“Muchas víctimas están tan avergonzadas que no acuden al hospital. Me da igual lo que me digan: nadie elige ser violada”

Magali

Los soldados que la violaron le contagiaron el VIH

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Violaciones en el corazón de África: las supervivientes rompen el silencio

Miles de mujeres han sido violadas por grupos armados en la República Centroafricana, un país olvidado, el segundo más pobre del mundo, donde la guerra y el patriarcado se ceban impunemente en los cuerpos de las mujeres. La violencia sexual también está normalizada en familias y comunidades. Sin embargo, algunas supervivientes han decidido hablar.

Cristina Mas

Fotografías:

Juan Carlos Tomasi

Agosto del 2023

Bangui. República Centroafricana

ÁFRICA

Sudán

Chad

Sudán

del Sur

República

Centroafricana

Bangui

República

Democrática

del Congo

Camerún

Rep. del

Congo

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Violaciones y guerra

Los hombres que la agredieron
mataron a su hijo antes de nacer

Natasha

“Las heridas físicas ya no las veo, pero todavía me sobresalta cualquier ruido, tengo insomnio, ataques de pánico. Es una cicatriz en el corazón”

Siete hombres armados, rebeldes de Séléka, entraron en su casa, asesinaron a su marido y a su padre y a ella la violaron ante los ojos de sus cinco hijos. El sexto, que llevaba en el vientre con el embarazo casi a término, nació muerto dos días después. Sólo le queda una fotografía de la criatura muerta, llena de moratones: sufrir el horror antes de nacer.

“Una violación es como una enfermedad, o como un accidente: puede paralizarte, puede deformarte, o puedes morir. Y si no te matan, sobrevives”

Fue una vecina quien la encontró, la llevó al hospital y se hizo cargo de sus hijos mientras la curaban. Cuatro años después, sigue luchando para superarlo. Explica su proceso de recuperación cómo salir de una cloaca: “Aún puedo hacer cosas buenas”.

Pobreza

La República Centroafricana es el país con el segundo PIB per cápita más bajo del mundo (460 dólares) y la esperanza de vida apenas alcanza los 50 años. La gente vive en barrios de casas de adobe sin alumbrado ni alcantarillado, donde el agua sucia de las letrinas encharca el suelo. Todo ello bajo un estado fantasma, heredado del colonialismo. Fue la colonie poubelle (colonia vertedero) de Francia y, con la independencia a finales de los años 60, cedió el poder a Jean-Bédel Bokassa, el militar que se hizo coronar emperador en una fastuosa ceremonia que costó millones de dólares. Pero el país sigue todavía ligado a la antigua metrópoli por su moneda, el franco CFA.

Estigma

Ha fundado una asociación
de apoyo a las víctimas

Euphrasie Yandoka

“No podemos olvidar, pero podemos romper el silencio”

Cuatro milicianos de Séléka la violaron cuando huía de Bouca, su ciudad natal, en el centro del país. “Iban armados, me pegaron, me arrancaron la ropa e hicieron conmigo lo que quisieron… Caí en un coma”. Como ocurre en muchos países, las mujeres que han sufrido una violación se ven sometidas a una doble condena: son culpabilizadas, repudiadas por sus maridos y objeto de escarnio. Sólo se atrevió a contárselo a su madre: “Me dijo que me callara, que sería una vergüenza para la familia…”

“Lo que han hecho con nuestros cuerpos tiene que estremecer a todo el mundo”

Aunque lo tienen todo en contra, algunas han empezado a romper el silencio. Euphrasie Yandoka, fundadora de una asociación de apoyo a las mujeres y niñas víctimas de violencia sexual (ANAF), quiere que su historia se conozca. “Si no hablamos, nunca terminará”, dice con los ojos húmedos de rabia. La sororidad fue lo que la empujó a hablar: encontrar a otras mujeres, a las que se refiere como hermanas, que habían pasado por lo mismo.

