15 de diciembre del 2019
Una bandada de estorninos sobrevuela hectáreas de cultivos que parecen infinitas en la llanura del campo de Cartagena. Es casi diciembre y la temperatura está por encima de los 20 grados. A ambos lados de una carretera secundaria, decenas de miles de lechugas crecen minuciosamente programadas: a la derecha, las que están a punto para la cosecha; a la izquierda, hileras donde las hortalizas apenas empiezan a despuntar. Así de intenso e implacablemente productivo es el que se ha bautizado acertadamente como el huerto de Europa. Los campos de regadío que han proliferado sin medida en poco más de cuatro décadas están inevitablemente conectados, en parte, con el episodio alarmante -"traumático", dicen incluso los vecinos de la zona- de la aparición a mediados de octubre de miles de peces muertos flotando en la parte norte del Mar Menor, la laguna salada más grande de Europa, que está librando una larga batalla por su supervivencia. La del Mar Menor es una crisis ambiental sin precedentes en la ribera mediterránea española, explotada sin contemplaciones por el hombre -agricultura intensiva, urbanismo desenfrenado y reminiscencias de la minería en la bahía de Portmán, que 25 años después de su cierre continúa enviando restos de metales en el mar-. Ahora, además, el impacto de la crisis climática ha acelerado y agudizado un desenlace nefasto.
Cientos de miles de peces y crustáceos muertos a mediados de octubre en la playa de la zona norte del Mar Menor, en San Pedro del Pinatar.ANSE
En la playa de Villananitos, en el extremo más al norte de San Pedro del Pinatar, donde empieza un parque natural de humedales protegidos -uno de los puntos de conexión de la albufera del Mar Menor con el Mediterráneo-, ya no queda ni rastro de la imagen impactante que fue noticia hace unas semanas, cuando las aguas aparecieron, muy temprano, "grises y lechosas y con un fuerte olor a podrido", según recoge un informe contundente del Instituto Español de Oceanografía (IEO), que describe la aparición de cientos de miles de peces y crustáceos muertos en la costa de la laguna. "Era dantesco, era para ponerse a llorar. Y eso que sólo era una pequeña expresión de todo lo que estaba pasando dentro del mar", explica el investigador del IEO Juan Manuel Ruiz. La "gran mortandad", como han etiquetado los vecinos el episodio del 12 de octubre, fue un punto de inflexión en un mar que ya había pedido auxilio saturado por la contaminación soportada durante años. Las aguas cargadas de nitratos que se vierten procedentes de la actividad agrícola intensiva son "la presión y el problema fundamental", aunque esto no siempre es bien recibido cuando se explica, reconoce el investigador del Centro de Edafología y Biología Aplicada del Segura (CEBAS-CSIC) Gonzalo González. Esto no excluye, añade, el efecto de otros castigos también muy importantes que se han infligido al medio -como una presión urbanística y turística muy alta- que se pueden sintetizar echando un un vistazo a la multitud de apartamentos que abarrotan la Manga del Mar Menor -el brazo que separa la laguna salada del mar Mediterráneo- o los resorts construidos (y algunos a medio levantar) símbolo del pelotazo urbanístico precrisis.
Una imagen del Mar Menor desde San Pedro del Pinatar con los bloques de pisos de la Manga del Mar Menor al fondo.
La degradación del Mar Menor es "profunda", constata Ruiz, y se explica por la acumulación excesiva de nutrientes en sus aguas -un fenómeno que se denomina eutrofización- fruto de la entrada continua de nitratos, ya sea por las ramblas que canalizan el agua hasta la laguna o por las aguas subterráneas que también acaban filtrándose en la costa. La situación se agravó repentinamente con la gota fría (DANA, depresión aislada en niveles altos) del mes de septiembre, que ahogó los cultivos, causó graves inundaciones y supuso la descarga masiva de agua y toneladas de sedimentos. González calcula que podría haber entrado en pocas horas el equivalente al 12% de toda el agua que normalmente hay en la laguna. El IEO cuantifica que, de golpe, entraron en el mar entre 35 y 60 toneladas de nitratos, de 25 a 45 de amonio y más de 100 toneladas de fósforo.
