Premio Montserrat Roig del Ayuntamiento de Barcelona
Sobre las protagonistas
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Este reportaje es fruto de la investigación realizada por la autora como ganadora del premio para la promoción de la investigación periodística en el ámbito del bienestar social en Barcelona - Montserrat Roig del Ayuntamiento de Barcelona.
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Algunos de los nombres de las protagonistas que aparecen en el reportaje son ficticios para preservar su identidad.
El sinhogarismo afecta a muchas más mujeres que las 80 que se calcula que duermen en la calle de la capital catalana, y es que estar en situación de sin hogar no es sinónimo solo de no tener techo. También significa vivir en infravivienda, vivir con la pareja agresora, ocupar un piso por necesidad, compartir piso con desconocidos o residir en casa de la familia para la que trabajas.
¿Qué significa vivir sin hogar?
Esta es la clasificación del sinhogarismo, según la European Typology of Homelessness and Housing Exclusion (ETHOS). Las mujeres a menudo se encuentran en situaciones que responden a las dos últimas categorías pero la falta de datos y estadísticas hace que sean invisibles. Es por ello que se podría hablar de sinhogarismo oculto en muchos casos. Una invisibilización, además, a la que se suman situaciones de abusos, violencias machistas, brecha de género y desigualdades económicas y laborales, racismo, problemas de salud mental o adicciones.
1.
Sin techo
Personas viviendo a la intemperie o en albergues nocturnos.
2.
Sin vivienda
Incluye albergues para personas sin hogar, centros penitenciarios, casas de acogida para jóvenes o instituciones médicas.
3.
Vivienda insegura
Vivir realquilado, en casas de familiares y amigos, ocupando, en proceso de desahucio o ejecución hipotecaria o vivir bajo amenaza de violencia.
4.
Vivienda inadecuada
Vivir en caravanas, naves o asentamientos, edificaciones no convencionales o temporales, y viviendas masificadas.
10 mujeres fuertes, valientes y resilientes explican cómo es vivir sin casa o sin una vivienda digna en Barcelona.
Carmen y Jimena, Ana María, Nora, Anna Maria, Sofia, Beatriz y Daybelin, Julia y Juana
10 mujeres fuertes, valientes y resilientes explican cómo es vivir sin casa o sin una vivienda digna en Barcelona.
"Mis hijos no pueden invitar a amigos a casa porque no tenemos casa"
Carmen y Jimena
“Bonita, ¿y tú qué quieres tomar? ¿Café? Mira, está recién hecho... ¿Un té? ¿Seguro que no quieres desayunar nada?" Al final acaba siendo un té humeante, con una rodaja de limón porque así es como se lo toman ellas. "Es bueno así, ¿verdad?", pregunta Carmen. Ella y su vecina toman café mientras escuchan a Jessica González, coordinadora técnica de la asociación Amics del Moviment Quart Món, que les explica que esa mañana el taller de alfabetización castellana lo harán con fichas de Scrabble.
75
asentamientos
en solares vacíos en Barcelona
Diciembre 2020
Fuente: Ayuntamiento de Barcelona
Carmen vive con su marido y tres de sus cinco hijos en Montcada i Reixac, en una casa que han ido arreglando y habilitando con los años hasta tenerla a su gusto, pero que inicialmente había sido un garaje en un descampado. Antes, sin embargo, pasaron más de 15 años viviendo en Barcelona, recién llegados de Galicia, en las naves abandonadas de la calle Tànger y cerca de la parada de metro Selva de Mar. Unas naves y asentamientos que hace décadas que existen en Barcelona pero que son desconocidos para gran parte de la población. Encontraron una ciudad hostil y tuvieron que buscarse la vida como pudieron para sacar adelante a la familia. Al principio pedían limosna en el metro y compraban la comida del día con lo que habían podido recoger. Luego su marido vendió durante un tiempo La Farola mientras ella pedía en las calles. "¿Te acuerdas de La Farola?", pregunta. Ahora su marido va haciendo trabajos aquí y allá cuando la salud se lo permite.
"Muchas veces teníamos que usar velas si en la nave donde estábamos no había luz o se la habían cortado"
Según explica Carmen, en la nave vivían muchas familias, lavaban la ropa en la calle y esperaban que se hiciera de noche para enjuagarla, evitar quejas de vecinos y esquivar patrullas de policía. "Yo creo que en Barcelona éramos una molestia para los vecinos, aunque no teníamos ningún problema con ellos", lamenta. "La policía venía a menudo a decirnos que nos fuéramos o nos echaban directamente. Recuerdo un día que estaba haciendo una tortilla y nos echaron, no la pudimos ni probar", dice sonriente bajo la mascarilla mientras recuerda la escena. Utilizaban cocina de butano "como las de los campings", comenta, y cogían agua en cubos de donde podían. "Muchas veces teníamos que usar velas si en la nave donde estábamos no había luz o se la habían cortado", recuerda. "Y cuando podíamos íbamos a la calle de la luz, que siempre estaba iluminada por una farola cerca de la parroquia de San Pancracio", dice refiriéndose a la calle Badajoz.
"Buenos días, pasad, ¿aquí os va bien?" Al igual que Carmen, Jimena sabe perfectamente qué es vivir en una nave. Con una historia parecida a la de su compatriota, Jimena ha pasado por diferentes situaciones de vivienda precaria en los más de 17 años que lleva viviendo en la capital catalana. Vive en el Bon Pastor con su familia y a principios de mayo fueron desalojados de la nave donde nos encontramos la primera vez. La entrada discreta de la calle daba paso a una gran nave donde había aparcadas dos caravanas y un par de coches. Las estancias estaban levantadas con paneles. De fondo de la conversación sonaba una serie en el canal Divinity.
25
%
de las 392 personas que viven en asentamientos en Barcelona son mujeres
Diciembre 2020
Fuente: Ayuntamiento de Barcelona
"Yo no dejaré de ser gitana y me gustaría integrarme en la sociedad y tener oportunidades de vivir de forma más estable", asegura cuando hablamos de márgenes y prejuicios. En estos años en Barcelona ha vivido en el Poblenou como gran parte de la población galaicoportuguesa inmigrante en la ciudad. También ha ocupado una casa en el barrio del Carmel, donde asegura que pagaba un alquiler simbólico de poco más de 100 €. "Era una casa pequeña rodeada de otras grandes, nos gustaba mucho y mis hijos podían dormir en habitaciones separadas y todo". Cuando dio a luz a su hija pequeña, la tercera criatura en la familia, tuvo que ingresar en el hospital durante días y dejar la casa. Esto sumado a desavenencias entre la propietaria y su hermana hizo que Jimena no pudiera regresar y tuviera que ir a vivir a una nave.
