De las primeras dosis en las residencias de personas mayores a las colas masivas para recibir la inyección que tenía que cambiarlo (casi) todo. El 2021, el segundo año en pandemia, ha tenido una protagonista indiscutible: la vacuna. Millones de viales han llegado en los últimos doce meses para inmunizar a una población sedienta de normalidad, dispuesta a arremangarse para formar parte de la solución y dar carpetazo a una amenaza microscópica que paraliza nuestras vidas desde hace demasiado tiempo.ç

El balance es bueno: menos enfermos y menos fallecidos. Pero la eclosión de tres variantes en un año (la alfa, la delta y la ómicron) nos recuerda que la crisis no tiene un final cercano y constata una realidad incómoda que los epidemiólogos llevan tiempo proclamando: vacunando solo a una parte privilegiada del mundo no frenaremos el virus. La vacuna ha reforzado un elemento que, paradójicamente, el covid había desdibujado, las fronteras. Menos del 10% de la población de países de bajos ingresos ha recibido una dosis mientras que en nuestro país el porcentaje supera el 78%. El reto es ahora administrar las terceras dosis para evitar la saturación del sistema sanitario.

Un inicio de año incierto

Ahora encaramos un tercer año lleno de pandemia de incertidumbres. Hemos visto lo fácil que es tambalearse cuando se dan pasos demasiado rápidos para recuperar la vida prepandémica. En verano fuimos el país con más casos de Europa, con más de 50.000 positivos a la semana, y ahora subimos la curva con la previsión de que en enero haya 25.000 al día. Esta es la mala noticia. La buena, que la ciencia no deja de trabajar para conseguir más vacunas y tratamientos más eficaces.