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Alba Bertran

86 años

Alba Rodríguez

29 años

"No había educación sexual, estas cosas no se explicaban, se descubrían"

La suya es una vida arraigada en la tierra. Reivindica el campesinado y defiende que tan importante es el rol que desarrollan las mujeres en el campo como el que hacen los hombres. No cree que el hecho de ser mujer le haya limitado, si bien reconoce que le hubiera gustado hacer carrera universitaria. Con su nieta, con la que está muy unida, ya son tres generaciones de Albas. El nombre se lo deben a su bisabuela, mujer de carácter que también se movilizó por el sufragio femenino.

TextoLara Bonilla

FotoPere Tordera

Hija, nieta y bisnieta de masoveros, Alba Bertran admite que el trabajo en el campo “es duro”, poco rentable y “nada reconocido”, pero no lo habría cambiado por nada. "Hemos tenido malas épocas, pero aquí hemos sido felices". El tiempo se detiene en la masía de Can Pèlacs, un oasis sin cobertura de móvil ni internet dentro del Parque Natural de Sant Llorenç de Munt y Obac, donde ella y su marido llegaron en 1988 para trabajar y cuidar las tierras y la casa. "Como si fuera nuestra, pero sabiendo que nunca sería nuestra", puntualiza.


La suya fue una niñez, como la de toda una generación, marcada por la guerra. Con su abuelo muerto y su padre en la cárcel, cuando Alba era pequeña, la casa la llevaban las mujeres. "En mi familia las mujeres han salido adelante cuando ha sido la hora", dice. No cree que el hecho de ser mujer la haya limitado, si bien reconoce que en el campesinado había trabajos de hombre y trabajos de mujer. “Los trabajos duros los hacía el hombre y los trabajos de la casa, de cuidar a los hijos, los abuelos... los hacían las mujeres. En mi familia todo el mundo sabía el papel que tenía y tan importante era uno como otro. No era más importante el trabajo de un hombre que el de una mujer. Las mujeres tenían su papel importantísimo en la casa, y los hombres, importantísimo en la tierra”.

Ahora es su hija, también de nombre Alba, quien realiza los trabajos del campo y su hijo es cocinero de profesión. La lucha por los derechos de las mujeres la vivió de primera mano, ya que su madre batalló por el sufragio femenino: "Ella ya fue algo revolucionaria". Y su suegra fue de las primeras mujeres en ir a la universidad.

 

El matrimonio Ha tenido una vida plena, pero, quizá, le hubiera gustado estudiar historia. “Pero no me lo planteé demasiado. Eran otras circunstancias. En mi época la gente trabajadora no iba a estudiar. Trabajaba”, recuerda. A sus 29 años, la edad que ahora tiene su nieta, ya estaba casada y tenía un hijo. Reconoce que la vida de su nieta, que también se llama Alba, es muy distinta a la suya. "Yo diría que es mejor porque a ella le gusta mucho estudiar y tiene capacidad para hacerlo".

Alba Rodríguez se ha criado en plena naturaleza y se siente “afortunada”, pero su vida profesional no pasa por el campesinado. Y, de hecho, está cansada de que le pregunten. "Ella debe hacer su vida", dice la abuela. Es la única nieta y sus visitas son celebradas como una fiesta por su abuela, que ya le tiene preparada una bolsa con las verduras del huerto. Alba –la niña, como todavía le dice la abuela– se marchó a los 19 años de casa para irse a vivir sola, algo impensable para la generación de la abuela, que se marchó de casa a los 24 años, cuando se casó. “Nunca se me habría pasado por la cabeza. En esa época esto no se estilaba”.

La forma en la que se conocían las parejas tampoco tiene nada que ver: “¿Sabes qué es Tinder, abuela?”, le pregunta Alba. “No, pero me lo imagino. Entonces no había esas cosas”. “Con tu abuelo nos conocíamos de toda la vida. Mi abuela y la abuela de él eran hermanas. Él hacía su vida y yo la mía, pero siempre había un acercamiento”. Cuando Alba abuela era joven solo había una opción: “Casarse y basta. No se me habría ocurrido no hacerlo. Entonces, todo el mundo se casaba”, admite. Su nieta reconoce que su generación se ha liberado, en parte, de esa presión social.

Conciencia feminista Tampoco había educación sexual. Nadie le habló de sexo ni de la menstruación, por poner dos ejemplos. “Esto en mi época debía descubrirse”, dice. “Ostras, ¡qué sorpresa debías tener!”, comenta su nieta. “Esas cosas no se explicaban, se descubrían. ¡Y entre las amigas hablábamos, pero nos montábamos unas películas! Y la realidad era otra cosa”. Y menos aún se hablaba de deseo femenino. “Creo que ahora ha mejorado mucho –argumenta su nieta–, pero, aun así, la educación sexual que recibimos nosotros en la escuela era muy justita”. "Pero tu madre sí que te lo explicó", añade la abuela. Y pareja, solo una. “Imagina, abuela, que tú hubieras querido separarte. ¿Verdad que no se hubiera visto bien? En cambio, si yo lo hiciera ahora, a nadie le importaría”. “Y está bien que así sea. Yo estuve bien en mi matrimonio, pero si dos personas no están bien, debe haber una solución”, sostiene Alba Bertran.

Constata esta y otras mejoras en los derechos de las mujeres, pero se indigna con la violencia machista. “No me entra en la cabeza que por el mero hecho de ser una mujer tenga que ser maltratada. La mujer debe tener la misma libertad para hacer cosas que un hombre”, dice. Su nieta asegura que la “conciencia feminista” ya le venía de casa, pero constata que todavía queda camino por recorrer: “No he sufrido discriminaciones de manera directa, pero por el mero hecho de vivir en este sistema no he tenido las mismas oportunidades”, concluye .

Complicidad intergeneracional

Comparten nombre, Alba, y una complicidad que se traduce en gestos de ternura. Es su única nieta y sus visitas son siempre motivo de júbilo. “El nacimiento de mi nieta me ha aportado muchísimo a la vida. Mucho, todavía hoy”, explica Alba Bertran. "Se ha criado aquí, en casa". Con los abuelos y una bisabuela. No ha tenido hermanos, pero se ha enriquecido de las relaciones intergeneracionales. “Además, es una niña a la que no le da vergüenza ir con su abuela y nos entendemos bastante bien. Tenemos una relación muy cercana, ¿verdad?” La nieta describe a su abuela como “una persona muy fuerte y muy sensible a la vez”.

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