Según cifras del Ayuntamiento, en diciembre de 2020 en la ciudad de Barcelona había localizados 75 asentamientos diferentes en solares vacíos, en los que habrían vivido 392 personas procedentes de 40 países diferentes. González, coordinadora técnica de la asociación Amics del Moviment Quart
Món, cree que esta cifra puede ser mucho más alta teniendo en cuenta el número de personas a las que acompañan desde la entidad. De acuerdo con el consistorio, a menudo se trata de personas a las que es difícil acercarse porque "mantienen reticencias a los canales oficiales, ya que no constan en las estadísticas oficiales ni siquiera de sus países originarios y no muestran interés en establecer contacto con la administración porque históricamente eso les ha supuesto más problemas que soluciones". En este sentido, Jimena asegura que las opciones que se les ofrecen no les son suficientes. "En alguna ocasión nos habían ofrecido tres días en una pensión si nos iban a desalojar de donde vivíamos, pero ¿cómo teníamos que aceptar eso si implica no poderte llevar tu cama y tus cosas? No nos soluciona casi nada estar tres días en una pensión y después a buscarte la vida y encontrar muebles y todo de nuevo", argumenta.
Esta falta de comunicación con las familias en asentamientos, la falta de recursos por parte de la administración local y la presencia mediática estigmatizadora hace que se incremente la invisibilización de un colectivo marginado ya desde un inicio. Además, de estas 392 personas contabilizadas por el Ayuntamiento en asentamientos, solo el 25% son mujeres. "Si yo estuviera en el otro lado intentaría comunicarme con las personas y familias que están viviendo en asentamientos, intentaría entenderlas, preguntar qué necesitan y a partir de ahí ayudarlas", propone Jimena.
"Tres días en una pensión no sirven de nada si nos desalojan de la nave"
Situaciones como la de Carmen y Jimena son ignoradas por gran parte de la sociedad y se habla de ello solo cuando los incendios y desalojos ocupan portadas y noticiarios, como el abril pasado, cuando se desmanteló un solar ocupado en Glòries. Vivir bajo un techo -de plástico, aluminio o madera- pero sin acceso a agua potable y luz, sin tener la seguridad de que nadie te echará y sin poder hacer un proyecto de vida también es sinhogarismo. "Mis hijos no pueden invitar a amigos a casa porque no tenemos casa. No se lo he preguntado, pero creo que en la escuela no dicen dónde y cómo vivimos por vergüenza", reconoce Jimena.
"El Ayuntamiento dice que no tiene pisos vacíos y que hay lista de espera para la mesa de emergencia, de acuerdo, pero ¿qué hacen los solares vacíos? ¿No se podría hacer algo allí y que dejáramos de deambular de un lugar a otro?", se pregunta Jimena mientras enseña documentos y notificaciones de anteriores desahucios.
"Vivir en las naves era un privilegio en comparación con vivir en la calle. Allí estábamos tranquilos", dice Carmen recordando el pasado y comparando su situación a la de quien pasa la noche a la intemperie. Asegura que el cambio de Barcelona a Montcada fue un poco difícil al principio porque aquí lo tiene todo un poco más lejos y sus hijos tienen que coger el transporte público para ir a la escuela o los lleva ella en coche, pero que ahora no cambiaría su casa por nada del mundo. "Pasé hace poco por la zona de los Encants y está todo igual de mal", asegura.
"Hace tiempo decidí ocupar para que un banco no me quitara ni más salud ni más dinero"
Ana María
Nota de voz de WhatsApp. "Perdona, ¿te importa si quedamos más cerca? Mi hijo no se encuentra bien y así estoy al lado de casa por si necesita algo". Al día siguiente, entre pausas de un cortado con la leche caliente, Ana María narra sus 20 años en Barcelona. Venida de Bolivia con dos hijos pequeños, trabajó en un restaurante de Gràcia y logró regularizar su situación, pero desde entonces su relación con la vivienda ha sido convulsa. Pasó de dormir en el trastero del restaurante donde trabajaba a conseguir una hipoteca de 1.300 € con su pareja. "Entonces los alquileres no eran tan comunes y desde Tecnocasa nos convencieron", explica. De un día para el otro les subieron la cuota a 2.400 €. "Estalló la burbuja", dice Ana María refiriéndose a la crisis inmobiliaria, y los quisieron echar. Llegaron a un acuerdo de dación en pago con el banco y se fueron a vivir de alquiler a otro piso de la calle Torrijos, también en Gràcia. De allí pasó a otro inmueble, esta vez de la calle Perill, pero les cortaban la luz constantemente. Además, su pareja empezaba a tener graves problemas de adicción al alcohol y el juego, cosa que complicaba la convivencia y la entrada de dinero.
"Servicios Sociales aconsejaba a las familias que se informasen en el Banco Expropiado para ocupar"
En el año 2012 le ofrecen un piso de emergencia social en Baró de Viver y renuncia a él. "Justo al llegar allí me puse a llorar, ya vi claro que estaría sola con mis hijos, sin dinero para el metro y lejos de la gente y el barrio que me había acogido. Yo el barrio de Gràcia lo siento mi casa y cuando estás a gusto donde estás y la gente te apoya eres más fuerte para encarar lo que venga". Es entonces cuando se interesa por las ocupaciones y pasa por el Banco Expropiado de Gràcia. Allí le plantean la opción de ocupar el bloque L'Armadillo en la calle Sant Salvador, y se pasó ahí 6 años hasta que fue desalojado a principios de 2019. El piso era propiedad entonces del fondo de inversión estadounidense Cerberus. "Había mucha gente en la misma situación que nosotros y cuando nos reuníamos venían familias diciendo que Servicios Sociales las enviaba al Banco Expropiado para que las asesorásemos para ocupar".
Hoy Ana María sigue ocupando por necesidad, pero también por decisión política ante la insostenible situación habitacional que, como ella, viven miles de personas en la ciudad. Con un tercer hijo y siendo, desde hace años, madre soltera, no ha querido renunciar a estar con su familia y asegura que ya no tiene fuerzas para trabajar, porque la lucha de tantos años le ha chupado las energías. "Para mí, el empleo es la manera de sobrevivir y dedicar tiempo a mis hijos. No me importa lo que dirá la gente, yo lo que tengo claro es que un banco no se acabará de cargar mi salud y mi dinero. Ya cuando estaba en Bolivia no les pude dedicar todo el tiempo que hubiera querido porque me pasaba el día trabajando, y aquí, después de cómo ha ido todo, decidí que quería estar con ellos y cuidarlos y educarlos", comenta.
