Sa Foradada, el ojo del monstruo emergido de las aguas del ‘gran Miramar’

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Mallorca - Illes Balears

Sa Foradada, el ojo del monstruo emergido de las aguas del ‘gran Miramar’

El itinerario conecta un rosario de miradores que el Arxiduc mandó construir para disfrutar de uno de los paisajes más icónicos de la Serra de Tramuntana

El elemento paisajístico más singular e icónico de la costa de Valldemossa y Deià es el peñón de sa Foradada. Al archiduque  Lluís Salvador de Austria le gustaba decir que, cuando compró la finca de Son Marroig, no había pagado ni el valor del agujero. En su libro ‘Somnis d’estiu ran de mar’ (1912), nos cuenta que “unida mediante una colina de conglomerados con la ribera, se alarga la península de sa Foradada, una formación fantástica en la que las estratificaciones que se zambullen hacia el levante tienen la apariencia de los costados de un acorazado; mientras que las que se levantan hacia poniente forman precipicios. Después de una segunda colina, adquiere una coloración rojiza y tiene un aspecto muy salvaje. Sobre el frente del precipicio, hay un gran agujero, de 33 metros de alto, que da al peñón la apariencia de un monstruo y es el origen del nombre de Foradada que se le ha dado. Encima del mencionado agujero, un águila hace el nido”.

El camino de sa Foradada era uno de los más queridos por el archiduque (1847-1915). El príncipe, científico y viajero, tal y como lo describe Helga Schwendinger, adquirió Son Marroig en 1877, pero no fue hasta en 1890 que empezó las obras de la carretera, que duraron tres años. Su implicación en el diseño y la construcción de esta vía fue total. Se trataba de convertir el camino viejo, por donde pasaba el ganado que pastaba por las tierras de ‘la marina’, en una carretera de tierra, suficientemente ancha y cómoda para el tráfico de carruajes, que llegase hasta la colina que separa el istmo de la gran roca horadada. Allí donde a menudo fondeaba su amado yate, el Nixe, con el que cumplía su deseo permanente de ir siempre más lejos.

Vecina de Miramar, epicentro del Territori Arxiduc, Son Marroig ofrece una de las vista más espectaculares y retratadas de la isla. El siguiente itinerario nos llevará a visitar una serie de miradores que el archiduque, como gran arquitecto del paisaje, mandó construir para disfrute de todos aquellos que quisieran visitar el ‘gran Miramar’. Una parte importante del legado del archiduque es, hoy día, el estandarte de un territorio declarado Patrimonio Mundial.

La ruta

00’ El principio de este itinerario lo situamos en la propia ‘possessió’ de Son Marroig, en el quilómetro 65,5 de la Ma-10, entre Valldemossa y Deià. Desde aquí empezamos la caminata, aunque antes de pasar por delante de las casas nos pararemos en el mirador del Galliner, llamado así porque se construyó al lado del gallinero de la finca, desde el que ya obtenemos un primer impacto visual de sa Foradada. El archiduque nos dice en ‘Lo que sé de Miramar’: “se ve hacia levante el cabo Gros de Sóller y la torre Picada, y a poniente toda la costa de Miramar y la Dragonera. Se ve toda la montaña de la Talaia Vella y el Puig Gros”.

Siguiendo el camino asfaltado -Camí dels Mandarins- que pasa por detrás de las casas -destaca la torre de defensa, que todavía lleva impresos en sus muros los tiempos difíciles de la piratería que sitiaba nuestro litoral – y al lado del aljibe, situado a nuestra derecha, 05’ encontramos la barrera del camino de sa Foradada. Primero pasaremos por la cornisa que domina la marina de Son Marroig. 10’ Allí encontramos el segundo mirador de la ruta, el conocido como mirador de sa Foradada o del Cingle, con una mesa en el centro formada por un gran bloque de piedra viva. Es otro de los puntos desde donde se obtiene una mejor perspectiva de sa Foradada.

Continuamos bajando por las curvas de la carretera de tierra -Camí de ses Coves- y, poco después del mencionado mirador, pasamos por debajo de las cuevas de Son Marroig, a nuestra izquierda. 15’ Aquí, el archiduque construyó dos miradores más: el de la Trona, situado sobre las mismas cuevas, y el de s’Ull, bautizado así porque desde allí se ve el morro de sa Foradada, saliendo por detrás de las estalactitas de las cuevas. Una escalera de piedra –muy deteriorada en la actualidad- conecta el camino con estos dos miradores. Vale la pena perder un instante para contemplar la espléndida visión que se nos ofrece.

30’ La cuarta y última balconada de esta ruta la encontramos sobre un peñón que quedó aislado cuando se hizo la carretera -Camí de la Mar-, cerca de unas curvas muy cerradas, a nuestra izquierda. Se trata del mirador del Rotlo Gros, al que subiremos por una escalera de veintidós escalones. Cabe decir que toda la ruta en si ya es todo un espectáculo para nuestros ojos. Es, por lo tanto, un recorrido para ir saboreando lentamente a cada paso que demos. Sin prisa y con los cinco sentidos –los mejores canales de información, en abierto y gratuitos- a punto para convertirlo todo en una gran experiencia, única e inolvidable.

“Esta doble visión del azul en el cielo y en el mar con un horizonte sin límites… produce un efecto tan extraordinario que uno cree que no pueden aparecer nubes nunca más y que este azul perdurará eternamente” (‘Somnis d’estiu ran de mar’, 1912).

A partir de ahora se trata de descender hasta el istmo de sa Foradada, allí donde la carretera se une con el Camí de la Mar, que venía del Caló des Guix y de dos embarcaderos que había muy cerca de aquí: el del Cocó y el de la Creu. 50’ Situados en este punto, seguiremos por el camino abierto a golpe de barrenos que transcurre por la vertiente norte de la península y llega hasta la colina que la separa de la gran roca horadada. 1h00’ Una vez aquí, tenemos dos opciones: la primera, más tranquila, consiste en quedarse quietos contemplando el imponente paisaje que desde la colina se nos abre a derecha e izquierda; la segunda, más atrevida, nos llevaría a subir a sa Foradada, hacia el vértice geodésico 1h15’, a 85 metros sobre el nivel del mar, por un paso un poco complicado y bastante vertiginoso.

Sea cual sea nuestra opción, el lugar es ideal para recordar los sueños del archiduque a orilla del mar que nos decían: “No hay libro más instructivo, ni de estampas más bellas, como la sencilla observación de la naturaleza, de la hermosa creación de Dios” (‘Somnis d’estiu ran de mar’, 1912). El regreso a las casas de Son Marroig lo haremos por el mismo camino.