El 80% del agua del Mar Menor se quedó sin oxígeno y murieron miles de peces y crustáceos
La situación de anticiclón posterior creó una calma engañosa, mientras la realidad era que el 80% del agua en la laguna se quedaba sin oxígeno, en las capas más profundas todo iba muriendo y los peces y crustáceos trataban de refugiarse para sobrevivir en la capa superior del agua. "Pocos días después del temporal el fitoplancton se disparó a niveles que no se habían visto nunca y, a continuación, ya se empezó a detectar una disminución importante de los niveles de oxígeno que presagiaba que el fondo podía estar todo muerto o moribundo", explica el científico del IEO. Finalmente, el viento de levante hizo aflorar esta capa sin oxígeno -anòxica- a la superficie y dejó al descubierto lo que los científicos ya alertaban desde hacías semanas. "Hubo quien quiso hacer creer que los peces muertos eran fruto de los descartes pesqueros, pero aquello no cuadraba por ninguna parte: eran demasiados y en muy buen estado y estaban en una extensión muy grande para ser de los pescadores", apunta el director de la Asociación de Naturalistas del Sureste (ANSE), Pedro García.
En la marina del Carmolí (a la izquierda) se aprecia la entrada natural de agua en el Mar Menor después de los aguaceros. El cordón de algas que se ve al fondo delata que las aguas tienen niveles altos de nitratos -nutrients- que van a parar directamente a la albufera.
Este estado del mar dejó en shock a los vecinos de San Pedro del Pinatar, pero el drama "se ha ido cociendo desde hace décadas", insiste Juanma Ruiz. El episodio que hizo saltar las alarmas por primera vez fue hace tres años, cuando las aguas del Mar Menor se volvieron de un color verdoso, fruto justamente de una crisis eutrófica desencadenada por los mismos causantes: un crecimiento del fitoplancton que enturbió las aguas y se cargó el 85% de la vegetación marina dejando una especie de sopa verde, tal como la bautizaron entidades ecologistas como ANSE. Después del episodio de 2016, los científicos y ecologistas ya daban por hecho la entrada del ecosistema del Mar Menor en un "nuevo estadio desconocido en el que no sabes cuál será el camino de vuelta", reconoce el investigador IEO. Según Ruíz, se daba por hecho que el sistema era más inestable pero la reacción tras la DANA sorprendió incluso a los expertos: "No esperábamos que pasaría tan de golpe y sería tan extremo, pero un ecosistema nunca responde linealmente", reconoce.
González, científico del CSIC, lamenta que se hayan ignorado los síntomas que ha ido presentando el mar, donde no hace tantos años las aguas eran cristalinas y plagadas de caballitos de mar que los más jóvenes ya no han visto: "Parecía que mientras te vieras el dedo del pie cuando te bañabas todo estaba en orden y no pasaba nada", ironiza.
La huella de la agricultura intensiva se ve claramente en la marina del Carmolí, hoy la principal entrada natural de agua en el mar después de la DANA. Desde el temporal que no se detiene la descarga porque los niveles del aqüífero escalaron dos metros repentinamente. "No hay una solución inmediata para ello", asegura Pedro García, de ANSE, mientras señala el arroyo de agua aparentemente cristalina que desemboca en el mar y que, en realidad, contiene una alta dosis de nitratos. "Lo que lo delata son los cordones de algas que se forman a su paso y que, si el agua no fuese cargada de nutrientes, no se formarían", explica. También en la tierra se pueden ver todavía los restos de lo que arrastró el temporal, que transformó muchos campos en pistas por donde el agua y el barro se deslizaban aprovechando el ligero pendiente del terreno hasta la costa. Entre la vegetación acumulada, hay miles de trozos de poliestireno de las bandejas que se utilizan en las fincas agrícolas y numerosos restos de otros plásticos.