84
%
de incremento en la cuota de la hipoteca. De pagar 1.300 € al mes, a pagar 2.400
Ana María es miembro del Sindicat per l'Habitatge de Gràcia y ha pasado de ser desahuciada a convertirse en una de las portavoces de la campaña Guerra a Cerberus. Una campaña que está siendo la primera gran ofensiva coordinada de todos los colectivos que a finales de 2019 impulsaron el primer Congreso de Vivienda de Catalunya. Para Ana María, los movimientos por el derecho a la vivienda digna son imprescindibles y no concibe vivir de otro modo si no es con la gente que lucha por unas condiciones de vida mejores. "Mi apoyo han sido mis hijos y el sindicato de vivienda de Gràcia", comenta mientras se acaba el café. Lo dice emocionada porque detrás de estas palabras se esconden años de nervios, muchas mudanzas y golpes que tiran puertas abajo. Pero siempre acompañada de la gente.
"Basta ya de que rescaten a bancos, deberían rescatarnos a nosotros, a la gente"
¿Qué piensas del discurso que señala a las personas que ocupáis, el miedo de quien tiene segundas residencias y toda la campaña para vender alarmas?, le pregunto. "Si todo el mundo tuviera acceso a un alquiler digno, ni los jóvenes ni los ancianos estaríamos ocupando. El problema es que mientras las personas de clase obrera seamos las más castigadas, este país no saldrá adelante y nos veremos obligadas a seguir igual", sentencia. Es consciente de que tal vez mucha gente no entiende ni comparte su decisión de ocupar con sus hijos, pero también está harta de ir de pensión en pensión, como ya ha hecho anteriormente, o de tener que rechazar soluciones habitacionales que implicaban dejar a alguno de sus hijos mayores de edad solos y marcharse del barrio donde se siente segura. "Basta ya de rescatar a bancos, deberían rescatarnos a nosotros, a la gente", lamenta.
A mediados de septiembre la citaron a declarar al juzgado por la ocupación de la casa, un proceso aún sin resolución, y mientras tanto disfruta del momento. "Un piso te da libertad en todos los sentidos. Necesitas paz mental, un techo, espacio para ti y tu familia, y luego ya puedes trabajar en las otras cosas".
"Llegué a Barcelona con 100 euros en el bolsillo y me cerraron muchas puertas"
Nora
"Si caes y no te levantas tú sola no lo hará nadie por ti". Así de contundente es Nora, una joven rifeña que vive desde otoño de 2020 en uno de los pisos del Servei de Transició a l'Autonomia del Casal dels Infants. Actualmente estudia un grado medio de atención a personas con dependencia y se esfuerza por terminar los estudios y buscar empleo. "El catalán no lo entiendo mucho, y me cuesta seguir las clases, pero poco a poco voy tirando", explica. Desde los 15 años que se busca la vida para salir adelante, un periplo que incluye vivir en un centro de menores en Melilla, trabajar cuatro años en Cádiz en un centro geriátrico y llegar a Barcelona en agosto de 2020 con poco más de 100 euros en el bolsillo.
Con solo 22 años ha vivido en primera persona lo que significa ser una joven en situación de sinhogarismo. "Cuando llegué, llamé a muchas puertas y me las encontraba todas cerradas. Me dijeron incluso «Vete por donde has venido». No sé cómo habría salido adelante si el Casal no me hubiera ayudado", asegura. En su caso, a todos los problemas se añade el factor migratorio, ya que, según explica, tras el rechazo que sintió cuando buscaba a entidades que la ayudaran había altas dosis de racismo. "Las personas migrantes debemos hacer el triple de esfuerzo para conseguir lo mismo que el resto. Y a veces nos cuesta relacionarnos con la gente local, porque tienen muchos prejuicios, y no nos sentimos cómodos con según qué comentarios o actitudes", argumenta.
"Estamos viendo cómo está cambiando el flujo de migración y cómo cada vez llegan más chicas"
El Servei de Transició a l'Autonomia (STA) del Casal dels Infants acompaña a jóvenes sin vivienda estable que quieren adaptarse a su nueva realidad tras un proceso migratorio, tejer una red de apoyo y valerse por sí mismos económicamente. Actualmente esta rama de la entidad cuenta con seis pisos, dos de los cuales están destinados a chicas. Se trata de un tipo de vivienda de una duración de 12 a 18 meses en los que los jóvenes se pueden dedicar a estudiar o buscar trabajo. Los requisitos para optar a ello son: tener documentación o la posibilidad de conseguirla y no tener antecedentes penales. Según la responsable del STA, Silvia Azabal, estamos viviendo "uno de los momentos sociales más difíciles", lo que dificulta aún más el proceso vital de la población joven y, especialmente, el de las chicas. "Normalmente llegan menos chicas que chicos, pero no quiere decir que haya pocas. De hecho, estamos viendo cómo está cambiando el flujo de migración y cada vez llegan más chicas. Ellas huyen por violencias, abusos, pocas oportunidades en los países de origen y mucha soledad.
Compartiendo piso en Joanic con Nora también está Linda. Originaria de Guinea-Bisáu, hace seis años que vive en Barcelona y también tiene que buscarse la vida para sacar adelante su itinerario de estudios y trabajo. Habla seria pero se suelta a medida que coge confianza. "Linda siempre ríe en casa, ríe por todo", dice animada Nora. Viven juntas desde febrero de 2021, y dentro de seis meses Linda tiene que haber encontrado trabajo y haberse independizado, mientras termina sus estudios de la ESO. Ha trabajado de camarera de piso, pero lo acabó dejando porque le dolía mucho la espalda y tenía hormigueos en las manos y los brazos. "Tenía que hacer una habitación en dos minutos, esto es imposible. No le deseo este trabajo a nadie", sentencia.
Tanto Nora como Linda pueden contar ahora con una vivienda y un equipo que las ayuda a hacer realidad su proyecto vital, pero sin el apoyo de sus familias y unas garantías laborales lo tienen complicado para independizarse una vez finalizado el plazo en el piso. ¿Qué les espera a las chicas jóvenes que quieren trabajar y regularizar su situación pero chocan con una administración de hierro? ¿Qué harían ellas si tuvieran el poder de cambiar las cosas? "Yo haría más sencillo el proceso de conseguir la documentación, porque genera mucho estrés y preocupación", responde Nora. Se suma Azabal, que lamenta la ley de extranjería actual, piedra en el zapato de cualquier joven migrante. "Son absurdas todas las condiciones que les reclaman en relación con la documentación, el trabajo, el sueldo..."
"No sé cómo, pero al final te acostumbras a estar en la calle"
Anna Maria
En verano, en la playa. El resto del año, a medio camino entre la Plaça Vicenç Martorell, algunos cajeros los días de frío y, con suerte, de vez en cuando una pensión. Arriba y abajo con las pocas pertenencias que tenía y durmiendo en grupo para sentirse más segura. Así pasó 10 años de su vida Anna Maria, una mujer de Manresa de 63 años que terminó viviendo en la calle tras quedarse viuda, sufrir un accidente, perder el negocio y la red familiar, caer en el alcoholismo y enamorarse de un holandés. Muchas piezas que se desmontaron una tras otra y parece que se van recomponiendo paulatinamente desde que, hace más de 7 años, vive en un piso de Arrels.
