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Ahora mismo tengo una niña que está a punto de cumplir 4 años y un niño, a punto de cumplir 2. Los recuerdos que tengo de los embarazos son fantásticos, los añoro a menudo, me sentía radiante. Ninguno de los dos partos fue rápido ni fácil. Descubrí la sanidad pública y grandes profesionales. El primer posparto, complicado, muchas lágrimas, cansancio, grietas y soledad. Mucha soledad. El segundo posparto, otro mundo, más bien una lucha para estar sola con mi bebé. Y sí, cansancio, cuerpo desfigurado, espalda maltratada, dificultades con el tiempo para conciliar tanto como haría falta y dudas de estar haciéndolo bien más a menudo de lo que me gustaría. Pero volvería a hacerlo ahora mismo. Sería ideal recibir un apoyo económico para poder dedicarte más tiempo a la crianza o bien para poder mantener el trabajo y tener apoyo.
Es duro tener que escoger pero no se puede llegar a todo.
Y menos cuando los niños son tan pequeños. O trabajas y haces carrera profesional o eres madre con dedicación de horas. Y sería perfecto tener más espacios de socialización, más espacios donde hacer tribu con facilidad.
Mi maternidad ha sido un cúmulo de emociones positivas y negativas. Después de más de 4 años de intentos buscando el embarazo, con toda la carga de frustración que supone, me quedé embarazada después de haber pasado antes por una operación de ovarios (con diagnóstico de endometriosis incluido) y un aborto. Ahora que mi hijo tiene 22 meses empiezo a disfrutar de esta etapa de la vida, pero me ha costado una dura recuperación de la cesárea y una larga depresión posparto. Puedo decir que, por más que me explicaron algunos aspectos de la maternidad, al ser madre me he dado cuenta de que nunca nadie se atrevió a decirme las verdades duras y oscuras de tener hijos.
No todo es tan dramático en el fondo, pero tampoco tan bonito como nos quieren hacer creer.
Combinar la vida laboral y la maternidad es el siguiente tropiezo cuando has empezado a ver la luz después de los primeros meses de la nueva vida maternal. Un despropósito más, un reto personal que sé que durará mucho tiempo. Fuerza para las mujeres, para todas, las que quieren ser madres y no pueden, las que no quieren serlo y lo acaban siendo, las que disfrutan siéndolo y las que no.
Parto con fórceps. Se lo llevan a aspirar. Grietas en el pecho. Enganchado casi todo el día. No duermo. Me duelen los pechos. Me duelen los bajos. Tiene hambre. No tengo hambre. Llora. Lloro. Completamos lactancia materna. Lloro muchísimo. Coge peso. Sonrío. Revisión en el CAP, aconsejan dejar de hacer mixta. Les hago caso. Llora. Tiene hambre. Vuelvo a la mixta. Lloro, no soy buena madre, no tengo bastante leche para alimentarlo. Cólicos... ¿Debe ser porque hago mixta? Llora, lloro. Coge peso. Sonríe. Me muero de amor.
Una montaña rusa de sentimientos y, sobre todo, inseguridades.
A partir del mes y medio la cosa mejoró. Fuera el dolor de barriga y el niño, un pedazo de pan. ¿Fueron las hormonas? ¿Fue que le costó el primer contacto con el mundo? ¿O quizás fue que fui capaz de entender que ningún niño viene con un manual de instrucciones? Cuando nos fuimos conociendo la cosa fue mejorando. Ahora tengo una niña de un año, y mi posparto no ha tenido nada que ver con el primero. Dudas, pocas; incertidumbres, pocas. ¡Estrés, mucho! La vida no me llega para hacer todo lo que tengo que hacer. Una pena perderme cosas de los dos porque, por desgracia, no me puedo multiplicar. ¡Pero sé que me adaptaré igual que la otra vez! Por ellos todo vale la pena.
Ser madre y padre requiere un proceso de adaptación. Y no es fácil. Las hormonas, la familia, el estrés, las preocupaciones (lactancia), el cansancio (no dormir). Y cuando ya superas esto, está el retorno a la vida laboral, donde la conciliación es inexistente, donde quedarte en casa a cuidar a tus hijos si están enfermos está mal visto, donde los horarios laborales no tienen nada que ver con los horarios de los niños. Y, ¿qué caray? ¿Por qué nos tenemos que perder el crecimiento de nuestros hijos? Pero, para hacerlo, ¿por qué tenemos que renunciar a ser unas buenas profesionales? ¿Por qué tenemos que renunciar a nuestras carreras?
Soy madre pero también soy mujer, trabajadora, amiga, pareja...
Creo que socialmente todavía nos queda mucho camino por recorrer, la igualdad hombre-mujer es inexistente y la conciliación familiar (real) brilla por su ausencia.
He tenido dos embarazos muy buenos y dos partos geniales, el primero con 22 años, parto vaginal natural, muy respetado, y el segundo con 24 años (hace dos meses), muy muy rápido, pero muy bonito y respetado, también natural. La lactancia siempre me ha ido muy bien, actualmente hacemos tándem. Mi pareja viaja mucho por ocio y trabajo, y por lo tanto la mayor parte de la crianza la asumo yo, así lo he escogido. Es muy sacrificado, pero, para mí, muy gratificante. Siempre me ha ido muy bien compartir y hacer tribu. Para conseguirlo he tenido que ir a grupos de crianza, de lactancia o a actividades con madres, ya que mis amigas no se encuentran en el mismo momento vital que yo y, por lo tanto, no me pueden entender en algunos aspectos.
Hacer tribu es muy importante, la maternidad se debe compartir.
Estaba estudiando en la universidad. Al ser madre no me lo pusieron fácil, así que lo dejé. Ahora estudio online. En cuanto al mundo laboral, no he tenido nunca trabajo fijo, pero creo que es difícil conciliar. ¡Yo priorizo estar con mis hijos!
La maternidad me ha obligado a mejorar como persona.
Dejé de pensar en mí, y mis decisiones casi siempre las tomo pensando en ellos. Pero si no tienes apoyo social, esta situación puede ser todavía peor. Eso me hace pensar que no vale la pena, que se sufre, y nadie te avisa de ello. Hay mucha presión social sobre las mujeres. Yo creo que la maternidad son los candados del amor.
No pensaba ser madre pero al final me decidí. No por presión social, sino por motivos personales. Hasta entonces nunca había leído nada ni me había informado sobre la maternidad. Cuando empecé a hacerlo me sorprendió ver a tantas madres considerando la maternidad un tema casi místico. Lo mismo con el tema de la lactancia y de la crianza.
Nunca había pensado que hubiera tanta controversia sobre cómo se debía parir, amamantar, jugar o introducir los alimentos.
He intentado mantenerme alejada de tantas corrientes y opiniones, pero resulta difícil. Por una parte, me gusta hablar de mis experiencias, pero saberme continuamente juzgada resulta molesto. Existen demasiadas 'supermadres' que creen que tienen la verdad absoluta sobre lo que hay que hacer y lo que no. Echo de menos más naturalidad y menos misticismo. Echo de menos más ayudas para la conciliación. Me siento juzgada siempre y por demasiada gente y demasiados motivos. Creo que hay tendencia a sobrevalorar lo que es la maternidad y se le ha quitado la naturalidad que había tenido hasta hace un par de generaciones.
Siempre tuve claro que quería ser madre. Primer embarazo, 32 años, no planificado, relación a distancia incipiente, tomo una decisión durísima y aborto.
