Teruel Existe
Las voces del orgullo rural

5 de diciembre de 2019

Las poblaciones de Calanda (en la foto), Alcañiz y Adonrra acumulan la mayor parte de la población del Bajo Aragón.

Teruel Existe
Las voces del orgullo rural

Thaïs Gutiérrez

Fotografies

Xavier Bertral

Viven allí y se quieren quedar, a pesar del abandono, de la falta de infraestructuras y de la progresiva despoblación. Hablamos con los testimonios de una región olvidada que ahora, gracias al éxito político de una plataforma de protesta, vuelve a salir en el mapa

Teruel existe. Existe un martes de finales de otoño, por la mañana, cuando llegamos a Alcorisa, uno de los pueblos más grandes de la provincia, con 3.276 habitantes según los datos del INE de 2018. Lo atraviesa una carretera nacional por donde no paran de pasar camiones, la mayoría cargados de arcilla. La arena la extraen de las montañas cercanas y la llevan hacia la Comunidad Valenciana, en Castellón, donde se concentra la industria de las baldosas. En Alcorisa es día de mercado y hay movimiento. La gente ocupa las terrazas aprovechando un sol y un buen tiempo inusuales en esta época del año. "Es extraña esta temperatura en noviembre", dicen. En la plaza del Ayuntamiento nos encontramos con Manolo Cirujeda, de la plataforma Teruel Existe. Subimos a su coche y nos lleva, por calles empinadas que bordean una iglesia del siglo XIV, hasta su casa. Una construcción grande, luminosa y llena de las esculturas de madera y alabastro que Manolo elabora como hobby desde hace 20 años, cuando lo prejubilaron de la mina. "Era un trabajo duro, no os voy a engañar, pero cuando la empresa te trata bien, tú respondes, y nosotros éramos los mineros más productivos del país". Él trabajaba en el interior de la mina de Ariño. "Teníamos una de las cuencas mineras de carbón más importantes de España", destaca, pero el fin del sector llevaba años anunciado y, a pesar de los planes de reconversión, la zona ha quedado castigada por el cierre de estas minas, que daban trabajo a miles de personas. Él fue uno de los afortunados. Terminó la vida laboral con una prejubilación. Se salvó de quedarse en la calle, sin trabajo, como les ha pasado a muchos compañeros mineros.

Manolo Cirujeda en el taller de su casa, en Alcorisa.

Manolo Cirujeda en el taller de su casa, en Alcorisa.

La carretera N-420 a su paso por Alcorisa.

La carretera N-420 a su paso por Alcorisa.

En 2000 se apuntó a Teruel Existe, que en aquel momento era una agrupación incipiente de varias asociaciones que reclamaban mejoras para un territorio que ellos consideran que está olvidado. "Empezamos a pedir cosas muy básicas, sobretodo en sanidad, porque el servicio era pésimo en ese momento, y poco a poco fuimos sumando diferentes asociaciones que reclamaban mejoras para nuestra zona -recuerda-. En campaña electoral nos prometen de todo y luego pasan los 4 años de gobierno y no hacen nada de nada", lamenta Cirujeda, que habla de una "tomadura de pelo histórica". Desde Teruel Existe, que en las pasadas elecciones consiguió unos resultados históricos que le han dado un diputado y dos senadores en Madrid, reclaman un pacto de estado contra la despoblación, más inversiones en infraestructuras y telecomunicaciones y un plan de reindustrialización que sea efectivo sobre todo de cara al 2020, cuando está previsto que la central térmica de Andorra, pueblo cercano, cierre definitivamente y vuelva a dejar en la calle, sin alternativas, a los trabajadores que aún quedan.

Pérdida de habitantes

La sangría de población, cuando se analizan las cifras, es el reflejo más crudo de un éxodo que está dejando la provincia cada vez más vacía. Este 2019 constan un total de 133.344 habitantes en Teruel según el INE, una cifra que supone 9 habitantes por km2, y 517 menos que el año anterior. Un descenso que viene de hace tiempo. En el año 1920 la provincia tenía 252.096 habitantes, casi el doble que hoy en día. Y hay pueblos que no paran de perder habitantes: actualmente, según datos de Teruel Existe, hay 16 pueblos que ya se consideran terminales, porque tienen 30 habitantes o menos.

