacto fuera mínimo: "Dejábamos la puerta ajustada para hacer excepciones si alguien tenía que ser atendido".
El 1 de abril morían 244 personas en Cataluña y se superaban las 2.000 defunciones. Había casi 22.000 positivos y 1.900 personas, entre covid-19 y otras patologías, ingresadas en las UCI de todos los hospitales catalanes, que habían multiplicado por tres su capacidad. Esto seguía suponiendo un gran reto a la hora de obtener más recursos, tanto de personal como de material. "Teníamos 20 respiradores comprados y requisados. Estaban en nuestro país y no llegaban", lamenta el doctor López-Contreras, jefe clínico de enfermedades infecciosas del Hospital de Sant Pau de Barcelona. "En críticos el paciente no podía evolucionar a la velocidad que se necesitaba porque los respiradores no eran lo suficientemente buenos", añade Ángeles Barba, directora de enfermería de Vall d'Hebron.
A finales de la primera semana de abril llegaron los respiradores que fabricaba Seat. En Bellvitge no los llegaron a necesitar, pero conservan 40 por si llega una nueva ola de coronavirus en otoño. En todo caso, los respiradores no eran el único problema que tenía el centro de l'Hospitalet de Llobregat. El 3 de abril tuvieron que instalar un tanque de oxígeno de 50.000 litros para abastecer a los cientos de pacientes que lo necesitaban. Para evitar que el oxígeno congelara las tuberías al salir del tanque, un operario debía remojarlas con una manguera.
A las múltiples tareas que se derivaron a la atención primaria se sumó la carga burocrática de tener que gestionar una avalancha de bajas, tanto de infectados como de sus contactos. El objetivo era que los pacientes no fueran a recogerlas, por lo que se tuvieron que tramitar de manera telefónica y telemática. El trabajo acumulado era "horroroso", coinciden muchos médicos. "Tenías que bajarte un documento, guardar un PDF en el escritorio, adjuntarlo a un correo y enviarlo. No fue hasta finales de abril que se nos facilitó un sistema automatizado que simplificaba el proceso", explica Nani Vall-llossera, médico en Bon Pastor. Varios profesionales critican haber tenido que asumir también las bajas laborales, lo que hacía disminuir la atención a los pacientes. "Las mutuas de salud laboral desaparecieron y, a partir de mayo, el Institut Català d’Avaluacions Mèdiques (ICAM) empezaría a fiscalizar las bajas cuando hacía catorce días que las habíamos concedido a un paciente, aunque puede que no se hubiese recuperado", denuncia Mireia Moret, médico en el CAP Pare Claret. "Al final muchos centros optamos por hacer resistencia pasiva y ya no respondíamos", añade otro médico.