Quería al niño, muchísimo, pero no era el momento ni el padre.
Todavía guardo el recuerdo (mental) y lo tengo presente como mi primer hijo. Todo muy complejo. Segundo embarazo, 37 años. Parto provocado, físicamente terrible, malas praxis en un hospital público de primer nivel, desgarro de la vagina hasta el ano, afectación neurológica, incontinencia fecal. ¿El puerperio? Sin bragas, una falda negra y larga, y haciéndome heces blandas encima porque se me escapaba (que limpiaba yo misma, de la vergüenza). Rehabilitación durante 18 meses hasta que la suspendí para buscar un nuevo embarazo. Cuando tenga el segundo hijo (si llega) me tendrán que operar. Tercer embarazo, 40 años. Aborto retenido a las 11 semanas. Actualmente (41 años), intentando ser madre de nuevo. Lo peor de ser madre es perder la independencia y tener que dar explicaciones por todo. Y, a pesar de tener un compañero que hace cosas, el peso real es para la madre. Tienes que estar en todas partes y cuando no llegas todavía te sientes más culpable.
Tuve un parto bastante bueno en un hospital público donde considero que me trataron bastante bien, pero pasé un posparto terrible. En el parto pedí la epidural y tuve todos los efectos secundarios de este fármaco: dolores de espalda muy intensos, de piernas y de cabeza. Aunque mi hija dormía muy bien, yo no podía descansar a causa de estos dolores tan fuertes durante las primeras semanas. Tuve también problemas para amamantar. Muchos altibajos emocionales, sentimientos muy fuertes y nuevos.
Creo que no hay suficiente información ni acompañamiento en este momento tan importante de la vida de una persona.
Me he sentido muy sola y vulnerable por todo el cansancio acumulado. Encima, vivo en el extranjero y no tengo a mi familia cerca. Creo también que socialmente debería haber muchas más ayudas. Estamos criando a los adultos del día de mañana y creo que es el trabajo que debería estar mejor pagado de todos.
Al tener nuestra primera hija me di cuenta de que yo había desaparecido como persona. Solo tenían en cuenta a la niña. Me volví a quedar embarazada y a los 11 meses nacía la segunda hija. Todo eran pañales, y suerte que trabajaba media jornada. A los dos años y medio, la tercera, y antes de cinco años nacía nuestro hijo. Era como caer en un pozo, por más que los quieras.
Suerte que podía pagar a una niñera con mi sueldo. Trabajar era una suerte.
Ni que fuera menos valorada ni que hiciera más trabajo que los compañeros licenciados o doctores. Ahora se habla de compartir los trabajos del hogar. Ellos dicen ayudar, pero compartir, no quieren compartir el trabajo. Ahora las mujeres tienen 16 semanas de permiso maternal. Yo no tuve ni un mes. No estaba en nómina. Los tiempos han mejorado, pero la maternidad no es un camino de rosas como nos hacían creer. Este país es de machistas.
Mucha ilusión depositada. Primer porrazo, el posparto. Es bastante duro para lo poco que se habla de ello.
A ser madre se aprende cada día.
Más que las recomendaciones, lo más importante es escuchar tu propio instinto. Hay días de todos los colores, pero yo lo recomiendo. Hemos tenido dos hijos. La verdad es que me echo de menos, quiero decir yo como persona. Me pregunto si yo sería la misma persona sin haber tenido los hijos. ¡Gran tema! La maternidad desde la visión de las que parimos.
Un parto precioso gracias, en parte, a la anestesia, el apoyo de mi pareja, al gran trabajo del equipo asistencial, y también, supongo, a mi calma y confianza de que todo iría bien. Los primeros días, el estado de euforia me mantenía con mucha energía, pero después vino el bajón. He pasado momentos muy duros porque mi pequeño no se agarraba bien al pecho y me hacía mucho daño, pero yo no he desfallecido. Finalmente hemos conseguido mejorar la técnica y, dos meses después, continuamos con lactancia materna exclusiva.
La maternidad es a partes iguales bonita y muy dura.
No se debe esconder la dureza de los primeros meses, porque muchas madres sufren en silencio y no es justo que nos tengamos que sentir tan solas. Tener dudas y miedos es lo más normal del mundo y no por ello nos tenemos que sentir malas madres.
Ni una ayuda, nunca.
Ocho años sin dormir una noche entera.
Problemas con la lactancia. En la familia todo el mundo tenía su trabajo y sus obligaciones. Y la maternidad dura toda la vida y los problemas crecen con la persona.
Mi niña hará un año. Es el segundo embarazo.
El primero lo perdimos a las 18 semanas después de una placenta previa que casi acaba con mi vida.
Parí. El primer parto (sin epidural) fue infinitamente más doloroso que el segundo. Pero la segunda hija llegó al mundo sana. 3,400 kg. Se enganchó rápido y todo iba bien. A las 48 horas... ¡Oooh! ¡Llora! ¿Qué le pasa? ¡No para! Tiene hambre... Ay madre, que no coge peso. Una semana. Dos semanas. En la quinta: ¡lactancia mixta! ¡“Por mis ovarios que le saco la leche de fórmula!” Una hora de niña en la teta, una hora de sacaleches... ¡Horror! ¡Salen 4 gotas! ¡En el tercer mes lo conseguimos (gracias, Carlos González!, pero no a madres, abuelas, tías y pediatras y enfermeras desinformadas). Qué despropósito social: nadie entiende y todo el mundo juzga la crianza con vínculo. Estoy sola pero la sonrisa de la niña me indica que lo estoy haciendo bien. ¿Vida laboral? Pago a una mujer para que venga cuatro horas por las mañanas, yo trabajo con media neurona que me queda de no dormir una noche entera desde hace un año. Dicen que será así hasta los 3 años, pero me niego a dejar de hacer colecho (el padre no se despierta por la noche!). Ella es mi prioridad. La adoro y me adora.
Embarazo sin complicaciones. Parto sorpresa a las 38 semanas y casi nace en el coche. Posparto normal. Parece que te haya pasado un camión por encima. Suerte del padre, que se ocupaba de la intendencia durante las tres semanas de baja. A partir de entonces, ella y yo nos organizamos solas. Agotador pero vale la pena. Dar el pecho es un rollo. Tengo los pezones destrozados y no me gusta nada estar con el pecho fuera todo el día. A las dos semanas hacemos lactancia mixta y a las seis ya solo hacemos biberones.
Las dudas de si era una mala madre me duraron dos días.
Después, mucho mejor y sin complejos. A mí me ha salvado que soy una persona poco romántica y no esperaba flautas y violines ni en el parto ni después. La maternidad es durísima y nos la venden al revés. De ahí vienen las frustraciones y el sentimiento de culpa. Si tienes claro que el parto es una experiencia maravillosa pero una carnicería física, que el posparto es duro tanto físicamente como psicológicamente y que no dormirás nunca más, ya tienes la mitad superada. La otra mitad se supera con las sonrisas del bebé.
Ser madre, visto ahora con el tiempo, con una hija de 13 años, me dio paso a otra dimensión. Ya desde el primer momento, la sensación de que pasaba por delante un tren de profunda transformación personal al cual podía subir o no, se ha mantenido en los años. Cambio de prioridades, de organización del tiempo, de los espacios, de círculo de relaciones, de orientación laboral, de ocio... La maternidad ha sido un motivo de cambio personal intenso y profundo que me ha llevado a mirarme desnuda delante del espejo, preguntándome quién soy, cómo quiero vivir y el sentido de las cosas. Mirando hacia atrás me siento feliz de haberme dado esta oportunidad.