Desde la plataforma dicen que esto conlleva que en las zonas rurales "envejece la población, se pierde la gente más preparada, que se marcha a vivir a zonas con más oportunidades, cierran las escuelas por falta de niños y niñas y hay problemas sanitarios - por falta de especialistas- y de mantenimiento de las infraestructuras, así como problemas para mantener los comercios en muchos pueblos". La falta de gente, de oportunidades, de infraestructuras básicas, dice, hace "que la gente joven se vaya de aquí", y eso le provoca tristeza, rabia y frustración. "Cuando empezamos a crear Teruel Existe lo hicimos con el sueño de reactivar la provincia, y eso es lo que queremos todavía, porque queremos que los jóvenes no tengan que irse", dice Cirujeda, que se confiesa optimista por naturaleza y enamorado de su tierra. "Mira a tu alrededor, mira este cielo. Cielos como este, ¿dónde los ves?", pregunta con una sonrisa.

La población de Calanda, en el Bajo Aragón.

La población de Calanda, en el Bajo Aragón.

Uno de estos jóvenes que se marchó es Tina Ariño, del pequeño pueblo de Los Olmos, a 10 kilómetros de Alcorisa, con 136 habitantes censados. Pero, después de pasar 16 años en Cornellà de Llobregat, volvió al pueblo. Nos recibe en su casa, donde el buen tiempo nos deja sentarnos en el porche a admirar las vistas a los campos que bordean el pueblo mientras tomamos una infusión de té de roca y poleo menta que ha recogido no muy lejos de aquí. Tina nació en el pueblo hace casi 50 años "en casa y con la comadrona -explica-, en una época en que aquí no había ni agua corriente", dice, y recuerda que acompañaba a su madre a lavar la ropa a los lavaderos de las afueras del pueblo. "A pesar de que las condiciones de vida eran más duras, aquí vivía mucha más gente", recuerda, y describe un pueblo donde había muchas criaturas. No como ahora, que en la escuela tienen sólo 7 alumnos inscritos, entre ellos su hijo Teo, de 8 años. "Mi hijo es un niño tímido, seguramente le habría ido bien una escuela más grande donde se pudiera relacionar con niños de su edad, porque aquí todos son más pequeños o más mayores”.

Pero este tipo de escuelas también tienen sus ventajas -dice Ariño-. “Es todo muy personalizado, somos como una gran familia, y la calidad de la enseñanza es tan buena como en cualquier otro centro”, añade. De hecho, recuerda que cuando de adolescente se marchó a estudiar a Zaragoza temía no estar suficientemente preparada académicamente después de la escuela rural y en cambio descubrió "que sí lo estaba, ¡y tanto!" Después de sacarse el título de auxiliar administrativa decidió que no le gustaba ese trabajo y aceptó la propuesta de ir a cuidar durante los meses de verano a un niño pequeño de Cornellà, la ciudad donde vivía una de sus hermanas. La experiencia le gustó tanto que se quedó. Estuvo 16 años trabajando, cuidando niños pequeños y haciendo de asistente del hogar. "La ciudad me gustaba, sobre todo la vida cultural, pero los fines de semana siempre que podía me escapaba aquí porque el pueblo atrae mucho". Y así, con el paso del tiempo y cuando empezó a salir con el que hoy es su marido, que trabajaba en el pueblo, la decisión de volver fue cogiendo peso.

Tina Ariño en el jardín de su casa en Los Olmos.

Tina Ariño en el jardín de su casa en Los Olmos.

Una tarde soledada en Los Olmos.

Una tarde soledada en Los Olmos.

"A mí me gusta mucho la vida y el ritmo del pueblo, y al final decidí volver". Al principio estuvo trabajando en un monasterio que funciona también como alojamiento rural pero donde, según dice, "prefieren tener trabajadores más jóvenes", y al final no la llamaron más. Cuando nació su hijo dejó de trabajar y se ha dedicado a él todos estos años. "Ahora ya tiene 8 años y es más autónomo, y me gustaría volver a trabajar, pero aquí no hay muchas oportunidades, y menos para alguien de mi edad. No es fácil", reconoce. Ella ha visto en primera persona como se iba mucha gente del pueblo. "Se han ido a ciudades más grandes a trabajar", y lamenta que cada vez son menos los que apuestan por quedarse. "En invierno no hay nadie aquí por las tardes, salimos mi hijo y yo y no hay nadie por la calle", lamenta, y se queja también de la falta de algunos servicios básicos como los médicos especialistas, "que se marchan de los hospitales de la provincia y esto provoca listas de espera larguísimas; pero es que aquí no quiere venir nadie". Ella confía en que con la voz de Teruel Existe en el Congreso cambien algunas cosas y sobre todo "que cumplan lo que hace años que nos prometen: las carreteras, el tren... porque hasta ahora no han hecho nada", critica.