“A veces no quiero que mi hija de 11 años vaya a la escuela: tengo miedo de que le ocurra lo mismo”

El infierno del activista no acabó aquí. Dos años después de la primera agresión volvieron a violarla, pero ahora los verdugos eran otros: milicianos anti-Balaka. “Identifiqué al jefe del grupo que me violó. Pero no he querido denunciarlo porque ahora ha entrado en las Fuerzas Armadas y en cualquier momento puede venir a matarme”. Los criminales cambian de sombrero con cada sacudida del conflicto en la República Centroafricana. Y la violencia sexual sigue. “Aún hoy me duele la cicatriz que tengo en el vientre. Pero ahora es parte de mí, es parte de mi cuerpo. Tenemos que salir adelante: debemos hablar”. Se apoya en sus hijos: “Me emocionó cuando el pequeño me dijo que estaba orgulloso de mi”.

Guerra

La crisis actual se remonta al 2013, cuando los rebeldes de Séléka llegaron al poder tras un golpe de estado y cometiendo todo tipo de atrocidades. Ante sus abusos surgieron las milicias anti-Balaka y la violencia ha seguido hasta la fecha, ahora con facciones que habían luchado en ambos bandos hoy unidas para combatir al actual Gobierno. Aprovechando el caos, Rusia entró en 2018 en el polvorín centroafricano, con mercenarios de Wagner que llegaron como "pacificadores" y ahora garantizan un apoyo militar al gobierno a cambio de la extracción de recursos naturales. La violencia sexual se ha convertido en un problema de salud pública en el país. Todos los actores armados están acusados de perpetrar violaciones de mujeres y niñas: los grupos de rebeldes y bandidos que se esconden en los bosques, el ejército regular que los combate, los mercenarios rusos de Wagner o las fuerzas internacionales de la MINUSCA, la misión de la ONU desplegada en la República Centroafricana desde 2014. La cultura de la violencia patriarcal acaba impregnando también la vida fuera del conflicto, dentro de las familias y las comunidades, como corroboran los datos y la experiencia de MSF.

Resiliencia

Comadrona, también ha sufrido violencia
sexual y ahora ayuda a las víctimas

Marie Laurence

“A mí también me pasó, y contárselo ayuda a otras mujeres”

Marie Laurence coordina el equipo de matronas en el centro Tongolo, donde Médicos Sin Fronteras ha atendido desde hace cinco años a 12.600 personas que han sufrido violencia sexual. En un pequeño complejo ajardinado del centro de Bangui, ofrecen gratuitamente atención médica, psicológica, social y jurídica a las víctimas. Ella sabe bien cómo acercarse a las víctimas porque vivió lo mismo en carne propia, en su país natal, Costa de Marfil.

“Iban drogados: lo supe porque les picaba la lengua”

La matrona trabajaba en la maternidad de un pueblo apartado. Un día aparecieron tres hombres armados y se la llevaron al bosque: “Hicieron conmigo lo que quisieron, era un objeto sexual en sus manos y después querían matarme”, relata. Luego llegó el calvario: no podía tener relaciones sexuales con su marido, se lavaba muchas veces cada día porque se sentía sucia, no podía amamantar a su hijo y tuvo que dejar el trabajo. “Parecía muerta. Y cada día a las nueve de la noche, la hora en que me violaron, volvían las imágenes. Todo ocurría otra vez en mi cabeza, como un despertador”.

“Soy el ejemplo de que todo el mundo está expuesto a la violencia sexual y de que puedes superarlo”

Saber que los hombres que la violaron habían sido encarcelados, diez años después, le dio fuerzas para salir del pozo. Su terapia ha sido formarse profesionalmente en el tratamiento de las supervivientes de agresiones sexuales: “Entendí que no tenía que esconderme de nada, que compartir lo que me había pasado podía ayudar a otras mujeres”.

“En la lengua local, el sango, no hay una palabra para decir violación”

Trabajando con las víctimas, Marie Laurence ha desarrollado su propia estrategia, que comparte con las otras comadronas de Tongolo: “Las recibimos con una sonrisa y no empezamos por pedirles que se desnuden ni que expliquen qué les ha ocurrido: sería demasiado brusco, demasiado brutal. Cuando cuentan su historia las miramos a los ojos; no cogemos el bolígrafo hasta que han terminado. Y les dejamos claro que haber venido hasta aquí a pedir ayuda es ya una proeza”. Las primeras entrevistas duran a veces más de dos horas. “No es fácil que reconozcan la naturaleza de lo que han sufrido. De hecho, en sango [la lengua local] no hay una palabra equivalente a violación: recurren al francés para decir viol o violence sexuelle o el tramposo coucher avec [acostarse con]”.