Parir siendo mayor tiene sus pegas. La imposibilidad de tener más hijos es un ejemplo
que he sufrido en primera persona. Pero no me imagino ni a los 25 ni a los 30 iniciando este viaje con el nivel de conciencia de ahora.
Primera hija. Yo muy joven y un poco inconsciente, todavía. Idealizándolo, como me lo habían grabado en el cerebro artículos de revistas.
Parece que tienes que dar el pecho, para ser “buena madre”.
Doy el pecho y ella muerde. Primera semana ella con hambre y yo con heridas, mastitis y fiebre. Desánimo por todo, llantos de ella y llantos míos. Familiares aconsejando que mordiera un pañuelo cuando diera el pecho y así apaciguaba aquel dolor. Y yo luchando conmigo misma y con aquellos pensamientos de ser “buena madre”, de llegar donde se me exigía cultural y socialmente. Un padre con pocas habilidades para gestionar la situación y que me hacía sentir sola ante la montaña rusa. Y de un impulso sale una llamada: “Por favor, retiradme la leche, estamos agotadas”. Y del agotamiento, depresión posparto. Y de la depresión, a empezar de nuevo. Ahora mi primera hija y yo nos conocemos y nos queremos. Con el segundo ya no era tan inconsciente ni idealizaba nada de lo que podía venir. ¡Todo fue mucho mejor!
La maternidad es maravillosa. Lo que más me gusta es que te hace tener los pies en el suelo. Todas las ideas que tienes sobre lo que será ser madre se transforman y te sorprende cómo acaba siendo en realidad. Pero la sociedad no está montada para ser madre (ni padre). La conciliación es imposible.
Ser madre (o padre si realmente quieres ejercer) es incompatible con ciertas trayectorias o éxitos profesionales.
Yo perdí la oportunidad de asumir un cargo de dirección. No porque me lo negaran, sino porque lo rechacé. Era consciente de que no podría hacerlo todo. Mi pareja dejó de viajar por trabajo y también eso cambió, de alguna manera, su trayectoria profesional. No nos arrepentimos, pero hay un determinado camino laboral en el que no encajan los niños. Si tienes un hijo, tienes que gestionar de alguna manera la vida laboral y personal y es difícil no tener remordimientos.
Yo quiero hacer un poco de crítica al feminismo o a la gente que en nombre del feminismo critica un tipo de maternidad u otro. Yo he disfrutado mucho la maternidad con lactancia materna, colecho, porteo y toda la retahíla de cosas que hacen que sea menos cómoda.
Y he tenido que escuchar que era menos feminista por hacer estas elecciones.
La maternidad no es igual para hombres que para mujeres, y pretender que lo sea lo veo, cuanto menos, atrevido.
Primer embarazo fantástico, parto totalmente lo contrario de lo que había imaginado, pero muy contenta de cómo fue. Posparto horroroso. Intento de lactancia materna, acabamos con biberón. La sociedad hoy en día no entiende que existe la posibilidad de NO PODER amamantar a tu hijo. Que puede ser que no se pueda. Que no depende de cuánto dolor aguantes. No necesitamos como madres conseguir una medalla al dolor y al sufrimiento.
La prioridad es estar todos bien, y con el biberón dejamos de llorar todos.
Y estoy extremadamente contenta. Me queda un mes y medio para conocer a mi segundo hijo. En esta ocasión no me he generado ninguna expectativa ni sobre el parto ni sobre la lactancia. Todo lo que venga será fantástico mientras seamos felices todos, y no hago caso a ningún consejo porque la experiencia me ha enseñado que tengo que seguir mi instinto.
Se habla mucho de la maternidad y poco de la paternidad. Según mi experiencia, son vasos comunicantes.
El padre de mi hijo pudo compactar el permiso de paternidad, vacaciones y horas que le debía el trabajo, de manera que estuvimos tres meses los dos cuidando al bebé al cien por cien. El último mes de baja, cuando estuve sola con el niño, me di cuenta de cómo cansa y exige, tanto física como psicológicamente, la maternidad “sola” ocho horas al día. El parto y la lactancia materna fueron bien. El primer mes sentía que no controlaba mi cuerpo, entre las molestias del posparto y la subida de la leche. Después está siendo una experiencia muy bonita, pero llena de contrastes y con mucho trabajo para mantener todos los aspectos de mi vida personal (amistades, pareja, padres...) y profesional tan equilibrados como puedo. Estoy convencida de que si el padre no estuviera tan implicado mi vida se habría desequilibrado. Para mí, la baja de paternidad, para que toda la familia se adapte a la nueva realidad, es muy importante. También se debe dejar hacer al padre –nadie nace enseñado– para que participe del cuidado del niño al cien por cien.
Nunca había tenido instinto maternal hasta que encontré la pareja ideal y un libro: 'La maternidad y el encuentro con la propia sombra', de Laura Gutman. Entonces se me despertaron las ganas de ser madre. ¡Pero no tenía ni idea de cómo sería! He pasado de disfrutar mucho estando sola y estando con mi pareja a ser madre de familia numerosa. ¡Quien me lo iba a decir! Mientras, he tenido que hacer los duelos que no hice por las dos interrupciones voluntarias de embarazo que he hecho en otros momentos vitales. Una a los 17 años y otra a los 30.
¡Entonces ni me pasaba por la cabeza ser madre! Eso también es hablar de la maternidad.
Los tres embarazos los he disfrutado mucho. El primer parto, en clínica privada con epidural, ventosas, fórceps, maniobras, episiotomía y puntos. Los otros dos partos, en casa, con una comadrona sabia y experimentada, con un acompañamiento brutal. Las mujeres estamos olvidando lo que es parir porque la sociedad nos cosifica. Y nos quita el poder de ser mujer, madre y abuela. Sobre el hecho de ser madre, todos los tópicos son ciertos: cansancio, amor, entrega, felicidad... Me quedo con todas las mujeres que he encontrado por el camino. Y la conciliación no existe. Es falso.
Tres partos diferentes. Muy buen recuerdo de los tres. Lactancias largas, el último hasta pasados los 3 años. Desde el primer parto, encuentro con los instintos más animales en todos los sentidos: felicidad, miedo, protección... Grietas en los pechos, hemorroides, compresas posparto, aumentos de peso desmesurados, cansancio, sufrimiento... Pero en general sin angustias excesivas y fuerte empoderamiento. Cambio de prioridades y de ritmos con tres hijos y trabajando a jornada completa (mucha flexibilidad) y sin apoyo familiar próximo.
La vida personal de los dos es casi inexistente pero plena.
Nuestra sociedad y nuestro gobierno no cuida nada la maternidad y la paternidad.
Mi primera hija fue mi tercer embarazo. Deseada ella y deseado el parto como nada en el mundo. Vino de nalgas y, después de 28 horas, acabó en cesárea. Culpa. Posparto durísimo con mucho dolor por la operación. Necesito toda la calma del mundo, mi hija para mí, para olerla, para mirarla, para disfrutar, y se presenta la suegra en casa, que viene de la otra punta del mundo. Ella y sus consejos. Acaba tan mal que se va antes. Vuelvo a mi calma. Crece siendo una niña muy demandante. Hoy, a los tres años y medio, todavía hacemos pecho y colecho. Su hermano llega dos años y medio después. Casi consigo parirlo, pero no está bien encajado y acaba en cesárea. Culpa. Lo más duro es saber que mi hija me debe compartir, que el pequeño tiene unas primeras semanas sin la calma y el silencio que tuvo ella.
