Ernestina Torelló
79 años
Maria De la Rosa
23 años
“Antes, cuando te casabas, ganabas libertad. Ahora se pierde un poco ”
A la edad que ahora tiene su nieta, 23 años, Ernestina estaba ya casada, tenía un hijo y compaginaba la maternidad con los estudios universitarios. Su nieta, en cambio, ve la maternidad todavía muy lejos. De feminismo, dice, entonces no se hablaba, si bien muchas lo practicaron a su manera. Para Ernestina la formación y la educación son vitales para valerse por una misma.
TextoElena Freixa Rubio
FotoFrancesc Melcion
Ernestina Torelló i Llopart y Maria De la Rosa Torelló se sientan de lado en la galería de la casa familiar de Gelida, que ha visto pasar 24 generaciones de los Torelló, una estirpe vinculada al mundo del viñedo y del vino y, más tarde y hasta la fecha, también del cava. Abuela y nieta son “la generación 22 y la 24”, se presenta Ernestina, de 79 años. Con una vida muy vinculada a la familia –los lazos de sangre se injertan con los de las cavas Torelló, el negocio que todavía gestiona con sus hijos y que confía en legar a sus nietos algún día–, Ernestina remarca que la suya es una generación que ha roto con viejas inercias, como las del rol que tenían reservado las mujeres: “Yo pude ir a la universidad, estudié lo que quería, derecho, en un momento en el que no se veían muchas mujeres en las facultades”, recuerda, y atribuye el mérito a sus padres: “Vieron claro que su ciclo se acababa, que la mujer debía ganarse la vida por sí misma y no depender del hombre, del matrimonio”.
Un mundo de hombres Dice haber escuchado "una mujer en un mundo de hombres, sobre todo al principio", tanto en las aulas universitarias como más tarde al frente de la empresa con su padre, pero no recuerda haberse sentido cuestionada. “Nunca he tenido ningún problema con los hombres, aunque es cierto que también he sabido prepararme y quizás ha ayudado que tengo un carácter fuerte”, reflexiona Ernestina, que admite que no siempre es así para las mujeres . “Las más reservadas quizás son más vulnerables, yo sí tengo amigas que se han sentido limitadas por compañeros hombres o han dejado de hacer o de decir por el miedo al qué dirán”, apunta su nieta, Maria. Ella también ha experimentado ser minoría en la facultad, donde ha realizado ingeniería industrial. De 40 matriculados, solo 10 eran chicas y solo cinco se graduaron este año, explica. "Todavía se ve como una carrera muy mecánica, de trabajos que se asocian a los hombres, y no es así y hay que inculcarlo más", reivindica.
Los estudios El empoderamiento para cambiar estas situaciones cotidianas, para que la mujer gane presencia en todos los ámbitos y el peso del hogar y los hijos no recaiga solo sobre ellas, es lo que "se está ganando con el feminismo", razona Maria. De feminismo, apunta la abuela, no se hablaba en su tiempo, aunque muchas lo practicaron a su manera. "La formación hace mucho, porque te abre los ojos, pero sobre todo te da los medios para poder valerte por tu cuenta", asegura.
Ella la universidad la recuerda como “un mundo de libertad”, especialmente después de un pasado de escuela de monjas, ríe, y pese a ser todavía un tiempo de “pre-Transición”. Eso sí, las etapas eran muy distintas a las que vive hoy Maria, admite. A la edad que tiene hoy su nieta, 23 años, Ernestina ya estaba casada y tenía un hijo (el padre de Maria), que nació cuando estaba en tercero de carrera. Compaginaba la maternidad con el fin de los estudios y después con el trabajo, primero con su marido y, más tarde, junto con su padre, ya en las cavas y con dos hijos. “¡Yo no me imagino con un niño ahora! Con 22 años te sientes todavía en otra etapa”, apunta Maria, que ha acabado de graduarse y trabaja en una empresa industrial desvinculada del negocio familiar.
Relaciones de pareja Maria tiene pareja, pero el noviazgo no tiene “nada que ver” con el de los tiempos de Ernestina, tal y como ella le recuerda: “Antes, el chico venía a casa, tú ibas a casa de los suegros, pero irse de fin de semana ni pensarlo”, apunta divertida. “Cuando eres la niña hay todavía más precauciones si dices que pasas la noche fuera. Con los chicos es diferente, van más a lo suyo”, subraya la nieta, que lo justifica porque se perciben “más peligros” para una mujer sola volviendo sola a casa de noche. "Alguna vez me he encontrado con algún hombre que me ha llamado "¡Guapa!", y tienes ganas de empezar a correr", admite. “Claro, antes se salía diferente y el muchacho siempre te llevaba a casa”, dice Ernestina, y la nieta le recuerda: “Sí, pero hoy quizás él y yo vamos a fiestas diferentes”.
Ernestina destaca en positivo esta ganancia de libertad de Maria: “Antes te marchabas de casa cuando te casabas y, por eso, casarse muchas veces era ganar libertad, porque dejaban de estar atados, la mujer y el hombre, a unos horarios y unas normas, pero ahora les ocurre justo al revés: la juventud pierde un poco esa libertad de entrar y salir y viajar, porque la convivencia les comporta renuncias, por mucho que sean queridas”.
Huellas, historia de un nombre
Ernestina Torelló cumplirá 80 en diciembre y todavía está en primera línea del negocio familiar, heredado de su padre y ahora codirigido por sus hijos, las cavas Torelló, en Gelida. Con 5 años dicen que quería tener una mercería, pero de forma “natural” acabó dedicándose al mundo del vino, como espera que hagan sus nietos –tiene seis– si quieren. Primero, que vayan a la suya, que se formen y "conozcan fuera de casa".
Licenciada en derecho cuando pocas mujeres llegaban a universitarias, su nieta Maria la considera un "ejemplo". “¿Consejos para ella? El mejor consejo es el que no se da”, le dice su abuela. De carácter “fuerte”, explica que en una discusión con sus hijos acabó amenazándoles con que cuando muriera se les aparecería y encontrarían sus huellas por casa. Como respuesta, ellos pusieron el nombre Petjades (en español, huellas) a uno de sus vinos.
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