El maestro de la escuela rural Los Olmos haciendo una actividad no curricular con algunos de los 7 alumnos del centro

El maestro de la escuela rural Los Olmos haciendo una actividad no curricular con algunos de los 7 alumnos del centro

Al mediodía Tina va a la escuela que hay en la entrada del pueblo a buscar a su hijo y se lo lleva a casa a comer porque el centro no ofrece el servicio de comedor escolar para tan pocos niños. Después de comer los espera en el aula el maestro especialista en música, Carlos Latorre, que esta tarde hará una actividad no lectiva con los niños. Él se declara encantado con el modelo de escuela rural, aunque lamenta la falta de criaturas. Esta tarde vienen 6 de los 7 alumnos que hay en el centro: una niña de 5 años, un niño de 6, uno de 8, uno de 9, uno de 10 y el mayor, de 11 años. "La actividad de esta tarde es ir a buscar piedras en el campo porque tenemos que delimitar el huerto que tenemos en el jardín", nos explica Latorre. Acompañamos al maestro y las criaturas por los alrededores de la escuela, caminos rurales que bordean campos de cultivo que delimitan el pueblo. No hay coches, no hay personas. Encontramos a un pastor con un rebaño de ovejas y los niños se detienen a coger piedras que van poniendo en una carretilla que los más grandes empujan.

En la escuela del pequeño pueblo de Los Olmos hay 7 alumnos matriculados, que tienen entre 5 y 11 años

De vuelta el maestro explica que este centro forma parte de un CRA (Colegio Rural Agrupado) que incluye siete pueblos y sus centros, y que en total da asistencia a 84 niños y niñas. De estos, el 53% son inmigrantes, un 45% marroquíes. De hecho, de los siete que van a la escuela en Los Olmos, dos son originarios de Marruecos. "La escuela es una gran forma de integración para las familias recién llegadas” explica el maestro, que reconoce: “Aquí sobrevivimos gracias a los inmigrantes". Para Latorre la escuela rural "tiene muchas cosas positivas: la proximidad y la relación con las criaturas hace que esto sea una gran familia y el entorno nos permite hacer muchas actividades y aprender directamente de la naturaleza, esto lo aprovechamos mucho", explica. Sin embargo, lamenta que los maestros rurales, como ellos, no han tenido una formación específica en la carrera para ayudarles a gestionar escuelas con pocos alumnos y de edades diversas. Pero él tira "de ingenio", dice, para resolver los problemas y atender las necesidades de los alumnos que se encuentran en momentos evolutivos y de aprendizaje muy diferentes.

Carlos Latorre, maestro especialista en música del CRA (Colegio Rural Agrupado) al que pertenece la escuela rural de Los Olmos.

Carlos Latorre, maestro especialista en música del CRA (Colegio Rural Agrupado) al que pertenece la escuela rural de Los Olmos.

El aula de la escuela rural de Los Olmos.

El aula de la escuela rural de Los Olmos.

Carlos Latorre, maestro especialista en música del CRA (Colegio Rural Agrupado) al que pertenece la escuela rural de Los Olmos

Esta realidad, ligada al mundo rural, también la vive en su ámbito Tomás Tena, farmacéutico del pueblo de Ejulve, a menos de 20 kilómetros de Los Olmos, y con poco más de 200 habitantes censados. Tena es de Cantavieja, una localidad a 55 kilómetros - "y una hora en coche", matiza- y terminó aquí después de pasar por varias farmacias rurales y una temporada en una farmacia de barrio en Zaragoza. "A mí me gusta mucho vivir en un pueblo y tenía claro que quería una farmacia rural porque me gusta estar en un entorno privilegiado como este, la tranquilidad y el trato personalizado que tengo con los clientes". Mientras hablamos con él en la farmacia entran hasta cuatro personas, muchas más de las que hemos visto por la calle. Tena explica que él da servicio también a Crivillén, Los Olmos y La Zoma, todos pequeños pueblos que no tienen farmacia y donde se desplaza algunos días de la semana para atender a las personas que viven allí. "Aquí hay mucha gente mayor y el problema es que no hay relevo generacional", lamenta el farmacéutico, que se dedica mucho a sus pacientes y no es raro verlo casi a las diez de la noche en alguno de estos pueblos llevando medicinas a domicilio a sus clientes más mayores.