1.028
familias desahuciadas
en Barcelona a pesar de la pandemia, el cierre de juzgados y el decreto ley
2020
Fuente: Consejo General del Poder Judicial
"¿Sabes? Cuando vivía en la plaza había un vecino que me traía café con leche. Me veía desde su balcón, allí en la calle Elisabets. Se lo agradecía mucho, la verdad", recuerda. En los 10 años que vivió en la calle, Anna Maria se pudo permitir, de vez en cuando, dormir en una pensión y comida en algún bar con su pareja de entonces. "Siempre decíamos 'Un día más, que se está bien', pero cuando se acababa el dinero volvíamos a la calle", explica. Estos pequeños oasis de paz eran posibles gracias a las dos pagas que recibe, la de viudedad y la de larga enfermedad. Esta última a raíz de un accidente de coche que sufrió de joven que la tuvo casi un mes en coma. A pesar de estas dos asignaciones, Anna Maria no pudo salir adelante sola, porque la suma total no le llegaba para alquilar un piso ni pagarse las necesidades básicas. Sin embargo, actualmente también le sería casi imposible, porque el precio medio del alquiler en la ciudad es de unos 903 € al mes.
"Es muy fuerte que haya tantos pisos vacíos"
Mientras caminamos por el Poble-sec, Anna Maria se detiene y, mirando un bloque vacío al lado de las chimeneas del Paral·lel, dice medio enfadada: "Es muy fuerte que haya tantos pisos vacíos en Barcelona. Paseando es fácil ver edificios enteros en los que no vive nadie y cada vez se ve a más personas durmiendo en la calle... No es justo".
Albert Sales, investigador experto en exclusión residencial del Instituto de Estudios Regionales y Metropolitanos de Barcelona (IERMB) y asesor del Ayuntamiento de Barcelona, asegura que no hay tantos pisos vacíos como la gente puede pensar. "El lema 'gente sin casa y casas sin gente' está muy bien pero la gran mayoría de los pisos vacíos que hay en Barcelona están sujetos a la propiedad privada, que a su vez está protegida por la ley", explica. Este hecho dificulta una posible expropiación de los inmuebles aunque estén en desuso y, en consecuencia, "que no puedan formar parte del parque de vivienda como nos gustaría", justifica. La otra parte de los pisos, comenta, va directamente a la mesa de emergencia social.
10.052
viviendas vacías
representan el 2% del total de inmuebles de Barcelona
2018
Fuente: Consejo de la Vivienda Social de Barcelona
Según datos del Consejo de la Vivienda Social de Barcelona, en el año 2018 más de la mitad de familias con derecho a un piso de emergencia en Barcelona aún no lo habían recibido. Durante el mismo año, el Consejo había detectado 10.052 viviendas vacías, lo que representa el 2% del total de inmuebles en la ciudad. "Esto son políticas estructurales y las heredamos en una situación de escasez y que no permite hacer un cambio. El crecimiento de parque público es muy limitado y la poca vivienda pública que hay está en manos de alguien privado y no tenemos la capacidad de generar rotación para blindar situaciones de máxima emergencia", asegura Laura Pérez, concejala de Feminismos y LGTBI del Ayuntamiento de Barcelona. Pérez añade que la situación de un ayuntamiento es diferente de la de un gobierno por la urgencia a la hora de actuar. "La administración local tiene una demanda y la tiene delante de la puerta y le tiene que dar respuesta inmediata" La Generalitat, con competencias en vivienda, y el Ayuntamiento, con competencias en materia de sinhogarismo, reclaman el uno al otro más esfuerzos para abordar la situación de manera integral.
Según el plan estratégico de servicios sociales 2021-2024 de la Generalitat de Catalunya, se prevé aprobar un acuerdo de gobierno de estrategia integral para abordar el sinhogarismo en Catalunya e incrementar el parque social de vivienda con reserva específica de sinhogarismo.
"El sinhogarismo es consecuencia de un modelo de vivienda especulativo"
"Ostras, ¿habíamos quedado? Sube, sube, que me acabo de vestir", se excusa Anna Maria. De vez en cuando se le olvidan las cosas, aunque se esfuerza por apuntarlo todo en una libreta. En pocos minutos cambia el albornoz y la melena gris sin recoger por unos pantalones largos y claros, camiseta, sandalias y bolso lila, toda conjuntada y preparada para salir a dar una vuelta. "Es mi color preferido, me queda bien, ¿verdad?", pregunta. Antes de salir, se pone un poco de crema hidratante facial y se hace un moño. "El ritual de cada día", explica con una sonrisa.
"No sé cómo, pero al final te acostumbras a estar en la calle", reconoce Anna Maria. "Los voluntarios de Arrels me tuvieron que insistir muchísimas veces para que accediera a dejar la calle. Les decía que no cada vez que se me acercaban, hasta que un día, no sé muy bien por qué, les dije que sí", recuerda. "El día que dije que sí debía de estar baja de ánimos o yo qué sé..., pero menos mal que lo hice", añade. En ese momento pasó a vivir durante un mes en una pensión y después en el piso del Poble-sec donde aún reside. "Cuando me dijeron que me darían las llaves de un piso solo pensaba en tener una cama y comida caliente, pero tengo que decir que, a pesar de todo, me costó cambiar la rutina de estar en la calle", asegura.
903
€ / mes
es el precio medio del alquiler en Barcelona
2021
Fuente: Ayuntamiento de Barcelona
El acceso a la vivienda digna es una cuestión que atraviesa todos los casos de sinhogarismo, tanto masculino como femenino. En el caso de las mujeres, sin embargo, se agrava por la discriminación que sufren en el mercado laboral y la dependencia económica derivada de la alta ocupación en trabajos informales y de cuidados. Estos factores sumados a su rol cultural y el machismo del sistema capitalista y productivo hacen que las mujeres lo tengan aún más difícil para acceder a un piso o casa. "Estoy convencida de que la vulneración del derecho a la vivienda es la causa principal del sinhogarismo femenino", asegura Elena Sala, responsable del proyecto Dones amb Llar de Assís. "Las mujeres necesitan reestablecer su red y por ello hay más vivienda pública y acceso a un alquiler con precios razonables", comenta Fina Contreras, responsable del programa de Sense Llar i Habitatge de Càritas Barcelona y miembro de la Xarxa d'Atenció a Persones Sense Llar (XAPSLL). "El sinhogarismo es consecuencia de un modelo de vivienda especulativo y un sistema económico desigual", añade Contreras. Un modelo que, solo durante el 2020 y pese a que muchos juzgados permanecieron cerrados por la pandemia y del decreto ley que debía asegurar un alquiler social a personas en situación de vulnerabilidad, desahució a 1.028 familias en Barcelona, según el Consejo General del Poder Judicial. En este 2021 de momento y en la provincia de Barcelona ya se han ejecutado 1.653 desahucios el primer trimestre y 1.766 el segundo trimestre.