Miles de trozos de bandejas de poliestireno y otros plásticos que la DANA arrastró de los cultivos hasta la costa
El crecimiento del regadío irregular ha sido uno de los principales detonantes para que la presión sobre el mar se haya vuelto hoy insoportable, según el portavoz de ANSE. García calcula que hay "más de 12.800 hectáreas de cultivos ilegales" que funcionan aún hoy en el campo de Cartagena, según constataron la cartografía y el estudio llevados a cabo por la entidad con datos de hasta el 2017. La cifra equivale a casi una cuarta parte de las más de 50.000 hectáreas donde crecen verduras, hortalizas y cítricos, ya sea al aire libre o en grandes extensiones de invernaderos. La Confederación Hidrográfica del Segura (CHS) ya ha reconocido 9.500 hectáreas de cultivos fuera de su perímetro y ha anunciado que está estudiando si son legales o no.
La explosión del regadío en unas tierras más bien secas llegó con el trasvase del río Tajo a finales de los años 70. Desde entonces, y en solo 40 años, la superficie se ha multiplicado por diez. "Aunque el plan de gestión de la cuenca no lo permitía, la realidad es que la superficie agrícola ha ido creciendo y se ha ido legalizando a posteriori", critica García. La bola se ha ido haciendo grande porque cada vez que se pactaba aumentar los volúmenes de agua, la superficie crecía y se detectaban nuevas fincas y, por tanto, la situación de déficit hídrico seguía.
Una plantación de lechugas intensiva: a la derecha del camino, lista para cosechar; a la izquierda, apenas comenzando a crecer.
González, el investigador del CEBAS-CSIC, dirige la crítica sobre todo a la "permisividad" de las administraciones, de todas: la del PP, que lleva más de 30 años gobernando la Comunidad Autónoma, así como las de los sucesivos gobiernos estatales de populares y socialistas, que no pusieron freno. "Con una mínima disciplina no habríamos llegado al punto en que estamos ahora y la gente estaría mucho más mentalizada, quizás habría problemas para un sector tan intensivo pero no serían tan graves", recalca.
Con una mínima disciplina no habríamos llegado al punto en que estamos ahora
La inacción de las administraciones que denuncian expertos y ecologistas ha coincidido con un período de oro para el sector agrícola: el aterrizaje en tromba de grandes corporaciones mundiales agroalimentarias. Un cartel gigante de una conocida marca de ensaladas preparadas lo deja bien claro en medio de una plantación cerca de Torre-Pacheco: "Nuestro huerto en Murcia". "Ha habido un proceso de concentración de la agricultura; antes había más pequeños productores y ahora cada vez hay más grandes grupos que controlan grandes extensiones, ya sea en propiedad o alquiladas ", detalla González.
De dónde ha salido toda el agua para regar los nuevos cultivos? El agua del Tajo no ha llegado a ser ni la mitad de lo que se prometió, así que los cultivos irregulares han recorrido durante años a los pozos de las fincas privadas. El número de pozos existentes es difícil de precisar: las cifras apuntan que hay "entre 500 y 1.000", según el investigador del CSIC. El problema es que el agua que se sacaba de los pozos tenía que pasar forzosamente por un proceso de desalinización para poder ser útil para regar embargo, con el abaratamiento de la tecnología, propició la "burbuja de las desaladoras", según González . Muchos agricultores invirtieron en sus propias instalaciones, y el crecimiento descontrolado de nuevo alimentó el problema ambiental: no había vigilancia efectiva sobre qué hacía cada explotación con la salmuera resultante del proceso. La Confederación Hidrográfica del Segura (CHS) construyó una gran tubería para transportar estos residuos salinos y ordenó a los agricultores que se conectaran desde sus fincas. "Esto fue imperdonable, porque nadie controló por donde se hacían estas tuberías particulares y ahora se desconoce todo el entramado del subsuelo", denuncia González. Además, no se tuvo en cuenta que la salmuera, si bien tiene una salinidad inferior a la del Mar Menor, sí es una grave amenaza si se vierte al medio para que puede tener el triple de concentración de nitratos.