Recuperación

En Tongolo revisan las lesiones, previenen el contagio de VIH, la sífilis y otras enfermedades de transmisión sexual, además de vacunar contra el tétanos o la hepatitis. Las primeras 72 horas después de la agresión sexual son claves para el tratamiento médico, pero sólo una de cada tres víctimas acude al centro dentro de ese período. Por eso MSF tiene equipos de educadores de calle y difunde cuñas radiofónicas que recuerdan que después de sufrir una violación hay que buscar ayuda inmediataplay_circle

Violencia sexual en la comunidad

La violaron a los 11 años,
cuando iba a buscar leña

Lidia

“Mis padres me dijeron que estaba acabada”

En la capital Bangui, lejos de las zonas de combate, la violencia sexual se ceba por ejemplo con las niñas y mujeres jóvenes que sobreviven con la venta ambulante: se pasan el día en la calle para vender mangos o bananas, carbón o madera, pastelitos o pescado ahumado. Tienen que salir de casa de madrugada, cuando todavía no ha amanecido, para ir a buscar la mercancía, a veces recorriendo largas distancias, y son presa fácil de los depredadores. A Lidia la asaltaron cuando tenía 11 años e iba a buscar leña.

La emergencia es tal que los kits de higiene que facilitan las ONG incluyen un silbato (que les puede salvar la vida). Recomiendan a las mujeres no salir antes del amanecer y hacerlo siempre acompañadas de una amiga o un familiar.

Guerra, pobreza y patriarcado

La violación no es sólo un arma de guerra

Atacar a los cuerpos de las mujeres puede ser un arma de guerra, una estrategia de los mandos que busca objetivos militares como castigo colectivo, para demostrar el control del territorio, para tejer alianzas o para desmoralizar al enemigo. Pero también existe una violencia oportunista, en la que las mujeres son meros objetos sexuales, una especie de propiedad colectiva de los hombres. El efecto en ambos casos es el terror: la violación sistemática de niñas, chicas, mujeres y ancianas demuestra que los combatientes han perdido todo respeto por la condición humana. Además hay violencia patriarcal fuera del conflicto: la mitad de las personas atendidas en Tongolo conocían a su agresor.

El profesor Ngbalé-Norbert Richard trabaja desde hace veinte años en el Hospital Comunitario de Bangui, apoyado por Médicos Sin Fronteras. Con gesto amable se dirige a las siete mujeres que aguardan en la puerta de su consulta, un despacho pequeño y sencillo, con una mesa enterrada bajo montones de papeles, y una camilla obstétrica. "En una guerra es una manera de destruir al enemigo: cuando no tienes nada, sólo te queda tu intimidad, e incluso eso te lo roban". “En lo picos del conflicto vemos cómo se disparan los casos de violaciones, y después disminuyen, pero nunca se acaban: he visto a niñas y niños violados por hombres adultos, abuelas repetidamente agredidas… chicas a las que les llenaron la vagina de piedras…", dice el ginecólogo. Se detiene un momento para dibujar un útero y las lesiones por penetraciones con objetos que pueden provocar hemorragias mortales.

Las secuelas a veces se arrastran toda la vida, como le ocurrió a Magali (pide no revelar su nombre). Los soldados que la violaron le contagiaron el VIH y veinte años más tarde mantiene la enfermedad a raya gracias a los antirretrovirales, pero no le resulta fácil. “Para tomar la medicación tienes que estar bien alimentada, pero yo tengo cuatro hijos y me hago cargo de todo porque su padre nos abandonó… A veces no llego”. El estigma sobre los portadores de VIH es más fuerte que en Europa, pero ella se siente fuerte: “Soy una superviviente: a mí me da igual lo que digan; nadie elige ser violada”.