Yo siento que soy la peor madre del mundo. Nadie me había explicado cómo se sufre con el segundo, esta culpa que te llega de repente.
Ahora, 11 meses después, es maravilloso. No tengo ni un momento, pero esto, para mí, es vida.
Toda la vida huyendo de la maternidad. Tenia un plan A, acoger.
A los 38 me enamoro y quiero ser madre. Demasiado tarde.
La vida manda, rechazo hormonarme. Duelo superado. Descartado el plan B, vamos por el A. ¡Dos acogidas de bebés, dos embarazos de cinco horas! El primer bebé está en casa una semana. El segundo, casi dos años. ¡Las despedidas rompen el corazón –nuevo duelo– pero compensa tanto...! Nuestros hijos nos hicieron padres. Ahora practico la maternidad inversa: madre con Alzheimer. Hay muchas maternidades y las reivindico, creo que hay que hacerlo.
Seis años para quedarme embarazada. Tratamiento de fecundación 'in vitro'. Parto inducido. Lactancia dolorosa: cuatro mastitis, perlas y obstrucciones. Hace 18 meses que no duermo más de una hora y media seguidas. Estoy agotada. El puerperio es muy duro emocionalmente. Se dan muchas clases preparto pero te preparan muy poco para la realidad de ser madre.
¿Qué echo de menos? Me echo de menos a mí.
Los modelos de crianza actuales y la vida laboral no están sintonizados. La culpa, la maldita culpa, siempre está presente, siempre me parece que no llego a todo. Por el hecho de ser madre "mayor" también tenemos los abuelos mayores y no tenemos la ayuda que antes se tenía.
Nadie cuenta el cambio existencial que sufres como ser humano, te transforma y no siempre saca lo mejor de ti. Demasiada instrumentalización del parto, dolor insoportable en los pezones, cambios de humor inexplicables o una minipersona que amas pero no conoces. Las dudas, los miedos y los primeros meses son de catarsis. Después te dicen que todo es más fácil, pero creo que todavía me faltan años para ver las facilidades. Hoy en día, casi un año después, solo veo las dificultades. Ahora con la escuela y el comedor pagamos 485 € porque no conseguimos plaza en la escuela pública, pero como, por suerte, cobramos mil euros, no tenemos opciones a ninguna ayuda. No es fácil, aunque es bonito. Las instituciones se deben poner del lado de las familias.
Si me faltara mi pareja no podríamos hacer frente a la cantidad de gastos necesarios.
Es injusto el precio de las escuelas, de las vacunas y de todo lo que está relacionado con los bebés. Encima, dicen seis meses de lactancia exclusiva, pero a los cuatro meses te vas a trabajar con reducción de una hora para la lactancia. Dicen que compensa y, 10 meses después, creo que sí.
Rita llegó después de pasar un embarazo con mareos, ardores de estómago, dos infecciones bucales y un parto de 26 horas que acabó en una cesárea. El posparto no mejora mucho más.
La presión que una misma se inflige para hacer bien las cosas es una constante.
"Si todo el mundo lo ha hecho, yo también lo tengo que poder hacer". Las hormonas hicieron de mí una persona interpretativa. Por suerte, todo pasa y las cosas no mejoran o empeoran, sino que van cambiando. La experiencia ayuda y la facilidad que tenemos los humanos para adaptarnos ayuda a sobrevivir.
Me encanta ser madre, pero echo de menos tiempo para mí, para hacer cosas o simplemente para no hacer nada. Aunque me siento feliz teniendo a mi hija en mi vida, a veces echo de menos mi vida de antes.
Ser padres es una prueba de fuego para la pareja.
Mi primer hijo, 'in vitro', y la segunda hija, ¡sorpresa!
El primer parto, placenta previa y a la semana 27 hemorragia muy bestia. Corriendo al hospital. Maduraron los pulmones del niño. Unos días ingresada y para casa en reposo absoluto. Después de dos semanas de ir y volver del hospital, a la semana 29, cesárea de urgencia. Tuve los dos partos: dilatación más contracciones y cesárea de urgencia. Todo esto con la cara de la doctora expresando que la cosa no iba bien. Al cabo de pocos minutos nace en perfecto estado. Le doy un beso y a la incubadora. Después del parto, relajación absoluta. No podía ver a mi hijo porque estaba muy débil. Transfusión de sangre. Después de dos días ingresada en el hospital sin poder ver a mi hijo, por fin lo veo. Ya os podéis imaginar la alegría y felicidad que tuve en aquel momento. El segundo parto, en la semana 20, cerclaje de urgencia, y en reposo absoluto durante cuatro meses. Nació en la semana 36 después de discutir con la doctora si cesárea o parto natural. Después de lo que he pasado, no lo cambio por nada en el mundo.
Parto largo, yo muy joven (22 años) y en un entorno totalmente desconocido para mí. Tengo mal recuerdo del parto. Cuando me pusieron a la niña encima pensé: "Qué fea, y ¿qué hago ahora con ella?"
Tuve remordimientos durante muchos años por haber tenido este pensamiento.
También por tener muchas veces la sensación de que yo no servía para ser madre porque muchas veces estaba cansada y seguramente me superaba la situación. Repetí porque quería que mi hija pudiera disfrutar de la relación de hermanos. Tuve otra niña y el parto tampoco me gustó. Esta idea que nos venden de disfrutar del parto yo no la comparto. La experiencia como madre fue diferente, ya tenía más edad (29) y muchas cosas ya las sabía. En resumidas cuentas, a pesar de vivir la experiencia de forma angustiante y con culpabilidad, mis hijas se sienten cuidadas y amadas. Deseo poder ayudarlas con mis vivencias si algún día desean ser madres y poder contarles que las cosas no son tan bonitas y sencillas como nos las venden. Y que si a veces desearías no haber sido madre no pasa nada, no eres mala madre ni mala persona.
Tuve un embarazo fantástico. La niña no quería encajarse y ya tenía asumido que sería una cesárea. Así fue, e hizo el piel con piel con su padre. La recuperación de una cesárea es muy dura, no deja de ser una operación y no tienes tiempo para recuperarte porque ya no puedes cuidarte. En los primeros agarres al pecho yo lloraba de dolor y costó que dejara de hacer daño. Mi marido volvió a trabajar al cabo de cinco días y la niña era muy inquieta. Me encontraba cada día a las 6 o las 7 de la mañana caminando por la calle para que ella no llorara y yo no acabara loca. Dudas, inseguridades y soledad a pesar de tener un gran apoyo familiar.
No creo en las clases preparto y creo que se debería hacer formación y apoyo al posparto, que es cuando todo es más complicado.
Ahora la niña ya tiene 3 años y es lo mejor que hemos hecho nunca. Pero no engaño nunca a nadie, el primer año para mí fue muy duro. Ahora es lo mejor del mundo.
