HACE MUCHOS, MUCHOS AÑOS, EN BARCELONA…
En el año 1859, el ingeniero jefe de la provincia de Barcelona, Josep Rafo, presentó al Ministerio de Fomento un proyecto de obras y mejoras del puerto de Barcelona que proporcionara un abrigo seguro a las embarcaciones y que pudiera acoger grandes barcos. Era un proyecto ambicioso que, llevado a cabo en su totalidad, superaba en extensión el Puerto de Marsella.
El Ministerio de Fomento aceptó el proyecto de inmediato, hasta el punto que Ildefons Cerdà lo incorporó a su plan del Eixample. Pero una obra de tal magnitud requería financiación y voluntad política: los militares habían dejado claro que había que mantener la Ciutadella, el castillo de Montjuïc y la muralla de mar.
Las obras se atascaron una década, hasta que un 5 de febrero de 1869 armadores, comerciantes y empresarios marítimos, junto con el Ministerio Fomento, constituyeron la Junta de Obras del Puerto de Barcelona, una institución pionera en el Estado que permitió que Barcelona y Cataluña contaran con un puerto adecuado al crecimiento de su economía y que facilitara su apertura comercial al mundo.
Aquella fue la semilla que, 150 años más tarde, convertiría el Puerto de Barcelona en el gran hub logístico del Mediterráneo.