"Muchas mujeres han tenido que elegir si comer o comprar compresas"
"Cuando vives en la calle y tienes la regla te tienes que buscar la vida como sea", advierte Anna Maria. Ella explica que se había hecho amiga de propietarios o trabajadores de varios bares para que la dejaran ir al baño. "Yo por suerte podía comprarme compresas de vez en cuando con el dinero de las pagas, pero la mayoría no tienen esta suerte", lamenta. Por obvio que parezca, si no tienes dinero para comer tampoco lo tendrás para comprar tampones o compresas, lo que pone en riesgo su salud cuando utilizan estrategias alternativas como son ponerse servilletas apiladas en contacto con la ropa interior o papel higiénico enrollado dentro de la vagina a modo de tampón.
La pobreza menstrual, un término para denunciar la falta de acceso a productos sanitarios, baños e instalaciones, es una realidad cada vez más presente incluso en sociedades supuestamente acomodadas. "Las mujeres a las que atendemos en La Llavor han tenido que escoger si comer ese día o comprarse una compresa. Si estás en la calle o en un espacio inseguro no es fácil conseguir compresas y tampones, y eso que estamos hablando de cosas básicas, es una necesidad como cualquier otra", explica la directora del recurso, Charo Sillero.
"¡Por suerte he dejado el alcohol!"
"A veces pasaba miedo durmiendo en la calle, pero con el alcohol te acabas evadiendo de todo, no te das cuenta de lo que ocurre realmente", admite Anna Maria. En su caso, la adicción fue ligada a una serie de hechos traumáticos en su recorrido vital, que la llevaron a una situación extrema psicológica y económicamente. Fue entonces cuando encontró refugio en el alcohol y siguió tomándolo estando ya en la calle.
"Muchas veces hemos constatado cómo la droga y las adicciones no son el problema principal de las mujeres en situación de calle. Algunas cuando dejan de consumir creen que todo se solucionará pero ven que los problemas de empleo, vivienda o relacionales persisten y son más conscientes de todo, y se sienten aún peor", argumenta Aura Roig, directora del espacio Metzineres. En Metzineres acompañan a mujeres que consumen drogas y, como indica su directora, "lo que sufren primero de todo es la violencia y luego viene el consumo de sustancias y la situación de calle o sinhogarismo".
Superar una adicción sin apoyo es complicadísimo. Y si no tienes las necesidades básicas cubiertas como son la vivienda, la higiene o la alimentación, aún más. Ana María contó con la ayuda de profesionales e ingresó en varias ocasiones en centros de desintoxicación hasta que, con mucha fuerza de voluntad y energía, lo ha conseguido. "¡Menos mal que he dejado el alcohol! Pero aún lo pienso... ¡Veo una Voll Damm y me emociono!", reconoce.
"Soy mujer, negra, trans, migrada y ahora ex convicta... pero saldré adelante"
Sofia
Llega toda vestida de negro. Saluda y se sienta en el sofá. Lleva doble mascarilla, una quirúrgica azul y la otra de tela negra con la bandera LGTBI cosida. Ahora se encuentra mejor, dice. Ha pasado unos días en el hospital recuperándose de una neumonía mal curada en la cárcel. Hace apenas 10 días que está en Llar Betània, un recurso habitacional que permite a las mujeres terminar de cumplir su condena en un centro educativo o en una comunidad terapéutica. La acompaña su "bolsa penitenciaria", como se refiere a ella, llena de ropa, objetos personales e ilusión para empezar de nuevo.
En su caso, no tendrá mucho tiempo de acostumbrarse porque su último mes de condena lo pasará aquí, pero luego no sabe qué hará. El reloj le va a la contra. No tiene relación con su familia y se pregunta qué será de ella a partir de ahora. Venida de Colombia hace más de veinte años como demandante de asilo político, ha pasado los últimos cinco en Brians I cumpliendo condena por un delito que obviamos durante la conversación. "Yo he tenido trabajo, casa, coche, marido... podríamos decir que tenía una buena vida. Pero llegó la crisis de 2008 y me quedé sin trabajo, luego me divorcié y los últimos cinco años ya sabes dónde los he pasado ", explica como introducción de lo que será un largo relato sobre la vida entre rejas.
"Hay que ofrecer alternativas a quien roba de forma sistemática para volver a la cárcel"
"Las mujeres en prisión necesitamos muchas cosas, no solo que nos digan que tenemos que insertarnos en la sociedad, porque tampoco nos es tan fácil una vez fuera. Mientras estás ahí dentro es muy difícil sentir que no has perdido la dignidad", lamenta. Asimismo y basándose en la realidad de compañeras del módulo, explica que muchas iban y vuelven al centro penitenciario repetidamente porque era su manera de tener un lugar donde estar si la familia les había dado la espalda y no tenían trabajo. "Hay que ofrecer alternativas a quien roba para entrar en la cárcel de nuevo, por ejemplo, porque tú no puedes ir diciendo 'no robes que está mal' si luego no puedes ofrecer nada mejor", sentencia.
En la misma línea, Aura Roig, directora de Metzineres, asegura que muchas mujeres con permiso del centro penitenciario a menudo no quieren usarlo porque no tienen adónde ir. "Es muy triste que estas mujeres digan que prefieren quedarse, pero es el único espacio donde podrán dormir, comer y descansar un rato. Tenemos un problema muy grave cuando estamos optando por prisión en vez de políticas de acompañamiento holísticas e integrales", alerta Roig.
La directora de Llar Betània, Lourdes Ginesta, se muestra satisfecha de la efectividad del proyecto que coordina, pero alerta del estado anímico y de salud en el que llegan la mayoría de las mujeres cuando salen de prisión. "Casi todas sufren algún problema de salud mental y de gestión emocional, incluso algunas están diagnosticadas con TLP, lo que se conoce como trastorno límite de personalidad". "De las primeras cosas que necesita una persona que está en una situación de sinhogarismo es estar bien psicológicamente y esto se consigue, entre otras cosas, ofreciéndoles una vivienda segura, estable y tranquila para que después puedan trabajar otros aspectos", afirma Guijarro.
"Me doy cuenta de que en cinco años he perdido todo lo que tenía. He trabajado en prisión para mantenerme y tener un poco de dinero y el finiquito que me han dado es de 200 €. ¿Qué hago yo con esto ahora que tendré la libertad? Ahora tengo menos de un mes para buscarme la vida después de estar encerrada 5 años", relata.