Hasta el día que supe que estaba embarazada, dudaba de si quería ser madre o no. Lo buscábamos, pero era una división constante, con miedo de perder mi vida: trabajar tanto como quería, deporte, montaña, pareja... Durante el embarazo me sentía juzgada por no mostrar una felicidad absoluta. Tenía miedo de lo que venía. Me encontraba muy bien y pude hacer vida normal hasta el final. No tenía una idea concreta de parto, no quería generar expectativas. Quería que fuera bien, eso era todo. Desde que rompí aguas hasta que tuve mi hijo en brazos pasaron 28 horas. Finalmente acabó en cesárea pero los dos bien. El posparto, horrible: el bebé llorando, yo también. No entendíamos qué le pasaba, enganchado todo el día al pecho, uno te dice una cosa, el otro otra y cada vez que le tocaba comer yo miraba al cielo. Enfadada con el curso preparto. Mucho hablar del parto y del romanticismo de la lactancia materna, pero no de los inconvenientes que tiene y de los altibajos emocionales. No te explican que no pasa nada si sientes que no estás enamorada del hijo. Pasé al biberón y empecé a disfrutar.
No soy más feliz, soy diferente.
¿Y a las aspirantes a madre que nos hacen sentir mal por no haberlo conseguido?
¿Las que dedicamos años de nuestra vida, energía, dinero y un coste emocional irreparable? Llegas a los 39 con tu último fracaso "sentimental", deseando tener hijos desde los 20. Te han vendido que ser madre es la culminación de tu realización como mujer. Pero tú no puedes. Entonces, sola, dices: "Ahora o nunca". Tres años de tratamientos: cuatro inseminaciones, dos ‘in vitro’, cuatro inseminaciones más (ciclos naturales, sin tratamiento, ya). Derrota emocional. No soy una mujer completa. Intentas consolarte diciéndote: "Ha sido muy duro, probablemente lo idealizabas, no hay para tanto". Y te contestan: "Pero compensa, vale la pena, te pierdes una de las mejores experiencias del mundo". La sociedad del siglo XXI sigue haciendo chantaje emocional a la mujer con la maternidad. La maternidad está sobrevalorada.
Parto provocado y con fórceps en las 41+3 semanas. Me encuentro en un parto informado y respetado, pero esto no evita los siete puntos y la rehabilitación de suelo pélvico que he tenido que hacer. Mucho apoyo de la pareja y de la familia. Difícil vuelta al trabajo, reestructuración de plantilla y yo, en un año, no he avanzado. Soy la que antes hacía muchas cosas pero ahora soy la de: "No estás por la tarde, ¿verdad? Ah, tienes la reducción..." Muy poca motivación para ir a trabajar y muchas más ganas de estar con mi hijo y no perderme nada.
Emocionada de ver cómo las mujeres nos apoyamos pero triste de ver cómo la sociedad juzga la maternidad.
La ve como un trámite y nos exige que volvamos a ser las de antes, cuando creo que es imposible. Ahora como madre soy una versión mejorada de mí misma. Buscando el segundo.
Embarazo bueno, parto correcto, aunque tuve que aceptar que la comadrona me rompiera la bolsa sin mi consentimiento y dos intentos de maniobra de Kristeller hasta que mi ginecóloga le llamó la atención. Llegar a casa fue acogedor. Lo más incómodo fueron las múltiples visitas que recibimos, que daban consejos contradictorios gratuitos que no había pedido. La única cosa que deseaba era estar los tres juntos para conocernos. Lactancia materna durante 13 meses a demanda, porque es lo que sentí, sin hacer caso de profesionales de la sanidad, otras madres, gente desconocida, vecinos, taxistas...
No sabía que un gran porcentaje de la población tenía doctorados en lactancia materna.
A partir del séptimo mes, cuando me incorporo al trabajo, choco con la realidad. Noches sin dormir y días a contracorriente en que parece que no puedas llegar a todo. Te sientes continuamente mal, indignada y enfadada con el mundo, pero lo vas a recoger al jardín de infancia y todos estos sentimientos se desvanecen. ¡La mejor decisión de mi vida!
La maternidad es una montaña rusa donde los sentimientos suben, suben y suben y de golpe, patapaf, caes al vacío, te siente triste, sola, decepcionada. Pasan los meses y vuelves a subir arriba, muy arriba y... otra vez caes. Soy madre de dos hijos, diseñadora, mujer y muy feliz de serlo. Me he quedado embarazada cuatro veces.
Y nunca nadie me había explicado qué era la maternidad hasta que me la he encontrado, así, de golpe.
Lo más duro de todo es la presión de no saber si estoy educando correctamente a mis hijos. Todo lo que les enseño y cómo se lo enseño marcará en gran parte el resto de su vida y en casa lo intentamos juntos, mi marido y yo, pero la presión de nuestras carreras profesionales, la presión social para mantener un cuerpo 10 y la economía hacen que no podamos destinar todo el tiempo, los recursos y la paciencia necesarios a nuestros hijos. Y eso me entristece.
Ser madre me ha cambiado la vida. Y realmente a mejor. Pero ni el embarazo, ni el parto ni el posparto fueron fáciles. El embarazo fue horroroso. Aunque la inmensa mayoría de la gente cree que una mujer embarazada está inmersa en una felicidad absoluta, yo me pasaba el día vomitando, de la cama al sofá, con náuseas horrorosas, débil y sin poder hacer nada. Se hizo absolutamente largo. Nació mi hijo. No hemos dormido ninguna noche entera desde aquel día. Los primeros dos años se despertaba cada 20-30 minutos. Como mucho dormía dos horas seguidas. Ahora tiene 4 años, es el niño más maravilloso del mundo y sigue sin dormir mucho, solo quiere jugar, pero es lo mejor que nos ha podido pasar, imposible imaginar tanto amor. Ahora vuelvo a estar embarazada y la historia se repite. Nuevas renuncias profesionales, personales, de pareja y de todo tipo.
Estar embarazada, parir y el posparto no siempre es lo mejor del mundo,
pero sí que creo que tener un hijo es descubrir el amor incondicional.
Tres embarazos, tres partos vaginales, somos afortunados. Cuando pienso qué me define pienso en supervivencia.
Cuando tienes un hijo con discapacidad, como es nuestro caso, pasas a ser una superviviente.
Sientes la soledad del sistema y sufres la falta de conciliación familiar. Cansancio y felicidad, un binomio perfecto que nos define. Familia numerosa, un orgullo. Y sí, necesito mis momentos de soledad, de egoísmo, de pareja, de amistad y de retorno a la juventud, en que nada era importante y nos quedaba todo por descubrir. Me enriquece ver crecer personas, me hace feliz ver compartir espacio generacional, la paciencia de los abuelos, el amor incondicional de los tíos y el juego confidencial de los primos. Y culpabilizo al tiempo de lo que me perdí y que ya no podré vivir. Intento tomar conciencia de todo y olvidar lo que me hace daño. Vivo al día y amo más. Renuncio a horas de sueño para sentirme libre.
Ser madre está sobrevalorado.
Hablar de compensaciones es una ilusión creada. Tengo dos hijos y los amo incondicionalmente. Gracias a la maternidad he trabajado e integrado sobre todo la paciencia, la escucha activa, la adaptabilidad, y he ido al polo opuesto del egoísmo, de pensar solo en uno mismo. ¡He aprendido mucho y no paro! Me siento agradecida, pero a veces con el alma en un puño y en voz baja... Porque también he sentido la dureza que comporta: la entrega, el sufrimiento, el descontrol, la demanda, la exigencia, lo que parece que sea un deberte a ellos y para ellos bajo el lema: "Eres la madre". Por otra parte, no es posible dividirse, la conciliación laboral y familiar en este país no existe, hay que escoger. Y yo escogí ser madre. He sido conductora, enfermera de urgencias, cocinera, cuidadora, educadora, cohete espacial... Pero hay que vivirlo para hablar de ello.