Tomás Tena delante de su farmacia, en Ejulve.

Tomás Tena delante de su farmacia, en Ejulve.

Ejulve, con la carretera de acceso en obras.

Ejulve, con la carretera de acceso en obras.

"Para mí esta atención personalizada también forma parte de mi trabajo". Y gracias a ello, Tomás Tena es una de las personas más conocidas de la zona. "El farmacéutico termina siendo una persona a la que le explican los problemas, soy como uno más de la familia y me tratan con mucho cariño", dice. Él reconoce que quedarse a vivir en un pueblo como Ejulve tiene "una parte de militancia", y reclama ayudas de la administración para la gente que hace esta apuesta y lucha contra la despoblación. "Quizás estaría bien que hubiera algún tipo de incentivo para las personas que tenemos un negocio aquí, porque quedarse a vivir aquí también es sacrificado. Si pienso que en otra parte estaría ganando mucho más, me siento mal. A mí me gusta estar aquí y no me planteo ir a otro lugar, por ahora, pero me preocupa porque veo que la gente se marcha, y si los pueblos se vacían yo me quedo sin trabajo?, dice.

A unos 40 minutos en coche de aquí, la carretera nos lleva hasta la antigua central térmica de Aliaga, que fue la más grande de España y producía electricidad a partir de la combustión del carbón. La enorme central ahora es un vestigio fantasmagórico de aquel pasado que vive en el abandono absoluto. Cerró las puertas en 1982 y para muchos es un símbolo de la dejadez y la mala gestión del cierre de las minas de carbón y las centrales térmicas.

La antigua central termica de Aliaga.

La antigua central termica de Aliaga.

En Andorra, la chimenea de la central térmica es una silueta presente día y noche. Es la última central eléctrica que queda en la zona que utiliza el carbón como combustible, y la previsión de que cierre en 2020 es muy temida en esta ciudad, que ha vivido un fuerte desarrollo gracias a los puestos de trabajo que creaba la central, y que ahora todavía no tienen un sustitutivo. Sin embargo, la ciudad sigue con su día a día, con actividad y comercios, como el que acaba de abrir otro emprendedor que ha decidido quedarse en Teruel, Emilio Belenger, que ha inaugurado su segundo gastrobar. Belenger vivió 13 años en Teruel capital, trabajando en diseño y publicidad, pero la crisis y la falta de trabajo hicieron que volviera al pueblo hace 8 años y hiciera un cambio de rumbo profesional. "Como siempre me ha gustado mucho la cocina decidí abrir un bar en La Mata de los Olmos", dice, un pueblo de 265 habitantes. "Empecé haciendo huevos fritos y ahora tenemos una carta con más de sesenta propuestas gastronómicas gourmet". El éxito es palpable. Viene gente de toda la comarca a comer en este bar, que se ha hecho un nombre por sus productos y también porque tiene opciones veganas. "Aquí todavía hay muy pocos establecimientos que ofrezcan estas propuestas, pero hay mucha gente que está interesada", explica.

El éxito de su primer local, un gastrobar en La Mata de los Olmos donde acude gente de toda la comarca, le ha animado a obrir un nuevo establecimiento en Andorra

El éxito de este primer local le ha animado a abrir un nuevo establecimiento en Andorra -una de las principales ciudades de la provincia-, que acaba de abrir con un socio, Mario Soler. "La idea es hacer las mismas propuestas porque han funcionado muy bien", explica, y si el éxito se debe medir por la afluencia de gente el día de la inauguración, no tendrá que sufrir nada.

Mario Soler y Emilio Belenger el día de la inauguración de su nuevo local en Andorra.

Mario Soler y Emilio Belenger el día de la inauguración de su nuevo local en Andorra.

La central termica de Andorra, que tiene previsto cerrar en 2020.

La central termica de Andorra, que tiene previsto cerrar en 2020.

El campo de fútbol y la pista de atletismo de Andorra, un día entre semana.