"Yo lo que quiero es trabajar y tener una vida digna"
Suena el teléfono. Alguien de la oficina bancaria. Suena de nuevo el teléfono. El señor del SEPE. Trámites arriba y trámites abajo para dejarlo todo atado para poder cobrar el subsidio para personas que salen de la cárcel. Tras dejar Llar Betània, Sofia ha encontrado alojamiento en un piso de ACATHI, la asociación para personas refugiadas y solicitantes de asilo LGTBI. De momento se queda unos meses y ya empieza a maquinar qué hacer con tanto tiempo libre. Está pensando en volver a trabajar y hasta no descarta ninguna opción. "Yo lo que quiero es trabajar y tener una vida digna. Si para salir adelante me tengo que volver a prostituir lo haré", dice convencida. De momento, sin embargo, está volviendo a estudiar y tener una rutina mientras cruza los dedos para que la vida le sonría un poco.
"No venimos de nuestros países con el sueño de limpiar, cuidar o estar encerradas las 24 h"
Beatriz y Daybelin
Mensaje de WhatsApp. "Disculpa, ¿nos podemos ver a las 13.30 h? Estoy con una compañera y no la quiero dejar sola. Muchas gracias". Cuando nos encontramos, explica que ha llegado tarde porque una de las chicas de la Asociación de Mujeres Migrantes Diversas tenía hora con el psicólogo y le quería dar apoyo. "Es muy común que nos apoyemos entre nosotras, nos ayudamos mucho", dice orgullosa. La asociación la crearon cinco "paisanas" hondureñas que trabajaban como internas del hogar y los cuidados para ayudarse entre ellas, "evitar estafas" y compartir información sobre la homologación de estudios, el empadronamiento y los cursos de catalán, explica la actual coordinadora, Daybelin Juares.
23,8
%
de las mujeres extranjeras en Catalunya se dedican a las tareas del hogar y los cuidados (con contrato)
2017
Fuente: CCOO
Beatriz llegó el año 2011 de Honduras, un país con altos índices de violencia, huyendo de pandillas y buscando unas condiciones de vida mejores para ella y su familia, que dejaba allí. En su primer mes en Barcelona durmió en numerosas ocasiones en la iglesia de Sarrià para no estar en la calle. Posteriormente ha trabajado para familias como cuidadora y actualmente es una de las 600 mujeres que forman la asociación y también una de muchas que ha sufrido vejaciones y vulneraciones de sus derechos por estar en situación administrativa irregular y trabajar como interna en una casa. "Mucha gente se aprovecha de nuestra situación. Cuando llegué no sabía que era tan importante empadronarse, nadie me lo contó. Muchos patrones no quieren empadronar a las chicas que trabajan para ellos porque así las tienen sometidas", asegura Beatriz. Actualmente ya no trabaja de interna en el hogar y en la primavera pasó el examen para conseguir la nacionalidad española.
"Las mujeres que trabajamos en los cuidados estamos con un pie en la calle siempre"
"Cuando te dedicas a los cuidados y vives en la casa de la familia para la que trabajas estás en una posición doblemente vulnerable porque tu trabajo y la casa van ligados", argumenta Juares. Muchas de las mujeres que se dedican a cuidar a familiares de otros lo hacen en calidad de internas, lo que significa que viven y trabajan en el mismo lugar y tienen uno o dos días libres a la semana. Estas 24 o 48 horas las pasan en habitaciones realquiladas o casas de familiares y amigos. En el primero de los casos, pagando hasta 200 € por solo tres o cuatro días al mes. En el segundo, sintiéndose una carga, rotando de sofá en sofá y aceptando, en ocasiones, situaciones de abusos a cambio de no quedar al raso. "Las mujeres que trabajamos en los cuidados estamos con un pie en la calle siempre, porque si nos quedamos sin trabajo nos quedamos sin casa", narra Juares.
30
%
de las 52.000 trabajadoras del hogar de Barcelona no tienen contrato
2020
Fuente: Ayuntamiento de Barcelona
"Tardé 4 años en conseguir que me hicieran los papeles en una casa donde trabajaba. Entonces me dijeron que tenía que pagar yo la Seguridad Social. Pero es que sin papeles no tienes opciones a nada", lamenta Beatriz. Según datos de 2017 de CCOO, el 23,8% de las mujeres extranjeras en Catalunya se dedican a las labores del hogar y los cuidados. Juares remarca, sin embargo, que esta cifra responde solo a las mujeres que tienen contrato y que en realidad podría ser mucho más alta. De hecho, de acuerdo con datos del Ayuntamiento de Barcelona, de las 52.000 trabajadoras del hogar contabilizadas en la ciudad durante el 2020, el 30% no tenía contrato de trabajo. "Tenemos un régimen especial y pagamos nuestra Seguridad Social, pero no tenemos derecho a Fogasa ni baja por maternidad, por ejemplo", denuncia Juares. En este sentido, el pasado 30 de marzo, el mismo sindicato reclamaba la ratificación inmediata del Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) por parte del Estado para "garantizar la equiparación de derechos para las trabajadoras del hogar y los cuidados". Son muchas organizaciones por los derechos laborales las que vienen pidiendo esta medida, sobre todo después de que el gobierno español la anunciara como una de las grandes metas a cumplir durante el mandato.
"En nuestro trabajo de los cuidados se mantiene el país. Porque si tú eres autóctono y estás fuera de casa todo el día necesitas a alguien que cuide de tus hijos, o tus padres", asegura Juares. "El estado de bienestar no está preparado para estas situaciones, por eso existe la maldita ley de extranjería, para que nos exploten a nosotras y nos veamos obligadas a hacer este tipo de trabajos", continúa. "Nosotras no venimos de nuestros países de origen con el sueño de limpiar, cuidar o estar encerradas las 24 h. Algunas tenemos carreras de matemáticas, somos contables, somos dentistas...", puntualiza Juares.
"Una de las trabajadoras fue violada en la casa donde trabajaba y no tenía dinero para dejar el trabajo y alquilar una habitación"
Más allá de las vulneraciones de los derechos laborales, que no son pocas, las mujeres que trabajan como internas en el hogar y los cuidados también están expuestas a abusos y humillaciones en las casas donde trabajan. Juares recuerda cómo una mujer, antes de entrar a formar parte de la asociación, explicó que la habían violado en la casa donde trabajaba. "No tenía dinero para dejar la casa y alquilar una habitación. Estuvo conviviendo con la persona que la había agredido sexualmente y no pudo decir lo que le había pasado y denunciarlo por miedo a que la echaran o no la creyeran. Cuando pudo ahorrar se marchó sin denunciar", relata. Ante casos así desde la Asociación Mujeres Migrantes Diversas buscan ayuda en el Servicio de Atención, Recuperación y Acogida (SARA) y otros recursos, pero Juares lamenta no tener "ninguna otra ayuda psicológica" más allá de ellas mismas, su red. "A menudo nos enviamos mensajes de WhatsApp de buena mañana para apoyarnos y animarnos entre nosotras", explica.