La crisis de la sopa verde de 2016 en el Mar Menor fue el desencadenante para que el desparrame de pozos y desalinizadoras ilegales -algunas incluso detectadas por la Guardia Civil escondidas en remolques o en zulos- hayan acabado en los juzgados. El magistrado que instruye la causa ya suma 142 investigados (empresas agrícolas, la mayoría, pero también personas físicas en calidad de administradores) por vertidos ilegales que podrían constituir un delito ambiental.
Las hectáreas de regadío se han multiplicado por diez en 40 años y ya son más de 50.000. Los ecologistas calculan que hay unas 12.800 que funcionan de manera irregular.
El sector agrícola vive con irritación y preocupación que la crisis ambiental lo haya situado en el blanco de las críticas. "Se nos criminaliza injustamente, se desconoce cómo trabajamos la mayoría y que estamos dispuestos a aplicar las medidas correctoras que sea necesario", insiste el presidente de la entidad agraria COAG, Vicente Carrión. En la misma línea, la Comunidad de Regantes del Campo de Cartagena -la más grande de todo el Estado- también se defiende de las críticas: "los agricultores no somos los únicos responsables de la contaminación, pero, sin embargo, no nos conformamos y estamos implicados y buscamos mejoras", sostiene el secretario general, Manuel Soto. "Los impactos sobre el Mar Menor han venido también de otras fuentes, de la ganadería, del urbanismo o de la minería, y no se debe menospreciar. Es un problema complejo y ni siquiera unanimidad en el comité científico ", insiste.
La crisis del Mar Menor justo después del temporal DANA, irrumpió en plena campaña electoral de las generales y hay quien ve en la victoria contundente de Vox en poblaciones importantes de la zona -Torre-Pacheco, San Pedro del Pinatar o San Javier- un voto de castigo al PP por toda la crisis que ha impactado en el campo y también en el sector pesquero. Torre-Pacheco, un municipio eminentemente agrícola y con más del 30% de población migrada, que trabaja en los campos, fue la zona cero de la victoria de la ultraderecha en Murcia el 10-N y es uno de los pueblos donde obtuvo más votos, un 38%. Un vecino de la localidad que no quiere dar su nombre ve así el resultado: "Más allá de otros factores, como el discurso antiinmigración, los agricultores han sentido señalados y abandonados, la gente está enfadada".
Los trabajadores de los campos son en buena parte inmigrantes
El comité de expertos científicos que creó el gobierno autonómico de Murcia para hacer el seguimiento de la crisis y proponer soluciones pide, de manera inmediata, "detener los vertidos de agua con nitratos en la laguna". La petición es bombear el agua que circula por las canalizaciones artificiales hasta el mar -como la rambla de El Albujón- para frenar la entrada de nitratos. Y, en paralelo, también drenar agua del acuífero porque ahora el nivel está tan alto que descarga constantemente al mar por otras salidas naturales. "Este compromiso forma parte del plan de vertido cero del ministerio de Transición Ecológica", subraya Javier Gilabert, profesor de la Universidad Politécnica de Cartagena y miembro del comité. Según opina, desnitrificar el agua sería una opción "relativamente fácil" si se utilizaran biorreactores y técnicas que ya están ensayando en pruebas piloto como hacer pasar el agua por una especie de balsas con todo de astillas de madera que actúen de filtros naturales. Justamente esta solución de las astillas es una de las 8 medidas urgentes que ha aprobado el gobierno autonómico con 8 millones de euros comprometidos como parte de respuesta a la crisis ambiental. "Lo que le pedimos al Estado son infraestructuras para drenar el acuífero porque estamos en una situación de emergencia", advierte al ARA la directora general del Mar Menor del gobierno murciano, Miriam Pérez.