Nadie en el país es inmune a la violencia sexual. Un 11% de los pacientes que acudieron el año pasado a Tongolo son niños y hombres. Alain acudió al centro hace tres años, aconsejado por el líder de su barrio, el único al que confió en que le habían violado. No da detalles de la agresión. Tampoco se lo preguntamos. “Da mucha vergüenza y he callado para no exponerme a las burlas”.

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Un estado fantasma

Impunidad y
un círculo vicioso

Las agresiones sexuales son delito según el Código Penal e incluso existe una unidad policial especializada, pero según admite su subdirectora, Charlotte Issa (1), en Bangui sólo han llegado a juicio 19 denuncias por violaciones en todo el año pasado. En el mismo periodo sólo en Tongolo atendieron a más de 3.700 personas. No existe una justicia funcional y en muchos casos todo se resuelve en acuerdos económicos entre las familias. “Ni la Policía ni la Justicia hacen nada. Si un caso llega a juicio, los jueces intimidan a las víctimas preguntándoles por qué se habían vestido de tal modo, o qué estaban haciendo en la calle por la noche. Y si son mujeres mayores se burlan diciendo que nadie violaría a una vieja… Esto no puede ser: ¡o somos libres o no lo somos!”, exclama Rosalie Kobo Beth (2), fundadora de la asociación I Londo Awe (En pie). Denuncia sin tapujos el patriarcado imperante: “Desde pequeñas educan a las niñas diciendo que el papel de las mujeres es aguantar. Si se quejan, si abren la boca, no son lo bastante mujeres”.

Aunque el conflicto armado sigue activo, hace siete años se puso en marcha una Comisión de la Verdad y la Reconciliación que pretende ayudar a llevar la paz a la República Centroafricana. La preside Edith Douzima (3), la abogada en el Tribunal Penal Internacional que juzgó y encarceló al congoleño Jean-Pierre Bemba por las atrocidades que cometieron sus milicias en el país en el 2002-2003. “Estamos en un círculo vicioso a causa del silencio y la impunidad: cada diez años las víctimas pasan a ser verdugos y se vuelve a repetir la misma historia. Debemos saber quién ha hecho qué y por qué. Hemos tenido rebeliones, golpes de estado, crímenes de guerra, pero nadie sabe nada y tenemos un sistema judicial corrupto que no actúa…. Debemos saber y explicar lo que ha pasado para que las generaciones futuras lo aprendan en la escuela, en lugar de estudiar la Primera Guerra Mundial”, reclama. “Y si no frenamos la espiral, la violencia sexual continuará. Violan y saquean, todo el mundo lo sabe y no pasa nada”.

Guylaine, de 24 años, vio cómo en el 2014 los Séléka llegaron a su pueblo y asesinaron a sus padres ya sus tres hermanos. Se escondió en el bosque con su hermana y allí nació la hija que engendró de los hombres que la violaron. “La abuela me acogió y me dijo que la vida debía continuar… Y nosotras tenemos que hablar porque muchas chicas están sufriendo lo mismo y se quedan encerradas en casa por vergüenza”, dice levantando la mirada. Era una buena estudiante de contabilidad, pero tuvo que dejar sus estudios porque no conseguía concentrarse. Ahora su ilusión es ser comadrona para ayudar a las víctimas de violaciones.

Marie Laurence, la veterana matrona de Médicos Sin Fronteras, sonríe al oír las palabras de la joven. “Es difícil para alguien que ha estudiado la profesión más bonita del mundo, la de ayudar a la vida a nacer, dedicarse a curar a las mujeres que han sufrido violencia sexual. Es difícil ver a una niña de 10 años destrozada por dentro con un bastón. Pero al final se trata de lo mismo: nuestro trabajo es acompañarlas a volver a la vida”.

“Quiero estudiar para ser comadrona y así ayudar a otras mujeres que hayan pasado por lo mismo”

Guylaine

Con una hija de la violación, mira hacia delante

Diseño

Ricard Marfà

Programación

Idoia Longan

Agradecimientos

Sílvia Fernández - Kristen Poels - Enrica Picco

Traducció a l'anglès

John Palmer