El caso que comenta Juares no es anecdótico. En el año 2020, el 65% de las mujeres a las que atendió Assís habían sufrido violencia machista; el 31% violencia sexual, y el 98% agresiones físicas o psicológicas a lo largo de su vida. Durante el 2020, en el Centre Residencial d'Inclusió La Llavor el 49% de mujeres manifestaron haber sufrido algún tipo de violencia y, como dice su directora, Charo Sillero, "es un porcentaje que podría ser más alto si descubriéramos situaciones que para a ellas aún no son consideradas graves".
80
%
de las mujeres atendidas en Metzineres no tienen un hogar seguro
2020
Fuente: Entorns d’Aixopluc Metzineres
Supervivientes de violencia machista. En el barrio del Raval hay un espacio para que las mujeres que sufren o han sufrido violencias puedan encontrar apoyo y comunidad. Metzineres es este entorno de cobijo y atienden a entre 30 y 40 mujeres y personas de género fluido al día. Una gran parte de ellas ha sufrido violencia durante la infancia o por parte de las parejas, e incluso de desconocidos. Según calcula su directora, Aura Roig, de las más de 300 usuarias anuales, un 30% ha pasado por prisión, un 20% son trabajadoras sexuales y el 50% duerme en la calle pero el 80% no tiene un hogar seguro. Duermen en tiendas de campaña, en casa de alguien a cambio de sexo o con la pareja agresora, unas situaciones que las ponen en riesgo constante de seguir sufriendo aún más violencias.
En Nou Barris hace más de cinco años que existe Lola No Estás Sola, una entidad que apoya a mujeres del barrio que lo necesitan. "Las mujeres a las que acompañamos se encuentran en diferentes situaciones de sinhogarismo: las hay que no tienen trabajo, otras que viven en habitaciones realquiladas y que necesitan alimentos o productos de higiene, muchas duermen en albergues y vienen a ducharse y poner una lavadora", relata su coordinadora Clara Naya. Y la violenica machista atraviesa la mayoria de historias que explican. La antropóloga Laura Guijarro explica que hay países en que cuando una mujer denuncia maltrato automáticamente se le considera sin hogar.
"Hay hombres que te ayudan solo a cambio de sexo"
Julia
Llegada de Perú hace más de 5 años, Julia durmió durante mucho tiempo en el Maremàgnum hasta que encontró un trastero por el que paga 30 € al mes. "Antes siempre dormía en grupo en la calle para sentirme más segura", relata, y asegura que ahora, al tener problemas de convivencia con personas que también quieren dormir en el trastero con ella, a veces se va al aeropuerto a dormir.
Se baja la mascarilla y da un trago a la manzanilla que ha pedido en vaso de plástico. "Mira, yo te diré la verdad. Cuando pides favores a amigos para intentar salir de esta situación solo te dicen que sí si es a cambio de sexo", reconoce Julia. Como ella, son muchas las mujeres que soportan situaciones límite para evitar terminar en la calle y ponen en práctica estrategias diferentes a las de los hombres.
30
€ / mes
de alquiler del trastero donde duerme Julia
"Estamos hablando de violencia directa, de abuso, de falta de derechos laborales, de brecha salarial, en definitiva, de patriarcado", asegura Charo Sillero, directora de La Llavor. Situaciones que, comparadas con las características del sinhogarismo masculino, denotan que el proceso es diferente. Para contextualizar un poco, los datos del estudio 'La situación de desigualdad salarial en Catalunya entre hombres y mujeres', del Observatorio del Trabajo y Modelo Productivo del Departamento de Trabajo actualizado en febrero de 2021, indican que las mujeres en Catalunya cobran al año 6.350 euros menos que los hombres. En concreto, el salario medio de las mujeres en Barcelona el año 2018 era de 27.203 euros, situándose un 21,2% por debajo del de los hombres (34.534 euros), según un informe del Departamento de Análisis Oficina Municipal de Datos publicado en febrero de 2020.
"Las mujeres tienen más habilidades para sostener situaciones de pobreza y ponen en marcha otros mecanismos para no terminar a la intemperie", advierte Sillero. Según Sales y Guijarro, las mujeres mantienen vínculos sociales más sólidos con el ámbito familiar y las amistades por los roles de género históricamente asignados. Esto las coloca en "situaciones de explotación y precariedad" y las empuja a vivir en pisos sobreocupados sin contrato, habitaciones de realquiler o casas de conocidos.
6.350
€ / año
es la diferencia salarial entre hombres y mujeres en Catalunya
Febrero 2021
Fuente: Departamento de Trabajo
"Lo que pasan las mujeres antes de llegar a la calle es muy duro, aguantan situaciones de abusos y violencia que se normalizan por necesidad hasta el punto de que algunas dicen 'prefiero que me viole un hombre en vez de veinte'", asegura Roig. "Hemos normalizado que las mujeres se vean abocadas a tener relaciones sexuales forzadas a cambio de un techo, que sufran violencia sexual de todo tipo, que se las explote laboralmente... Esta es la realidad de muchas mujeres que sostienen relaciones tóxicas para no terminar en la calle o soportan violencias porque ya está en la calle. Mientras no podamos ofrecer alternativas y situaciones tendremos que aceptar que esto está pasando", se lamenta Elena Sala. "Las mujeres cuando llegan a servicios sociales lo hacen en peores condiciones que los hombres, porque han aguantado mucho y cuando llaman a la puerta a veces ya es tarde para actuar", asegura Laura Guijarro, haciendo referencia por ejemplo a casos de inminente desahucio o pérdida de custodia de los hijos.
"Cuando aparece una mujer debemos actuar rápido porque si no lo hacemos se nos mueren. Y aún así, a veces también se mueren incluso cuando actuamos rápido", advierte Laia Vila, responsable de la Llar Pere Barnés de Arrels Fundació. La entidad trabaja desde 1987 para atender a personas en situación de sinhogarismo para su autonomía y, a pesar de no estar especializados en la atención a mujeres, la realidad es que atienden cada vez a más y más jóvenes. "Hay que explicar que en Barcelona mueren mujeres violadas en la calle, de eso se habla poco", lamenta Vila.
"Yo lo que quiero es una habitación con aseo, atención psicológica y una pequeña paga"
"A mí lo que me gustaría es poder tener alguna ayuda para sobrevivir, ya que no puedo trabajar, una habitación y un lavabo donde poderme lavar y también que me visite un psicólogo", pide Julia. Unes peticiones que responden a satisfacer necesidades básicas pero que para ella son ahora mismo un imposible. "Desde el confinamiento hemos notado que las mujeres necesitan más atención psicológica", asegura Naya. Y lo hace explicando que ya no solo piden poder ducharse en el Lokal de Lola o comer algo cuando llegan, sino que necesitan "sostenimiento psicológico" derivado de la pandemia vigente. "Tenemos que conseguir que las mujeres tengan esta ayuda psicológica. Si a nosotros nos está removiendo vivir en pandemia, imagínate a ellas", advierte Naya.