Parto muy prematuro a causa de una preeclampsia que casi me causa la muerte. Nace mi segunda hija a las 28 semanas y con 700 gramos. No la veo porque después de la cesárea la llevan a la incubadora y a mí, a la UCI. Al cabo de tres días salgo de la UCI y la veo, muy pequeña y débil. No nos aseguran que llegue a mañana y nos dicen que tenemos que vivir al día. Se pasa casi tres meses ingresada y mi marido y yo yendo y viniendo del hospital a casa porque tenemos otra hija, de 4 años, que también tenemos que cuidar. Como no puede tomar pecho me saco la leche con sacaleches, pero sale poca. En el hospital todo son presiones porque no tengo leche. Me paso el día con el sacaleches agarrado y finalmente me salen grietas. La niña sale adelante sin más secuelas que una displasia pulmonar. Ahora ya estamos en casa, con cólicos y durmiendo poco. Hacemos leche de fórmula porque con el estrés se me corta la poca que tenía. Tengo un sentimiento horrible por no hacer lactancia materna. Lo hemos pasado fatal, pero el estrés no nos deja pensar en lo que hemos pasado. Todo parece haber acabado bien... Ahora estamos contentos.
Pronto volveré a trabajar, con miedo de pedir una reducción y que me echen.
A mí el patriarcado me cayó como una losa, ya que cuando estaba en el punto más crítico de mi carrera profesional, a las puertas de conseguir que mi proyecto fuera una realidad, me quedé embarazada y todo se fue al garete. Se fue haciendo una bomba de humo a mi alrededor y mis colegas dejaron de contar conmigo. Escogí la maternidad y el mundo me dio la espalda: días de dolor, soledad, miedo y una tristeza infinita. Ganas de recuperar mi vida de antes y no tener ningún hijo. Me fui a vivir a Francia a pesar de no tener nada ahí y me he sentido vieja prematuramente. He tenido dos hijos más y he aprendido a relativizar los temores. He conseguido una maternidad pausada y tranquila que disfruto en cada momento, pero me ha costado casi cuatro años, tres hijos, muchas lágrimas y mucha frustración.
No he vuelto a trabajar y a veces siento vergüenza al decir que soy ama de casa
porque la sociedad nos mete en la cabeza la idea de que no existe el triunfo si no llega a través del éxito profesional.
Primer trimestre: náuseas y vómitos, superado. Segundo trimestre: relajante, tranquilo. Tercer trimestre: baja laboral y tiempo para mí y para él, para prepararlo todo. Vamos a clases de preparto, donde te explican todo lo que está relacionado con el parto, lo que da más miedo afrontar. Pero el parto, con suerte, dura unas pocas horas. Lo que viene después, no. Un mes y medio antes de lo que esperaba se truncan todos mis planes y el niño nace con aguas teñidas y dos kilos de peso. Se lo llevan corriendo. No lo veo hasta el día siguiente. El padre me enseña una foto dónde sale lleno de tubos, vías y oxígeno.
Este no era el parto que me habían contado en las clases. Lo primero que cogí fue un sacaleches y no a mi hijo.
Estuvimos en la unidad de neonatos un tiempo y, después, para casa. No dormíamos. De día todo se ve diferente –sales a pasear, lo ves feliz y tú eres feliz y sacas tiempo de donde puedes para cuidarte–, sin embargo, cuando llega la noche, pánico total. La gente opina –abrígalo, este niño tiene hambre, no lo acostumbres a los brazos– y todo el mundo sabe más que tú. La maternidad es un gran cambio de vida, pero es el mayor amor que tienes y que puedes darle.
Yo no he querido nunca hijos, pero mi pareja sí.
Le intenté convencer de que estábamos bien y de todo lo que no podríamos hacer. Al final claudiqué y ya tenemos dos hijos. El primer parto fue provocado porque no quería salir y, cuando me lo trajeron, mi pareja me explicó cómo se cogía, ya que yo no lo había hecho nunca. Tuve depresión posparto. El segundo fue parto natural y, en contra de lo que se dice, me fue mejor. El primero era absorbente, y con dos debía repartir el tiempo. Todo más tranquilo. La idea del segundo era mía, porque soy hija única y quería que al menos hicieran piña entre ellos. Fallo. Se llevan menos de dos años y cada uno va por libre. La vida te pone en su sitio. Ahora toca decir que los amo mucho y no me arrepiento de la decisión. Bien, la segunda parte no es verdad, sigo pensando que estaría fantásticamente sin hijos, aunque, por supuesto, me peleo como una leona por ellos y los amo mucho. Tienen más de 20 años.
He parido dos veces, a dos niños. Espectacular, diferente, emocionante y emocional, animal, con miedos y llantos y risas. Y aunque en el segundo sufrí bastante a lo largo del embarazo, ser madre me ha dado mucha fuerza como mujer; pero ojalá hubiera leído más sobre el posparto, porque las consecuencias pueden ser desastrosas. Nadie te prepara ni mental ni emocionalmente cuando 'todo' ha pasado.
De cara a todo el mundo tienes que estar feliz porque es lo que toca
y dejas de verte y de mirarte. Vuelves a ser tú pero al mismo tiempo eres otra. Conjugar estas partes es lo que me ha costado de verdad y ha sido especialmente duro. No el embarazo propiamente dicho.
Un aborto espontáneo y después de seis inseminaciones llega el embarazo tan deseado. Yo con 38 años, embarazo complicado, y a pesar de querer parto natural llega con cesárea, pero gran acompañamiento de la ginecóloga y vivencia en positivo. El primer año, fantástico. A los 8 meses me incorporo al trabajo con reducción de jornada. Después llega otro aborto espontáneo.
Aprendemos a decir adiós cuando la naturaleza lo decide.
Familia de tres hasta que por sorpresa llega un embarazo con 44 años y una criatura de 5. Pero las pruebas de diagnóstico prenatal nos dan muy malas noticias. Debemos decidir qué hacer, rápido, la decisión más difícil de nuestra vida. Decidimos detener el embarazo. Vamos al hospital y nos provocan el parto. Un parto con contracciones y dilatación completa, pero el dolor emocional lo invade todo y no deja espacio al dolor físico. Aprendemos nuevamente a decir adiós a alguien que nos ha convertido en familia de 4. Nadie habla de la maternidad de los adioses, pero por suerte siempre acostumbra a aparecer otra madre que, como tú, ha vivido lo mismo y te da la mano y te abraza.
Nuestro primer hijo fue muy deseado. Un embarazo sin más problemas que un poco de náuseas y ardores. A la semana 40+6 empiezan las contracciones. Rompo aguas y vamos al hospital. Ocho horas aguantando contracciones y tengo muchas ganas de empujar. Me hacen un tacto y estoy de 4 cm. Me desanimo mucho y pido epidural, no puedo más. Se para todo y al atardecer empieza a haber sufrimiento fetal. Tres ginecólogos en la sala y con episiotomía, fórceps y maniobra de Kristeller. Hoy soy consciente de ello y me siento muy mal después de haber sufrido violencia obstétrica.
Hay maneras de parir respetuosas; esta no lo es.
