Todos conservábamos intacta en la mente la imagen de Britney Spears que nos grabaron a fuego los medios sensacionalistas de principios de los 2000, cuando junto a otras niñas mimadas de Hollywood se dedicaba a salir de fiesta sin contemplaciones y sin importarle nada si los paparazis la estaban grabando o no. Nos habíamos creído ese relato de joven frívola y egoísta y nunca nos habíamos fijado en el porqué de esa conducta extrema de la Princesa del Pop, que en 2007, fruto de adicciones y desórdenes mentales, perdió incluso la custodia de sus hijos. Tenía solo 26 años.

Afortunadamente, a principios de 2019 un podcast llamado Britney's Gram plantó una semilla que acabó desembocando en un movimiento planetario llamado #FreeBritney, que nos hizo abrir los ojos y nos desconvenció a todos de que Spears merecía vivir bajo una tutela legal absoluta ejercida por su padre. La cantante llevaba desde el 2007 en esa situación, aunque sí era apta para seguir haciendo giras mundiales y facturando millones de dólares. Una situación aparentemente anómala que, extrañamente, nadie de su familia había criticado.

Errores del sistema

El 2020 fue el año en el que empezó el proceso judicial de Britney Spears para deshacerse de su tutela, y el 2021 el año en el que la cantante ha salido de la cárcel de facto en la que vivía para convertirse en una mujer libre. Su caso ha evidenciado los estrepitosos errores del sistema de tutelas legales en EE.UU., ya que si alguien con su poder mediático ha estado 13 años bajo una tutela abusiva –la obligaban a trabajar y a llevar un DIU contra su voluntad–, ¿qué le habría podido pasar a un anónimo? Sus circunstancias también han puesto sobre la mesa la crueldad de la fama, su cara B. Seguro que el 2022 traerá nuevas noticias para la artista, pero serán muy distintas. Empieza la segunda vida de Britney Spears.