El campo de fútbol y la pista de atletismo de Andorra, un día entre semana.

Una tienda con decoración navideña en Andorra.

Una tienda con decoración navideña en Andorra.

Belenger tiene mucho espíritu emprendedor y explica que hace tiempo que le gustaría que su provincia se revitalizara, y por eso había llegado a plantear, con un grupo de gente, la creación de un partido político para impulsar el desarrollo de la zona. "Teníamos los estatutos redactados y todo -explica-, pero la eclosión de Teruel Existe nos hizo dar un paso atrás porque coincidimos con muchos puntos del programa". Sin embargo, no descarta hacer algún día el salto a la política con sus ideas de promoción de la zona. "Yo planteo Teruel como una empresa y quisiera que fuera rentable -dice-, y lo que veo es que aquí tenemos muchos recursos que no estamos explotando y dejamos que se marchen". Y pone como ejemplo la arcilla que se extrae de las montañas cercanas y que los camiones llevan hacia Castellón. "¿Por qué no nos la quedamos nosotros, la explotamos y creamos una industria del azulejo aquí?", se pregunta.

Él se muestra crítico con el discurso de algunos de sus vecinos que piden soluciones al Estado. "La gente de Teruel somos muy trabajadores y poco emprendedores -dice-, y yo creo que no debemos esperar que vengan de fuera a solucionarnos las cosas, lo tenemos que hacer nosotros. Está bien pedir una autovía, pero primero hay que necesitarla, y eso quiere decir que necesitamos gente aquí", dice. Él no cree que quedarse a vivir en la zona sea militancia, a él le gusta la vida de pueblo pero tiene siempre presente la visión empresarial. "Yo he sido emprendedor y me ha ido bien, no me haré rico pero estoy tranquilo", dice, defendiendo este espíritu.

Blanca Miguel y Ignacio Ciércoles con su hija mayor delante de la nave donde preparan la miel, en el pueblo de Los Olmos.

Blanca Miguel y Ignacio Ciércoles con su hija mayor delante de la nave donde preparan la miel, en el pueblo de Los Olmos.

Otros que se han quedado y han decidido emprender su propio negocio son Ignacio Ciércoles y Blanca Miguel. Él comenzó, hace ocho años, una empresa de fabricación de miel. "Yo no sabía nada de este tema, pero estamos en una zona semidesértica donde la miel es muy buena y pensé que era una buena opción", explica. Se empezó a formar y con los años se ha convertido en un experto. El año pasado su miel ganó el premio a la mejor miel monofloral de España. Nos lo cuenta en la nave que tienen en la salida de Los Olmos, donde nos deja probar alguna de las variedades que están creando. "Yo sabía que no sería un camino fácil cuando empecé, pero seguimos aquí -dice con una sonrisa-. A veces me he sentido un poco solo ante el peligro, pero luego tienes momentos buenos, como cuando nos dieron el premio, que te animan a salir adelante". Su mujer, Blanca, trabaja de auxiliar de educación en una escuela en Andorra, donde llevan a sus dos hijos. La decisión de no llevar a los niños a la escuela rural del pueblo fue meditada. "Cuando nuestra hija tenía que empezar no había ninguna niña en el centro y tampoco nadie de su edad, y eso nos hizo echarnos atrás". Por eso apostaron por llevarlos a la escuela donde trabaja Blanca, con más criaturas en cada clase.

Ellos también han visto como la gente se marcha de aquí para ir a buscar trabajo fuera. "La gente se va porque no hay empleos, no ven ninguna salida", dicen, y reconocen que vivir aquí "es sacrificado". Sin embargo, ellos están contentos con su apuesta y Blanca explica que cuando está en Zaragoza, donde viven sus padres, se estresa un poco con el ruido, el tráfico: "Es demasiado para mí y no es lo que quiero", dice. Nos despedimos de ellos en la salida de la nave mientras la niña juega con un traje de apicultor y el niño, más pequeño, se despierta de una siesta en el coche. Nos saludan con la mano, les agradecemos el tarro de miel que nos han regalado y nos dicen: "Ya sabéis donde encontrarnos, para lo que deseéis. Estaremos aquí, viendo como no pasa nada".

El cementerio de Los Olmos visto des de la ventana de una casa del pueblo.

El cementerio de Los Olmos visto des de la ventana de una casa del pueblo.