Diecinueve horas más tarde nació nuestro hijo, y no dormimos mucho desde entonces. Ahora ha cumplido tres años. La lactancia y el posparto son una montaña rusa de emociones. Y es mucho más duro de lo que te han contado. En los cursos hay que concienciar más sobre el posparto y la lactancia y no tanto sobre el parto. A pesar de todo, el viaje vale mucho la pena.
Cuando tenía 30 años dejamos de poner barreras y la sorpresa fue que no me quedaba embarazada.
Después de tres años buscando empezamos a hacernos pruebas y la respuesta de los médicos fue "diagnóstico idiopático". Es decir, no había ninguna razón para no quedarme embarazada. La única cosa que encontraron fue teratozoospermia en mi marido, pero el embarazo, en este caso, según los médicos, podía ser factible. Después de esperar unos meses, nos derivan a una sexóloga. La presión cada vez es mayor. Entre nosotros las relaciones sexuales se convierten en una obligación. Amigas que se quedan embarazadas a la primera. Finalmente, un médico nos dice que tenemos que hacer una fecundación 'in vitro'. Me niego. No puede ser, seguro que podemos probar alguna otra cosa antes, pienso. Yo sabía que la separación de los padres hizo que tuviera mucho miedo de ser madre, ¿pero hasta el punto de no quedarme embarazada? Empiezo un tratamiento de acupuntura que dura un año y medio. Finalmente hacemos dos inseminaciones que no salen. Acabamos haciendo una ‘in vitro’ y ahora soy madre de gemelos. Empiezan otras luchas.
Embarazo deseado y tranquilo. Parí en un hospital público donde considero que tuve un parto respetuoso con profesionales que me acompañaron. Cada persona gestiona sus emociones y dolores como puede. Yo gracias al yoga y a la preparación mental (y finalmente a la epidural) viví una experiencia preciosa con serenidad y mucha alegría. Los primeros meses de maternidad: ¡incertidumbre y descubrimiento, con los ojos y con el corazón! Gestionar inseguridades y cambios hormonales, un reto.
A veces me he sentido sola, aunque todo el mundo me quisiera ayudar.
Reincorporarme al trabajo fue difícil: dejar a mi hijo desde los 4 meses y medio en el jardín de infancia a las 7 de la mañana porque los dos trabajamos en otra ciudad y no tenemos abuelos que nos puedan ayudar; tener que sacarme leche encerrada en el lavabo de la oficina porque escogí hacer lactancia materna exclusiva hasta los 6 meses. Y el peso de la casa y el cuidado del pequeño recaen más en mí porque trabajo menos horas. Pero intento vivir cada día de manera consciente y positiva, disfrutando en familia, del colecho y la lactancia porque este es un tiempo limitado y precioso. Intento escucharme, respetar las emociones y amarme para poder amar mejor.
Recuerdo el embarazo como una época muy creativa. Una buena etapa. No tenía trabajo e hice una entrevista en una tienda. Me dicen que sí, pero antes de firmar el contrato confieso que estoy embarazada. Dice que no me puede contratar, que una vez tenga el hijo me echará y que lo podría denunciar. Digo que no lo haré, pero no me contrata.
Nace mi hijo, es un buen parto. Pero no tengo instinto. El primer día no lo quiero coger en brazos,
por inseguridad, solo estoy bien con él en la cama, allí sé que no caerá. A los dos días lo visitan su familia paterna (son de Francia) y se quedan en casa. Nos invaden durante tres semanas. Circulan diferentes familiares por casa. Me molesta cuando lo cogen (ellos y los sobrinos de 7 años) como si fuera un juguete y ni siquiera me piden permiso. No me encuentro. Solo me quiero encerrar en la habitación con él, pero no puedo. Invasión.
Tengo dos hijos. Dos pospartos diferentes. El primer parto fue bien. La estancia en el hospital, muy estresante: familiares a todas horas, sin respetar descansos y con consejos a diestro y siniestro (seguro que tiene hambre, dolor de barriga, frío, sueño, calor, solo harás pecho? No se engancha bien, yo le daría biberón, bla, bla, bla...). Cuando aterricé en casa me desmoroné: ¿y ahora qué? El padre, con tan solo 15 días de permiso. Te encuentras sola muchas veces, desanimada, cansada, triste, a veces ni siquiera sabes describir cómo te sientes.
Dicen que, a pesar de todo, cuando lo miras ves que todo ha valido la pena.
Yo no tuve este sentimiento hasta al cabo de muchos meses. Hice lactancia hasta los 9 meses, no lo pude alargar más por el trabajo. Al principio, con dolor e inseguridades. Con el segundo hijo ha ido todo más rodado. Aunque cada hijo es diferente, sabes que todo pasa e intentas tomarte las cosas d eotra forma. El segundo no tiene ni 4 meses y mañana ya se acaba el permiso maternal. ¿Y ahora qué? Toca hacer mil y una peripecias para llegar a todo, sin poder estar nunca al 100% en nada. La maternidad es bonita pero es sacrificada.
Estrés. Niño que parece que no acaba de crecer. Viene pequeño. Muchos llantos por el miedo a que se adelante el parto y a las consecuencias. Llegamos a la semana 40. Inducción.
No se parece en nada a mi parto ideal.
Me repiten que es pequeño, vuelvo a empujar, finalmente sale. 2,6 kg. Tampoco era tan pequeño. Subida de la leche. ¡Horror! ¿Esto no bajará nunca? Necesito pezoneras porque no se engancha. Noches de insomnio. No quiere dormir. Toca volver al trabajo. Está muy enganchado al pecho. Mi padre me lo acerca al trabajo para que coma, porque desde que me voy a las 8 hasta que vuelvo a las 15 horas se niega a comer. Tengo que huir de casa como un ninja para ir a trabajar. Es ahora, con 2 años y medio, que parece que empezamos a dormir mejor y acepta que la mama trabaja y vuelve. Aun así, no cambio nada.
Pau nació a finales de mayo hace dos años en Florida, en los Estados Unidos. Yo en aquellos momentos trabajaba, y un mes antes decidí dejar el trabajo. El hecho de vivir en el extranjero sin ningún familiar cerca, la lista de espera y el elevado precio de las guarderías —yo no tenía baja maternal pagada—, más un malestar general en mi trabajo, hicieron que decidiera dejar el trabajo. Los primeros seis meses fueron muy bonitos, pero después empezaron mis altibajos. Me sentía perdida.
Estaba enfadada con el mundo y conmigo misma, sentía que la sociedad me decía que ahora solo podía ser madre
y debía abandonar mis ambiciones profesionales. Sentía presión a mi alrededor. Muchas veces quería tirar la toalla, dejar mis planes de futuro, pero yo sentía que lo quería todo, quería ser madre, quería ser mujer, quería trabajar, quería ser yo al cien por cien.
Un posparto infernal por culpa de una lactancia llena de tropiezos evitables
si hubiéramos tenido al lado los profesionales adecuados velando por nuestra lactancia materna. Mi hijo tenía el frenillo lingual corto y nadie lo detectó. Las consecuencias fueron unas heridas inhumanas en los pezones, una mastitis subclínica y una pérdida importante de peso de mi hijo. Me vi obligada a suplementarlo con leche de fórmula y biberón. A pesar de cuidar mucho la lactancia mixta, el niño se ha acabado decantando por el biberón y he tenido que abandonar del todo la lactancia materna. Yo tenía muy claro que quería amamantar a mi hijo durante mínimo dos años, y lo habría podido hacer si hubiéramos recibido la atención adecuada desde el principio y si los protocolos hospitalarios y el entorno social se dedicaran más a empoderar a la mujer en un momento tan sensible y vulnerable como el posparto.