Los científicos urgen a detener los vertidos de agua con nitratos en la laguna
A la hora de repartir responsabilidades sobre lo que ha pasado, Pérez reconoce que presiones como la de la agricultura intensiva pueden haber influido mucho, pero añade: "Todos somos culpables de lo que ha pasado y ahora hay que trabajar en las soluciones". Apunta que el decreto ley de protección del Mar Menor que se aprobará de manera inminente debe regular las actividades para hacerlas compatibles con la biodiversidad. ¿Esto quiere decir, en el caso de la agricultura, eliminar las hectáreas no regularizadas? "Pediremos a todos los sectores esfuerzos en proporción al impacto que tienen sobre el mar", insiste.
Gilabert urge a las administraciones a superar las divergencias y ponerse a trabajar aprovechando que las condiciones de invierno son más favorables para que "todo el ecosistema se ralentiza con la bajada de la temperatura". El científico ve claros indicadores de una mejora en las aguas de la laguna -en cuanto a los niveles de oxígeno y la salinidad-, pero también reconoce que, mientras no se actúe, el Mar Menor está "a merced de la meteorología "ante nuevos episodios como el de después de la DANA. La recurrencia de lluvias tan fuertes forma parte de los nuevos escenarios de la crisis climática, la misma que hace que a principios de diciembre los termómetros de la zona marquen aún 24 ºC.
Una farmacia de la Manga con un cartel que reclama soluciones y acciones para salvar el ecosistema del Mar Menor.
Los ecologistas interpretan las propuestas que hay encima de la mesa como un intento de la administración porque "se vea que hacen algo, cuando en realidad no saben qué hacer", opina el director de ANSE. "La solución de las astillas de madera no es viable y no funcionará en lugares como las ramblas principales por donde entra el agua en el mar, porque el paso de cualquier pequeña riada se lo llevará todo", añade. También los científicos González y Ruiz (del CEBAS-CSIC y del IEO) discrepan de las soluciones que han surgido hasta ahora. De hecho, ambos dimitieron en octubre del comité de expertos por diferencias sobre cómo se pretende aplacar la crisis en la laguna. "No vemos medidas que hablen del empleo de las ramblas, de la vegetación, los humedales, los controles de la superficie agrícola", lamenta Ruiz. Aparte de abordar estos retos y las medidas estructurales" irrenunciables ", González defiende uno de los experimentos que ya se están ensayando, que es expandir las zonas de humedales aunque sean a pequeña escala y en zonas localizadas para favorecer el filtrado natural del agua con nitratos y mejorar la calidad de lo que llega al mar.
Una fachada de un bloque de apartamentos de la Manga del Mar Menor, destino turístico por excelencia de sol y playa en España.
El desenfreno urbanístico que vivió España en los años de la burbuja inmobiliaria ha dejado fuerza vestigios en toda la comunidad de Murcia. El campo de Cartagena se pobló de resorts de casas con piscina y campos de golf sólo para residentes que fueron como un canto de sirena para una nutrida comunidad de jubilados ingleses en busca de climas cálidos y vida tranquila. Pero la presión urbanística insostenible había acosado y degradado la costa de la laguna muchos años antes, empujada por el boom turístico de sol y playa que, en el caso de Murcia, tiene nombre y apellidos: la Manga del Mar Menor. Veranear en este rincón de tierra intensamente urbanizado que baña el Mediterráneo a un lado y el Mar Menor en el otro era el sueño en miles de hogares de todo el Estado hace tres décadas. Seguramente contribuían a ello programas televisivos que marcaron toda una generación, como el Un, dos, tres, en los que el principal premio que se podía llevar el concursante era, precisamente, un "fantástico apartamento" en uno de los bloques de pisos que se levantan a lo largo de esta extensión de unos 24 kilómetros.
La erosión de las playas en la Manga de Mar Menor es cada vez más evidente. En la imagen, una casa que ya esta literalmente dentro de mar.