Ducha en el centro abierto de Arrels en el barrio del Raval. Comida en el comedor del Paral·lel. Vuelta por la calle con el carro recogiendo trastos. Dormir. Ducha en Assís en el Distrito de Sarrià-Sant Gervasi. Cena en el comedor de Santa Anna en el Gòtic. Vuelta por la calle con el carro recogiendo trastos. Dormir. La rutina de Julia, que hace 4 años que vive en la calle, se repite mientras reza, literalmente, para que no le pase nada ese día, y rechaza ir a dormir a un albergue por las historias que le han contado y por su estado de salud delicado.
"Quiero trabajar para sentirme una persona normal"
Juana
Se descuelga las llaves del cuello, mete una en la cerradura y abre la puerta a su pequeña y blanca habitación. Le ha tocado la habitación que lleva el nombre de Clara Campoamor, situada en la parte de mar del edificio. Se excusa por no haber hecho muy bien la cama y se apresta a arreglarla. Lo tiene todo ordenado, dice que le gusta el orden. Valora mucho tener este espacio de intimidad y tranquilidad para ella sola. Como Julia, Juana durmió durante mucho tiempo en el Maremàgnum porque era un lugar cubierto y donde cabía mucha gente. Ahora siente que la vida le ha dado una nueva oportunidad en La Llavor, donde vive desde octubre de 2020, y se está esforzando por no volver a la calle.
"Quiero trabajar para sentirme una persona normal y con una vida normal. Estoy acostumbrada a trabajar y ahora mi vida es muy aburrida", dice Juana, de 55 años y natural de Barakaldo. Actualmente está haciendo cursillos de inserción laboral pero no se siente muy optimista porque ha suspendido uno y cree que no lo conseguirá. Juana cobra la Renta Garantizada de Ciudadanía, una paga que mantendrá si puede demostrar que está buscando trabajo. "Si estuviera en mi poder hacer algo para cambiar la situación de las mujeres que están como yo les daría trabajo y casa a todas. Es lo que necesitamos para tener una vida normal", asegura. "Lo de quedarte en la calle le puede pasar a cualquiera y cada vez es más difícil sobrevivir", advierte.
"Se puede llegar a la conclusión equivocada de que no hay mujeres en situación de pobreza, porque estadísticamente las que acaban en la calle se convierten en un fenómeno extremo y pequeño, pero la pobreza está muy feminizada", asegura Albert Sales. "No hay tantas mujeres que terminen viviendo a la intemperie porque tienen otros mecanismos para evitarlo, pero no necesariamente son mejores que estar en la calle", alerta. En este sentido, Sales admite que el sinhogarismo se ve como un fracaso de la administración pública local pero debería escalar posiciones en la agenda catalana. "El sinhogarismo de calle siempre es un tema de debate en el plenario municipal pero nunca en el Parlament, y eso que los municipios tienen herramientas para atender pero no para solucionar", puntualiza.
"Ninguna ciudad puede acabar con el sinhogarismo"
"No estamos acabando con el sinhogarismo, estamos atendiendo a personas sin hogar", continúa Sales. "Ninguna ciudad puede acabar con el sinhogarismo, ni Barcelona ni Madrid, ni París, ni Berlín. Esto debe hacerse desde las políticas públicas supramunicipales y estatales", justifica. Laura Pérez, concejala de feminismos y LGTBI del Ayuntamiento de Barcelona, añade que desde otros consistorios no se está queriendo actuar para acabar con el sinhogarismo y se está esquivando la situación porque "la visibilización de la pobreza genera incomodidad". Además, asegura que "no hay corresponsabilidad metropolitana", lo que dificulta la coordinación entre municipios cercanos a Barcelona.
Uno de los programas por los que se ha apostado en Barcelona en los últimos años y que toma de modelo lo realizado en ciudades como Madrid o países como Finlandia es el Housing First. Esta iniciativa ofrece vivienda a personas en situación de sinhogarismo cronificado que puedan trabajar después la salud mental, las adicciones o la proyección laboral. Pero primero garantizar la vivienda, un techo y tranquilidad.
"Hay que pensar en la prevención porque a veces puede ser demasiado tarde"
Precisamente la prevención es uno de los puntos débiles, según Pérez, de la medida de gobierno para la prevención del sinhogarismo femenino del Ayuntamiento hasta ahora. "Durante la pandemia nos hemos centrado más en la atención que en la prevención porque no nos ha quedado otra y es la parte que queremos impulsar ahora. Pérez, asimismo, añade que las políticas de prevención también pasan por "regular los alquileres y apostar por el parque público de vivienda de alquiler".
Laura Guijarro vaticina que los resultados de la prevención se verán a largo plazo. "Siempre estamos con soluciones emergencialistas. Hay que ofrecer soluciones ante emergencias porque no puedes descuidar a las personas que ya están en una situación de calle o extrema, pero no hay que olvidar la prevención. Las mujeres cuando llegan a servicios sociales llegan en peores condiciones que los hombres, porque han aguantado mucho y cuando llaman a la puerta a veces ya es tarde para actuar", advierte.
Pérez se añade a ello afirmando que hay que ver ver dónde se está concentrando la precariedad porque "hay una brecha de pensiones del 35% donde las mujeres a menudo se quedan sin reconocimiento de su trabajo productivo y reproductivo a lo largo de la vida y llegan a un momento en el que no se pueden pagar un alquiler, y chicas jóvenes sin oportunidades a las que les cuesta despegar en el ámbito laboral".
"No siento ni vergüenza ni culpa, porque estoy luchando por salir adelante"
Juana comparte piso con 5 mujeres más y asegura que la convivencia es tranquila y buena. "Pasamos la mayor parte del tiempo cada una en su habitación, salimos a la terraza a fumar de vez en cuando y miramos muchas películas. Nos gustan las que se enredan pero acaban bien", dice riendo. Sobre su futuro, Juana se sigue mostrando bastante escéptica. Tiene esperanzas de salir de La Llavor antes de que acabe el año gracias a uno de los cursos que hará y espera que le den trabajo para poder alquilar una habitación.
Con mucho esfuerzo y no mucha confianza en sí misma, Juana quiere rehacer un proyecto vital lejos del alcoholismo, los intentos de suicidio, la chatarra e intentando recuperar la relación con su hija. "Estoy preocupada por el futuro porque no sé cómo me irán las cosas, pero tengo claro que no quiero volver a la calle, espero lograrlo", desea en voz alta.
A pesar de que Juana sienta impotencia ahora porque recuperarse es un proceso lento, ella asegura no sentir ni vergüenza ni culpa, porque está luchando por salir adelante.
Carmen y Jimena, Ana María, Nora, Anna Maria, Sofia, Beatriz y Daybelin, Julia y Juana… Carmen
"Acabar en la calle es algo que le puede pasar a cualquiera"