Embarazo inesperado, dulce y feliz viajando entre tres países. Parto muy desagradable, incluso violento, agresivo y muy poco respetuoso, pero una hija magnífica. Miedo de no saber, misterio de todas estas emociones nuevas, inquietudes, ilusiones, desilusión de no tener bastante leche, magia de poder compartir todos los momentos, incluso la alimentación, con el padre. Somos una tríada, somos una familia.
Amor incondicional, amor por encima de todo.
Y la magia del aprendizaje, el descubrimiento y la admiración por este ser pequeño y frágil que cada día crece y se hace más libre.
Cuando estuve preparada tuve la hija más deseada del mundo.
Su padre sintió celos y me empezó a maltratar psicológicamente, aparte de no hacer nada por ella.
Me costó un año echarlo de mi piso. Ni la familia me apoyó. A partir de aquí, la niña dejó de llorar para empezar a hablar. Ya no había tensión en casa. Acepté una pensión ridícula a cambio de no ir a los Juzgados, donde nos cortarían la lactancia dándole fines de semana enteros al padre. Le di pecho tanto como quiso: tres años y medio (a pesar de trabajar y viajar por negocios). Para mi sorpresa, algunos hombres se alegraron mucho de que me hubiera separado. Una 'superwoman' que saben que no les pedirá nada la mayor parte de la semana (porque cuida a la niña) pero con quien pueden disfrutar de vez en cuando en paralelo a su otra pareja. No sé cómo, salí con un chico que no se comprometía. Y cada vez que yo lo abandonaba, él me recuperaba con falsas promesas, hasta que me prometió hijos. Eso sí, cuando le dije que estaba embarazada, nos echó de casa. Ahora tengo dos niñas inmejorables, casa propia, trabajo de responsabilidad y quebraderos de cabeza por los incumplimientos de sus padres.
La experiencia de otras mujeres fue clave para poder hacerme una idea de lo que me esperaba. Leer relatos de partos me hizo bajar de las nubes. Aun así, llevo tres meses sin poder sentarme en condiciones. ¿Qué pasó? Según el hospital, nada en concreto.
Eché de menos que en el hospital me ayudaran con el pecho en lugar de amenazarme
con darle leche de fórmula. No me extraña que haya mujeres que abandonen la lactancia materna exclusiva. La corresponsabilidad de la pareja y la ayuda de la familia fueron claves. El grupo de lactancia en el CAP, imprescindible para no abandonar, aunque cuando ya no pueda más la dejaré, sin presión. Soy empresaria y me he dado cuenta de que todo el mundo está muy contento por ti pero lo que quieren es que salga adelante su trabajo. Me ha sorprendido que entre mujeres también nos boicoteemos. Sin remordimientos seguiré con mi proyecto profesional y de vida. Falta tribu y quitarnos de la cabeza todos los mitos, tanto de lactancia como de crianza. Creer en tu instinto es importante. También faltan ayudas para madres autónomas.
Hace cinc años que vivo en Dinamarca, tres de los cuales con mi pareja, un chico holandés. La sorpresa fue cuando fuimos a la primera ecografía y nos dijeron que estaba embarazada de gemelos. No había leído mucho sobre el tema, así que todo lo cogí con ganas y sin miedos. La comadrona nos dijo que necesitaríamos ayuda externa al menos el primer mes después del parto, por lo que mis padres, jubilados, se mudaron a Copenhague dos meses. Nos ayudaron mucho. Recuerdo un último mes de embarazo muy duro y sintiéndome muy sola los meses antes del parto (me obligaron a dejar de trabajar en la semana 23) y después de que se fueran mis padres.
Copenhague en invierno es muy oscuro y no tengo ninguna amiga que tenga bebés.
Aquí el estado organiza reuniones con otras madres que están en la misma situación, pero a mí no me funcionaron.
Escogimos adoptar.
Costó muchos nervios y casi tres años de papeles y espera. Desde que la fuimos a buscar a China es, sin duda, lo mejor que hemos hecho. Los primeros tres años estuvo siempre muy resfriada y con fiebre muy alta; así que los viajes a urgencias y al pediatra eran constantes. La conciliación aquí no existe, aunque teníamos buenos horarios laborales, teníamos canguro e iba a la guardería infantil. La familia nos ayudaba cuando podía, pero todo el mundo tenía trabajo. Siempre ha sido una niña feliz, extrovertida, divertida y muy inteligente. Cada día me siento encantada de tenerla. Ya tiene 18 años. Somos una familia feliz. Siempre animo a la gente a adoptar.
Manel nació por parto vaginal a las 41+6. Vuelta de cordón, meconio, parada respiratoria. A los tres días de vida volvemos con parada respiratoria al hospital: mi hijo se moría. Yo me cambiaría por él. Grietas. Adiós a la tan deseada lactancia materna. Me siento sola, y eso que estoy rodeada de gente.
La barriga cuelga, tengo estrías, estoy horrorosa.
A las seis semanas volví al trabajo porque soy autónoma y si no trabajo no facturo y si no facturo no comemos. Todo acaba pasando. El niño sobrevive, mamá intenta sobreponerse a todo y la vida pasa. Mi hijo es el mejor del mundo y se merece una madre feliz.
Fue una cesárea programada a las 37 semanas. Todo fue bien. Los días en el hospital fui como un robot. Hacía lo que me decían. No era yo. En casa empecé a ser consciente de ello. Mi compañero fue clave. Hasta aquel día, el peso de ser padres lo llevaba yo. A partir de aquel momento ya lo empezamos a compartir. Desde que llegamos a casa hasta al cabo de un mes, cada día por la noche lloraba. Mi compañero me decía: «Tranquila, es el desajuste hormonal».
Sentía un vacío dentro de mi, y lloraba.
Al mismo tiempo me sentía mal, porque se suponía que debía estar feliz. El tercer día comprendí que era hormonal y que cuando lo sentía debía llorar y esperar a que pasara. La baja de maternidad la cedí a mi marido y pudimos estar los dos con la niña casi seis meses. Eso fue clave para hacer equipo al 50-50.
Después de muchas operaciones y tres 'in vitro' me quedo embarazada de gemelas. El primer trimestre con pérdidas. Por lo tanto, reposo. Supero el primer trimestre pero a la semana 24 me hacen cerclaje vaginal por dilatación. Vuelvo al reposo, pero ahora absoluto. Solo me levanto de la cama para ir al baño. Parto por cesárea. Empezamos con alimentación de leche materna, la leche no sube y me desespero. Unas enfermeras dicen que pecho a demanda y otras que cada dos horas. Una de las niñas solo pesa 2,1 kg y va perdiendo peso. Lloro por la impotencia, lloro por los consejos que te dan todas las madres, abuelas y tías. Por fin, en casa con el relax sube la leche, empiezo a dar el pecho y una de las gemelas se agarra bien y la otra, la más pequeña, no puede y me saco la leche y le doy con el biberón. Parezco una vaca, todo el día con los pechos fuera. Así durante tres meses. No puedo más, estoy agotada.
Lloro porque me siento mala madre por dejar de dar el pecho a las niñas.
Pero ha sido y es la mejor experiencia de mi vida.