Hoy la Manga del Mar Menor sigue atrayendo a millones de turistas cada año, aunque es casi un desierto en épocas de temporada baja, como ahora. Hay unas 6.000 personas empadronadas, pero los residentes son aún menos, según el portavoz de la asociación ecologista ANSE. Mientras se avanza en coche en la línea recta inevitable de la avenida principal de la Manga -de doble sentido y poblada de semáforos-, se detectan las amenazas de la crisis climática en la localidad. Las playas por la banda del Mar Menor son prácticamente inexistentes, el mar se ha comido buena parte y el resto sobrevive a base de irlas rellenando continuamente de arena. La subida del nivel del mar con los temporales, sin embargo, va excavando y erosionando la zona y el agua irá acercándose cada vez más a la carretera central, augura Pedro Garcia. "El agua del freático sube y muchos edificios ya tienen filtraciones y agua en los sótanos que se debe bombear", añade el portavoz ecologista de ANSE.
En el lado del Mar Menor, además, ya se ven casas que han quedado literalmente dentro de la laguna por la erosión. "Son los riesgos de ocupar la línea de costa", apunta García. Además, en el lado del Mediterráneo, donde están las mejores playas, la arena y la erosión también aumentan y ponen en riesgo el destino turístico. ANSE propone una solución para frenar esta deriva y recuperar el medio: derribar unas 120 construcciones de planta baja en la Manga y restablecer las dunas de arena, que amortiguan mucho más el impacto de las olas.
Uno de los pocos pescadores de la Cofradía de San Pedro del Pinatar que sale a pescar llegando a la lonja y preparando el pescado.
El paso de la DANA y las imágenes de destrucción y mortalidad de peces han llevado a muchos hoteleros y restauradores de la zona del Mar Menor a rebajar las expectativas de visitantes los próximos meses y a bajar la persiana hasta la próxima primavera, explica Garcia. Pero el clima enrarecido por la crisis en la laguna no es en ninguna parte tan palpable como en la Cofradía de Pescadores de San Pedro del Pinatar. En un primer momento, después de la mortalidad de peces y crustáceos, la decisión del colectivo fue no salir a pescar hasta que se les asegurara qué efectos tendría sobre el pescado lo que había pasado. Pidieron ayudas para aguantar mientras no salieran a pescar y el gobierno se las concedió pero no les llegaron a todos. Un mes después, el tercio de los barcos -unos 20 aproximadamente- que no recibía ayudas decidió salir de nuevo al mar.
Los compradores (pescaderos y restauradores) durante la subasta del pescado en la Cofradía de San Pedro del Pinatar, menos concurrida que antes de la crisis en el Mar Menor.
Hoy, en la Lonja, el ambiente es diametralmente opuesto al que tendría que ser durante una mañana de noviembre, uno de los periodos fuertes de la pesca de dorada en el Mar Menor. Baja actividad e incluso subastas sin compradores han sido la tónica de las últimas semanas. "En un día normal todo esto -dice Jonatan señalando la sala donde descargan las cajas de pescado los pescadores- estaría lleno de palets de mercancía para subastar". Hoy, apenas se subastan media docena de cajas.
El ambiente entre los compradores de la subasta tampoco es como el de otras épocas. Emilio, que tiene cuatro pescaderías en los alrededores de San Pedro del Pinatar, tiene que lidiar con una clientela que no quiere el pescado del Mar Menor: "Estamos pasando una crisis como la que hubo con las vacas locas", asegura. Para poder dar garantías y convencer a los compradores reacios ahora lleva con cada compra un papel con la analítica sanitaria que certifica que no hay ningún riesgo para el consumo y que los niveles de plomo, cadmio u otros metales son normales. "Hay un poco de psicosis, pero al pescado no le pasa nada", remacha Pedro Vicente, el subastador de la cofradía. El estado de ánimo y la desconfianza, sin embargo, se ciernen sobre la venta diaria de un producto que ha perdido valor bruscamente. Hay pescado que, directamente, no tiene precio, nadie lo compra. "Costará levantarlo, todo esto, y superarlo", augura Vicente mientras coloca las cajas para empezar la última venta exigua de la mañana.